sábado, 22 de diciembre de 2012

DE EMPRESARIOS Y SACERDOTES.

Los partidos políticos son sobre todo empresas de poder. En España son además una mezcla de empresa de poder y de iglesia. Para la mentalidad de los españoles lo primero es difícil de aceptar pues se viven los partidos como Iglesias, cada uno la suya. Ya se sabe que tiene que ver con el negocio nos parece sospechoso e incluso pecaminoso.
En cuanto empresas, el capital de los partidos es su crédito ante la opinión pública, su capitalistas o socios inversores, sus seguidores, su beneficio el disfrute del poder. No se trata como se piensa corrientemente de llevarse la pasta. Algunos pocos van a la política para enriquecerse, bastantes más de lo que sería deseable para ganarse la vida, la mayoría por ambición y ganas de servir. Sucede eso sí que, cuando se disfruta del poder, la riqueza se torna una vecina apetitosa y tentadora, más todavía si se cree uno avalado por los ciudadanos. Pero el asunto es que los partidos conocidos en nuestra orbita funcionan como las empresas. No tienen otra expectativa que maximizar los beneficios, conservar e incrementar su segmento de mercado. Es decir su predicamento en la opinión pública y sus posiciones de poder. No es que desprecien el bien común. Al contrario lo tienen siempre en cuenta pero todo les lleva a creer que su interés partidista coincide con el bien común, o incluso más, que es la expresión idónea del mismo. Como ocurre con el mercado que cualquier empresa empieza y acaba creyendo que su producto es el mejor y que todo lo que lleve a venderlo está justificado.
No es malo que los partidos funcionen de esa manera, quizás en el fondo sea irremediable y las cosas no puedan ser de otra manera, pero se trata de que funcionen bien y sobre todo que los ciudadanos sepan que son clientes o contribuyentes más que feligreses como suelen creer. Que valoren en suma la calidad del producto y a la empresa por eso, no a la inversa.
España tiene la particularidad de que la gente siente a los partidos, inconscientemente claro está, como si fueran iglesias. Es decir como un concentrado de fe y de unidad colectiva. La gente piensa tradicionalmente en la Iglesia como la administradora de la verdad suprema. Lo mismo ocurre con los partidos a los que, cada cual para el  suyo, son vistos como administradores de la verdad social y política. Incluso muchos viven esa relación como si fuera una pasión religiosa, buscando un sentido definitivo para la vida y el mundo. De la misma forma así se lo creen los militantes y dirigentes de los partidos. Como la política es la negociación de la pluralidad social, deseablemente en vistas al bien común, es imposible que haya un partido-iglesia única, y eso muchos lo llevan mal. En España la política se torna en una lucha entre verdades absolutas, es decir iglesias.Una contienda entre ortodoxos y herejes. Lo curioso es que la mayoría de seguidores y dirigentes desconocen no ya la verdad sino incluso cual es su verdad, pero es suficiente para todos creer que esa verdad existe. De modo que hay que seguir hasta el fin, y creer lo que el propio partido hace porque debe estar en posesión de la verdad. Es como si se hubiera llevado a cabo la secularización respecto a la religión, separándola del Estado, para trufar de aliento religioso la vida política. Se dirá que los partidos y los políticos apenas merecen crédito y que la gente les da la espalda. Pero esto, que es cierto, no contraviene lo esencial. La gente da la espalda a los partidos como los creyentes lo hacen a la Iglesia-iglesia, no practicando pero enganchados a ella. El desengaño lleva a la abstención pero nunca a dar crédito al partido adverso. Se puede traicionar todo menos "la verdad”. ¿Podría votar en su tiempo un católico a Lutero para alcalde por muy benefactor que le pareciera y por muy corrupto que fuera el candidato católico?.
Lo gracioso es que la izquierda está mucho más inclinada, en España claro está, a vivir tan religiosamente la política. La derecha es algo más escéptica. Quizás porque ya tiene una Iglesia, la Iglesia-iglesia, mientras la izquierda carece de ella. Pero siente un apetito insaciable de verdad. Ha cambiado su fe pero le es muy difícil vivir sin fe absoluta e incondicional.
Estamos en manos de empresarios pero soñamos con sacerdotes. ¿No será mejor tratar  a los empresarios como tales y no como sacerdotes?. Al fin y al cabo ya lo decía Ortega y Gasset, remedando al fenomenólogo Husserl, lo que hace falta en España es ocuparnos de las cosas.

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