jueves, 12 de noviembre de 2015

LO PROPORCIONAL


En el clímax inicial del Procés nos hemos encontrado con la sorpresa de un hallazgo llamado a enriquecer sobremanera la jerga política: lo “proporcional”, “se actuará con proporcionalidad”. Además tiene la virtud de hacernos ver que tal es el signo de los tiempos, la proporcionalidad.

Más allá de lo obvio no es fácil acomodarlo semánticamente. Comparte algo con los términos tradicionales: lo justo, lo correcto, lo oportuno, lo conveniente, sin inclinarse preferentemente hacia ninguno, ni destacar algo propio y exclusivo. Tal vez ahí esté su gracia, se puede adaptar a todo ello y sobre todo dar a entender que corresponde a lo que en cada caso más gusta.

En términos prácticos parece más sencillo dar con su sentido, en el contexto concreto que estamos y del que nace. Se trata de cumplir sin molestar, o molestando lo menos posible. Que se haga lo que hay que hacer, pero nada que pueda mover a reacción callejera de los presuntamente agraviados, ni a escándalo internacional. Y si no hay más remedio que hacerlo, que no quepa la más mínima duda de que no se tiene otro remedio.

Estamos ante un juego en el que se disputa quien aparece como provocador. Pero en esto rige la desproporción. Los verdaderamente ofendidos, la ciudadanía española ni se manifiestan ni da a entender que lo vaya hacer , y por tanto su indignación, hay que suponer que se tiene, no ejerce presión, al menos explícita, que es lo que más nota el político.  La ciudadanía que ofende o parte importante de ella está dispuesta, o así parece, a hacerse manifiesta a la más mínima, que en este caso al sentimiento de estar agraviados se llega al manifestarse y no a la inversa, que uno se manifiesta por sentirse agraviado.
Como hay que evitar a agraviar a quien se manifiesta agraviado y esto sólo es una parte, actuar proporcionalmente equivale a restablecer el orden siempre que eso no motive un mayor desorden.
Lo asombroso es el empaque con que los promotores y afines de la idea, dan la seguridad de que se tiene la varita mágica. De que todo se ha de resolver automáticamente con la misma precisión que un penalty tirado por Maradona o Cruyff.
El hallazgo tiene algo de balsámico para una gran mayoría de la población. Promete medidas sedantes limpias y sin trauma alguno, ni operaciones, ni cirugía, un dulce despertar del sueño con nana para volver a dormir a en paz.
Pero algunos pueden torcer el ceño al recordar por ejemplo lo que pasa en la escuela, que quien má quien menos está muy escarmentado. Leyes y protocolos impolutos, una dirección impecable,pero cada profesor lo ha de tener claro, con el gamberro no hay que pasarse que la clase se solivianta o si la clase se solivianta.

Quizás sea el destino de nuestras democracias. Los que quieren vivir en paz están en casa a la espera de que llegue el que lo tiene encomendado funcionarialmente, las minorías audaces pueden tomar las calles y usufructar la atmósfera pública una temporada, para volver luego las aguas a su cauce. Pero aquí esa minoría tiene a su cabeza una Institución convencida, con razón o sin ella, que a la Institución, que debiera proteger a la mayoría por ser de todos, le va a pesar mas molestar que tragar. Y ya las aguas han rebasado el cauce hace mucho tiempo sin que esté claro que no vayan a más.

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