Los
partidos políticos son sobre todo empresas de poder. En España son
además una mezcla de empresa de poder y de iglesia. Para la mentalidad de los
españoles lo primero es difícil de aceptar pues se viven los partidos como
Iglesias, cada uno la suya. Ya se sabe que tiene que ver con el negocio nos
parece sospechoso e incluso pecaminoso.
En
cuanto empresas, el capital de los partidos es su crédito ante la opinión
pública, su capitalistas o socios inversores, sus seguidores, su beneficio el
disfrute del poder. No se trata como se piensa corrientemente de llevarse la
pasta. Algunos pocos van a la política para enriquecerse, bastantes más de lo
que sería deseable para ganarse la vida, la mayoría por ambición y ganas de
servir. Sucede eso sí que, cuando se disfruta del poder, la riqueza se torna
una vecina apetitosa y tentadora, más todavía si se cree uno avalado por los
ciudadanos. Pero el asunto es que los partidos conocidos en nuestra orbita
funcionan como las empresas. No tienen otra expectativa que maximizar los
beneficios, conservar e incrementar su segmento de mercado. Es decir su
predicamento en la opinión pública y sus posiciones de poder. No es que
desprecien el bien común. Al contrario lo tienen siempre en cuenta pero todo
les lleva a creer que su interés partidista coincide con el bien común, o
incluso más, que es la expresión idónea del mismo. Como ocurre con el mercado que
cualquier empresa empieza y acaba creyendo que su producto es el mejor y que
todo lo que lleve a venderlo está justificado.
No es
malo que los partidos funcionen de esa manera, quizás en el fondo sea
irremediable y las cosas no puedan ser de otra manera, pero se trata de que
funcionen bien y sobre todo que los ciudadanos sepan que son clientes o
contribuyentes más que feligreses como suelen creer. Que valoren en suma la
calidad del producto y a la empresa por eso, no a la inversa.
España
tiene la particularidad de que la gente siente a los partidos,
inconscientemente claro está, como si fueran iglesias. Es decir como un
concentrado de fe y de unidad colectiva. La gente piensa tradicionalmente en la
Iglesia como la administradora de la verdad suprema. Lo mismo ocurre con los
partidos a los que, cada cual para el suyo, son vistos como
administradores de la verdad social y política. Incluso muchos viven esa
relación como si fuera una pasión religiosa, buscando un sentido definitivo
para la vida y el mundo. De la misma forma así se lo creen los militantes y
dirigentes de los partidos. Como la política es la negociación de la pluralidad
social, deseablemente en vistas al bien común, es imposible que haya un
partido-iglesia única, y eso muchos lo llevan mal. En España la política se
torna en una lucha entre verdades absolutas, es decir iglesias.Una contienda
entre ortodoxos y herejes. Lo curioso es que la mayoría de seguidores y
dirigentes desconocen no ya la verdad sino incluso cual es su verdad,
pero es suficiente para todos creer que esa verdad existe. De modo que hay que
seguir hasta el fin, y creer lo que el propio partido hace porque debe estar en
posesión de la verdad. Es como si se hubiera llevado a cabo la secularización
respecto a la religión, separándola del Estado, para trufar de aliento
religioso la vida política. Se dirá que los partidos y los políticos apenas
merecen crédito y que la gente les da la espalda. Pero esto, que es cierto, no
contraviene lo esencial. La gente da la espalda a los partidos como los
creyentes lo hacen a la Iglesia-iglesia, no practicando pero enganchados a
ella. El desengaño lleva a la abstención pero nunca a dar crédito al partido
adverso. Se puede traicionar todo menos "la verdad”. ¿Podría votar en su
tiempo un católico a Lutero para alcalde por muy benefactor que le pareciera y
por muy corrupto que fuera el candidato católico?.
Lo
gracioso es que la izquierda está mucho más inclinada, en España claro está, a
vivir tan religiosamente la política. La derecha es algo más escéptica. Quizás
porque ya tiene una Iglesia, la Iglesia-iglesia, mientras la izquierda carece
de ella. Pero siente un apetito insaciable de verdad. Ha cambiado su fe pero le
es muy difícil vivir sin fe absoluta e incondicional.
Estamos
en manos de empresarios pero soñamos con sacerdotes. ¿No será mejor
tratar a los empresarios como tales y no como sacerdotes?. Al fin y al
cabo ya lo decía Ortega y Gasset, remedando al fenomenólogo Husserl, lo que
hace falta en España es ocuparnos de las cosas.
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