En el clímax inicial del
Procés nos hemos encontrado con la sorpresa de un hallazgo llamado a
enriquecer sobremanera la jerga política: lo “proporcional”, “se
actuará con proporcionalidad”. Además tiene la virtud de hacernos
ver que tal es el signo de los tiempos, la proporcionalidad.
Más allá de lo obvio no
es fácil acomodarlo semánticamente. Comparte algo con los términos
tradicionales: lo justo, lo correcto, lo oportuno, lo conveniente,
sin inclinarse preferentemente hacia ninguno, ni destacar algo propio
y exclusivo. Tal vez ahí esté su gracia, se puede adaptar a todo
ello y sobre todo dar a entender que corresponde a lo que en cada
caso más gusta.
En términos prácticos
parece más sencillo dar con su sentido, en el contexto concreto que
estamos y del que nace. Se trata de cumplir sin molestar, o
molestando lo menos posible. Que se haga lo que hay que hacer, pero
nada que pueda mover a reacción callejera de los presuntamente
agraviados, ni a escándalo internacional. Y si no hay más remedio
que hacerlo, que no quepa la más mínima duda de que no se tiene
otro remedio.
Estamos ante un juego en
el que se disputa quien aparece como provocador. Pero en esto rige la
desproporción. Los verdaderamente ofendidos, la ciudadanía española
ni se manifiestan ni da a entender que lo vaya hacer , y por tanto su indignación, hay que suponer que se tiene, no ejerce presión, al menos explícita, que es lo que más nota el político. La ciudadanía que
ofende o parte importante de ella está dispuesta, o así parece, a
hacerse manifiesta a la más mínima, que en este caso al sentimiento
de estar agraviados se llega al manifestarse y no a la inversa, que
uno se manifiesta por sentirse agraviado.
Como hay que evitar a
agraviar a quien se manifiesta agraviado y esto sólo es una parte,
actuar proporcionalmente equivale a restablecer el orden siempre que
eso no motive un mayor desorden.
Lo asombroso es el
empaque con que los promotores y afines de la idea, dan la seguridad
de que se tiene la varita mágica. De que todo se ha de resolver
automáticamente con la misma precisión que un penalty tirado por
Maradona o Cruyff.
El hallazgo tiene algo de
balsámico para una gran mayoría de la población. Promete medidas
sedantes limpias y sin trauma alguno, ni operaciones, ni cirugía, un
dulce despertar del sueño con nana para volver a dormir a en paz.
Pero algunos pueden
torcer el ceño al recordar por ejemplo lo que pasa en la escuela,
que quien má quien menos está muy escarmentado. Leyes y protocolos
impolutos, una dirección impecable,pero cada profesor lo ha de tener
claro, con el gamberro no hay que pasarse que la clase se solivianta
o si la clase se solivianta.
Quizás sea el destino de
nuestras democracias. Los que quieren vivir en paz están en casa a
la espera de que llegue el que lo tiene encomendado
funcionarialmente, las minorías audaces pueden tomar las calles y
usufructar la atmósfera pública una temporada, para volver luego
las aguas a su cauce. Pero aquí esa minoría tiene a su cabeza una
Institución convencida, con razón o sin ella, que a la Institución,
que debiera proteger a la mayoría por ser de todos, le va a pesar
mas molestar que tragar. Y ya las aguas han rebasado el cauce hace
mucho tiempo sin que esté claro que no vayan a más.
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