sábado, 20 de junio de 2020

EL DIABLO "PATRIÓTICO"


Els Dolços trajeron esto:

Des de fa alguns anys en Fernández Díaz ve contant lo que li va dir el papa Benet XVI el 2015 a propòsit de la destructivitat del prusés separatista: El diablo quiere destruir España, sabe los servicios prestados por España a la Iglesia (…) el diablo ataca más a los mejores (…) No lo conseguirá”.(12/6/20)

Por lo que uno barrunta la referencia ha pasado bastante inadvertida, razón por lo cual debiera merecer especial atención.

Como se comprueba, la advertencia de Benedicto XVI traía consigo la misma conclusión escéptica de Bismarck sobre la capacidad de la inclinación autodestructiva de (parte) la nación española de llevar a término su obsesión, pero no debiera pasarse por alto la tenaz recurrencia de esta pulsión suicida y su capacidad de metamorfosearse bajo todo tipo de causas.

Con todo lo que tiene de diabólica esta tarea es irónicamente patriótica, por raigambre histórica y porque la sagaz comprensión de nuestros males debe mover a la simpatía con los mismos. Ha debido tener mucho interés el funesto Satán en los pormenores de nuestras tierras, pero es posible que cuente sobre el rencor por el daño recibido los motivos de diversión mefistofélica que por aquí se aportan.

El hecho es que la división que patrocina el diablo según su naturaleza se modula en torno a la explotación de a los puntos débiles, en lo que es consumado maestro. Lo curioso de nuestro caso es que si su inquina se debe a los servicios prestados por la Iglesia, las debilidades tienen mucho arraigo en los aspectos más infernales de la Iglesia y del catolicismo patrio en general, que ni lo más sagrado se salva de tener que cargar con la cruz de su oscuridad. Es imposible que el diablo no sepa que las fuerzas destructivas no vienen del exterior, por ejemplo de la Leyenda Negra, sino de recónditas profundidades interiores, de las que cobran energías tantas ganas de creer y avalar lo más insidioso.

Por poco que se escarbe en la genealogía espiritual de nuestras grandes corrientes sociopolíticas y político/culturales se detecta su común filiación con el tronco de la tradición católica hispana. Así hasta nuestros días con mayor o menor acento e insidia. Una de las ramas tiene que ver por supuesto con el catolicismo doctrinal de toda la vida, preocupado sobre todo por la vivencia de su fe religiosa y la preservación de la Iglesia y del culto. Una vez pasado el síndrome carlista ultramontano trató por lo general de adaptarse a los modelos conservadores y democráticos de nuestro mundo desarrollado en nombre de la propiedad, la paz, el orden y el derecho. El rebrote nacional católico imperial tuvo mucho de reflejo de supervivencia ante la turbulencia revolucionaria. Porque de quedar anclada esa masa social en el totalitarismo hubiera sido imposible el tránsito a la democracia que esta corriente realizó sin apenas plantear problemas. Pasada la necesidad franquista de una coartada ideológica, el nacional catolicismo se difuminó en pacatismo para escarnio de las “españoladas” de Landa, Lopez Vazquez, Martinez Soria Sacristán… tan a gusto de la masa social católica y creyente tan dispuesta a bromear de sí misma.

Puede sorprender que el otro ramaje sea la tradición socialanarquista de demostrado fervor antieclesial y anticatólica. Pero una cosa es la doctrina y el vinculo doctrinal con los fieles o creyentes y otra distinta es la impronta que marca el contexto vital de las costumbres y de los ordenes fácticos de valores. La histórica furia antieclesial y antireligiosa no se puede concebir sin desprecio de su patrón edípico.

Para el social/anarquismo histórico la disputa con la Iglesia y el catolicismo oficial más que política ha tenido por objeto la primogenitura de lo sagrado, por muy envuelta que esté esa sacralidad alternativa en motivos laicos y seculares. Es la lucha a muerte del Dios histórico de la clase y del Estado contra el Dios teológico. Pero es dudoso que en nuestro caso tal pulsión sea cosa del pasado y haya dado lugar a una personalidad madura capaz de equilibrar placer y realidad. Seguramente esto es así para cualquier proceso edípico constituyente, en tanto que tiene que sostenerse en una permanente negación de la figura del padre. Que así el muerto está más vivo que el vivo alternativo.

Puestos a distinguir el grano de la paja, el grano de este ente, que existe por negación de lo suyo en origen, son las formas parasitarias que una religión tan noble por su intencionalidad humanitaria y que tanto ha aportado a la humanidad como el catolicismo siempre ha llevado consigo y que en España han tenido notable predicamento. Sin duda que entrometiéndose en un escenario de virtudes probadas pero con tanta confusión que agrietan todo el edificio.

