viernes, 29 de noviembre de 2019

LA MISIÓN HISTÓRICA DEL PSC


El PSC hace gala de una historia de culpa y expiación. Sobresale por sus apasionadas ceremonias de expiación, por ejemplo: la inmersión lingüística, el statut de Maragall y el desafío al TC, el tripartit y el pacto del Tinell, el 155 apaciguador, lo último la reclamación de la plurinacionalidad y la mesa de la felicidad, etc. A destacar la promoción de la inmersión lingüística por lo que tiene de simbolo de la voluntad de sumergirse en la piscina nacionalista aunque sólo fuera de socorrista.

Todo por temer no ser verdadero catalán y querer hacerse merecedor a serlo.

Naturalmente no hay manera de distinguir hasta donde llega el complejo de culpa alentado por las élites y mandos del PSC y hasta donde el que padecen los ciudadanos desafectos al nacionalismo que forman su base y granero electoral. Lo único evidente es que las expiaciones son vanas y que el PSC está condenado a una desbocada huida hacia adelante sin otro destino que ir extendiendo a su paso la alfombra estelada, tanto más cuanto más lejos llegue.

Tamaña desdicha a lo Sisifo sólo se puede aguantar revestida de misión histórica. Hasta ahí ha llegado en su versión más lánguida y servil el “compromiso histórico” del PSUC, verdadero modelo ideológico del “progresismo” hispano desde la transición. Se tenía a Cataluña por perfecto banco de pruebas de la ocupación del cuerpo de la burguesía para en la democracia “burguesa” absorber el poder. No hace falta insistir en la forma como ha acabado la aventura: con el nacionalismo, es decir la burguesía catalana, vampirizando el alma socialista sin la más mínima muestra de agradecimientos por los servicios prestados.

¿Pero por qué este complejo de culpa que tiene el PSC casi por naturaleza?

El asunto interesa por lo insólito y relevante a la vez. Es posible que en la historia hubiera poblaciones migratorias desconcertadas pero está por encontrar las que dudan de su origen. Incluso en España durante los tiempos de fuego, ni Lerroux, el príncipe del Paralelo, ni la CNT y FAI se dedicaban a implorar comprensión a los plutócratas nacionalistas.

Pero algo tan insólito es relevante porque el tumor del PSC es el principal foco de la metástasis que afecta a toda la nación realmente existente.

Naturalmente no tengo respuesta a la pregunta planteada. Lo grave es que la pregunta es verosímil y pertinente. Así en retrospectiva lo único evidente es que el sentimiento de indefensión y de marginación que tenían los emigrantes ante el cinturón de catalanidad que imponían los poderes fácticos nacionalistas ya durante el franquismo ha sido el fundamento de la estructura política alternativa al nacionalismo, o la que debiera ser lo. O por lo menos su marca indeleble.

No se ha hecho el hincapié que se merece en el hecho de que la ausencia de libertad dejaba a las masas de emigrantes indefensas y sin capacidad colectiva de presión para que la sociedad catalana pasase de la pluralidad social a la pluralidad ideológica. La integración personal fue la única expectativa ante una sociedad celosamente clasista y etnicista. Con la democracia “los nuevos catalanes” lo confiaron todo a la integración colectiva una vez que el orgullo de ser español resultaba sospechoso.
Se acogió como en toda España a los socialistas, descubriendo que esos eran los suyos de toda la vida. De ellos, esperaban de esa manera una integración con dignidad compatible con la solidaridad con toda España. Pero se carecía de la suficiente cultura política como para evitar entregarse a una fe ciega.
Todo era un inmenso equívoco. Para las élites dirigentes socialistas había que pagar la catalanización con redentora desespañolización, para los seguidores la catalanización debiera ser una forma aceptable de ser español sin que se note demasiado. Los de abajo se autoengañaban pensando que los suyos de arriba pensaban lo mismo que ellos pero más finamente, mientras los de arriba tramaban para que los de abajo acabasen pensando lo que debían en algún momento.

Se gestó un punto de encuentro al crearse la ilusión de que en la sociedad y en la política catalana imperaba un contrato nacional y social a la vez: el contrato por el que, a cambio de la catalanización de los nuevos catalanes, los catalanes “catalanes” se moderarían y obrarían con lealtad también por el bien de España. A este contrato imaginario en el que sólo creía una parte, (la más debil en Cataluña,y la más fuerte en toda España), que debía conducir a una integración colectiva honrosa y a una inédita hermandad correspondía el pacto político por el que los nacionalistas gobernaban en propiedad Cataluña y recibían buenos dividendos de su colaboración con el Estado, a cambio de lealtad institucional. Pacto sólo sostenido también por la imaginación y la doblez, por supuesto.

Es un planteamiento que sólo podía ser factible si el nacionalismo obrara de buena fe, porque de antemano se renunciaba a resistir. No es muy aventurado pensar que el ilimitado atrevimiento nacionalista estuvo atizado por su constatación de que en Cataluña carecían de resistencia y de que fuera, en el “Estado”, primaba la tarea de rentabilizar el nacionalismo en contra del prójimo o tranquilizarlo para que el prójimo no te comiera.

Precisamente la coartada de que la catalanización desespañolizante contribuía a la victoria definitiva sobre las derechas daba un toque de “nobleza progresista” al filonacionalismo socialista. Toda la trayectoria del PSC supone la incapacidad de librarse de su pecado original que le imposibilita romper con el nacionalismo aunque este rompa con la democracia y se eche al monte. Porque ya el punto de inflexión que ha llevado a donde estamos es la aceptación de que el nacionalismo en el fondo tiene razón, aunque pueda pasarse en las formas y en sus excesos.

A la vulneración del contrato imaginario que lleva a cabo el nacionalismo sólo le cabe al PSC responder agudizando su complejo de culpa y su afán de expiación. La insatisfacción nacionalista se torna señal de que los “nuevos catalanes” no se han esforzado lo suficiente en integrarse y en “desespañolizarse”, en la misma medida que prueba “el desprecio” del Estado hacia “Cataluña”. Señal en suma de la existencia de un “conflicto político”, tan ajeno a la voluntad de los que lo promueven como el movimiento de la tierra sobre su eje.

Pero esto es sólo la punta del iceberg. Este complejo de culpa merecería ser materia de indagación histórica de primera mano. Es demasiado singular, una singularidad que se extiende a toda España. Una nación que parece sólo encontrarse en la inagotable tarea de expiar su imaginaria culpa. Para que así fuera se tendría que creer en la existencia de tal fenómeno. Pero cuesta creer que tal constatación sea posible.

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