viernes, 5 de junio de 2020

UN MIEDO ATÁVICO Y PROGRAMADO


           El gobierno trata de combatir su miedo natural a que se desenmascaren sus evidentes responsabilidades en el desencadenamiento de la catástrofe de los 40.000 muertos alentando las sospechas de un inminente golpe de estado franquista con sus correspondientes tramas y conspiraciones. Es el primero que sabe del invento, de la misma forma que sabe que, por muy disparatado que sea, funciona.

         ¿Cómo es posible  que se provoque algo tan burdo y que además funcione?

          Es muy probable que en el inconsciente colectivo de buena parte de la sociedad exista todavía un miedo residual a la vuelta del franquismo. Especialmente las élites y vanguardias progres son propensas a ver el mundo desde este atavismo y a difundirlo por doquier. Por eso el foco constante de su atención se dirige a detectar cualquier signo o indicio susceptible de alimentar su síndrome de la eterna amenaza franquista. De paso “la alarma antifranquista” es el más poderoso pegamento de unión de las izquierdas para desgracia de este país. Y para la izquierda si esta quisiera ser útil al país.

            Por muy paradójico que sea, es un miedo tan programado como real. Sienten miedo de verdad en lo más profundo,el propio de los que creen en fantasmas. Lo que no impide que el cuidado por instalar a la población en el miedo nada tenga que ver con evitar el franquismo pues su razón política les disuada de creer en la inminencia concreta de ese presunto peligro. Sólo saben que esa es su mejor defensa ante la mentalidad política que han creado en este país.

           Pero a la vez con esta retórica para alarmar/alertar a la población se despierta en estos magos tan prepotentes como pusilánimes su miedo atávico a la vuelta del franquismo. Viven en ello como los nativos de la isla por donde campó King Kong vivirían con el miedo a la vuelta del monstruo aunque sepan de su muerte en tiempos pretéritos si alimentan su sentido de las cosas sólo de las películas sobre este fantástico personaje.

           En nuestro caso la misma progresía se ha creado este miedo atávico en cuya superficie vive cómodamente. Tal es la paradoja. Por supuesto pesaba mucho todo tipo de temor en la transición, en la población en general y en los agentes políticos de derechas e izquierdas. Malignamente los podemitas atribuyen a este miedo, que sería según ellos exclusivo de la población y de las izquierdas emergentes, la indeleble contaminación franquista del régimen constitucional, al que califican con descaro de seudodemocracia.

         Ahora los socialistas han comprado esa versión. Dejan de lado su decisiva contribución y hasta insinúan su culpa o inadvertencia. Han pasado de acaparar el mérito de la llegada de la democracia a prestarse a la sospecha de la misma. Omiten que, fuera por miedo, por convencimiento o por simple adaptación a la realidad, lo cierto es que en los protagonistas de la transición, de derechas o izquierdas, antifranquistas y exfranquistas, demócratas advenedizos y demócratas de toda la vida así como en el conjunto de la población primó la voluntad democrática y de paz, hasta el extremo de dar paso al régimen más democrático y garantista de Occidente, al menos parangonable con el mejor.

         La incapacidad de la izquierda de librarse de su miedo al franquismo y de librarse de su tentación de extenderlo a toda la población tiene algo de estructural y de interesado a la vez. Es consecuencia inevitable de su principio estratégico de someter a la derecha haciéndola permanente sospechosa de filiación franquista y de hipocresía con la democracia. Con esta óptica oportunista, desde que la derecha accedió a gobernar la degradación de la semántica y de la cultura política parece imparable. De la patente felipista/guerrista de la democracia para el socialismo, pasamos a la deslegitimación zapataril de la derecha y a la abierta postulación social/podemita de la incompatibilidad de la derecha con la democracia.

            Estamos ahora en la advertencia programada de la incapacidad de este régimen de extirpar el “cáncer de la derecha”, sin lo cual no podría haber democracia. Ahora más que nunca es imposible deslegitimar a la derecha sin que se despierte este miedo atávico. Y con ello el mecanismo más tóxico: al operar el miedo atávico se blinda el convencimiento de la maldad intrínseca del adversario, que ya nunca podrá ser adversario sino enemigo indigno de figurar en el juego democrático. La imposibilidad de salir de la dialéctica amigo/enemigo propia del totalitarismo.

           Por desgracia para la política no es posible terapia psicoanalítica o conductual alguna. El adversario no puede ser terapeuta. Sus intentos provocan más demencia. La del neuroticopolítico que usa su poder para acaparar todos los mecanismos decisivos de incremento del poder. Sólo el derrumbe de la estrategia puede hacer recapacitar. O el milagro de que emerjan mentes lúcidas a la cabeza de la maquinaria. Como algunas veces le ocurrió a la Iglesia o con Suarez en las postrimerías franquistas. 

          Pero parece que el socialismo tiene la cabeza muy dura. Singular motivo de vanagloria de su líder, por cierto.

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