El socialismo y anarquismo, que forman el cuerpo tradicional de nuestras ideologías clasistas (la sustitución del anarquismo por el comunismo se ha debido a motivos más pragmáticos que afectivos/ideológicos), se ha nutrido especialmente de degradaciones bien destacadas y quien sabe en algunos casos de lo más tentadoras del catolicismo eclesial si nos atenemos a las preocupaciones que tan dramáticamente expone el relato del “Gran Inquisidor”. No voy a ir tan lejos y sólo apuntaría a parásitos patrios, aunque no necesariamente exclusivos, que no deben pasar desapercibidos a alguien tan experto como el diablo.

En primer lugar el pobrismo que nuestra cultura popular de izquierdas hace suyo sin muchos problemas: la riqueza privada es obra de la codicia la corrupción y la explotación; la pobreza es obra de los ricos; la riqueza no distribuida igualitariamente es indecente; la bondad es propiedad exclusiva de los menesterosos y los niños; la caridad es en realidad justicia,… En las mismas filas católicas doctrinales, cuanto más se orillan a la Teología de la Liberación, suena a insulto la advertencia de que no se debe confundir la caridad, (la generosidad personal hacia el prójimo) justicia (lo socialmente debido)

En segundo lugar la ascendencia dogmática inquisitorial verdadera tierra de cultivo de la cizaña de la intolerancia y del cainismo, que existir existe aunque vaya su ímpetu por barrios y bandas. La obsesión por limpieza de sangre deja su lastre y si antes había que acreditarse como cristiano viejo, ahora toca ser progre de toda la vida en sus diferentes acepciones.

En tercer lugar el culto al paternalismo, reconvertido en sistema de ordenación y de adhesión política. No creo exagerar si tengo a la Iglesia como el modelo originario fáctico de funcionamiento de los partidos políticos y de relación entre los partidos y su masa social ideológica. Al menos en los países como España tan renuentes y ajenos al liberalismo y el individualismo político, que opera sobre este modelo ancestral muy benéficos correctivos. Si esto es un capital común a nuestras izquierdas y derechas debiera llamar la atención cuan poderosa es la capacidad de hacer piña de la izquierda y lo cívicamente formal que es a este respecto la derecha. Es lo que tiene en el primer caso la sistemática división a la sociedad y la comunidad política en amigos y enemigos para convertir en enemigo a quien no es amigo. Claro está frente a la obsesión derechista de aparecer libre de toda sospecha. Por conjeturar un tanto groseramente sobre las causas parece como si la derecha ya tuviera la Iglesia para asuntos de conciencia y la izquierda tiene que ser ella su misma Iglesia a todos los efectos. Y claro el dogmatismo no entiende de la coexistencia entre dos Iglesias, aunque cada una tenga su propio negociado y una juegue a la política y otra a que no le pille la política.

Se dirá que estos atropellados apuntes nada tienen que ver con la advertencia del ahora Papa Emérito, dirigida al peligro nacionalista. Pero bien entrometido como parece el diablo allí donde luce el sol tampoco se le debe pasar que, por poco que se siga escarbando, la fuerza potencial de estos nacionalismos sería insignificante sino se aprovechara de la división, diabólica por supuesto, de la sociedad española y especialmente de la voluntad de sumar todas las fuerzas vengan de donde vengan y pretendan lo que pretendan para erradicar a la derecha, es decir todo lo que no merece aval de progresista.

Lo que tienen las esquizofrenias arraigadas en la oscuridad de la vivencia colectiva es su presteza para retornar perennemente. Así en nuestro caso ¿qué remedio puede tener la pretensión de acabar con la Vieja España apropiándose, a modo de palanca, de las entrañas de la España pobrista, inquisitorial y paternalista ? Eso sí con ropaje “progresista”.


POSDATA

Ahora la izquierda de toda la vida vive en un perpetuo vivir sin vivir en sí. Voluntarioso Felipe Gonzalez confundió la adaptación material a la modernidad del socialismo con su renovación intelectual e ideológico, como si esto fuera de suyo. Quizá sin conciencia del poderoso arraigo de la doctrina socialista en nuestra oscura turbulencia desconoció la necesidad de una verdadera terapia dirigida a poner en armonía sentimiento y comprensión de la realidad en la que se vive.

En aquel caso la grandeza del poder parecía la prueba de que se había logrado la normalización mental. Tiempos aquellos de vino y rosas que no volverán. Pero también de descuido ideológico e intelectual. Porque inermes de ideología renovada y solvente, la abjuración del marxismo tuvo el efecto de una aspirina, sólo se antepuso a la recuperación de la derecha los reflejos ancestrales prepolíticos que mantienen vivo el instinto atrabiliario aunque no el razonar.

En cierta manera esa normalización se produjo en Portugal tras el empacho revolucionarista. ¿Por qué no en España?

En esto el diablo debe entender lo suyo cuando, como sugieren Benedicto y Bismarck, los males se multiplican si, a diferencia de Portugal, arrastran al elemental sentido de lo nacional y se dirigen a evitar que la nación se consensúe consigo misma, por el método de tirar la piedra y esconder la mano en lo que a sentir vergüenza de ser españoles se refiere.


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