El Sr. Navarth llama la atención
oportunamente sobre la incongruencia en la que cae PI cuando, a la
vez que invoca “la soberanía nacional”, se aviene al juego de
los separatistas. Por mi parte he quedado algo descolocado con estos
arreones “patrióticos” que exhibe el gran líder, tan
aparentemente fuera de guión. Es tentador achacarlo a inclinaciones
"joseantonianas", como hacen periodistas o políticos próximos a la
izquierda oficial desenfocando el problema, como si fuera muestra de
que PI no es “verdaderamente de izquierdas”. Parece que, lejos
de esto, PI siente el deseo de homologar y homogeneizar lo más
posible su discurso con el propio de sus mentores de las dictaduras
hispanas y con su socio griego en el gobierno. No hay que desdeñar
tampoco el contagio debido a tanta intimidad y familiaridad con esas
estirpes, contagio no sólo ideológico sino en el impulso retórico.
Además a este líder, tan desinhibido y hábil para comprender los
fenómenos más evidentes para los que los políticos al uso
demuestran la mas contumaz ceguera, le debe resultar tentador
aprovechar el potencial de sentimiento nacional tan abandonado y
vilipendiado que pueda haber en nuestra sociedad. Pero no puede
aventurarse sin más por un terreno tan resbaladizo y socavado. Es
obvio que la invocación de la soberanía nacional sólo tendría
sentido objetivamente contra el separatismo, mientras que PI trata de
enfocarlo contra la UE y el imperialismo de las multinacionales y de
los banqueros. Pero al público que le sigue le resbala la separación
de Cataluña, entre otras cosas porque no se cree que el problema
exista, mientras que el rechazo a la UE sólo cala en minorías
fanatizadas a las que PI quiere tener bien en la retaguardia por
ahora. A su público, actual o potencial, lo de la soberanía
nacional le parece un artilugio franquista y sólo la pueden admitir
en clave republicana. Por ahora PI no quiere tocar esa tecla, a
sabiendas que, de hacerlo, se trastornaría la estrategia de
acumulación de fuerzas en la que está metido, dando además por
supuesto que la República llegaría como fruta madura de conseguir y
consolidar el poder. Incluso más, siendo esa su meta y la
“revolución social” consiguiente, no es de descartar que llegado
el momento si así le conviniera, tuviera la ocurrencia de hacer una
entente con la monarquía como la hizo Mussolini con Victor Manuel
III de Saboya o Primo de Rivera con Alfonso XIII, pero esto ya es
historia ficción en demasía.
Que esta deriva retórica no se quede
en mero tanteo depende fundamentalmente del desarrollo de la cuestión
catalana, porque como bien advierte el Sr. Navarth no es fácil
conjugar estos extremos en cuanto todo vaya en serio. A este respecto
tan molesto y enigmático es PI para los separatistas como estos para
PI, dado que en Cataluña no hay terreno lo suficientemente abonado
para sustituir la dialéctica independencia/centralismo por la de la
casta/ ciudadanía, pese a que hay más motivos objetivos que en toda
España junta. Los nacionalistas se han labrado bien a fondo su finca
ideológicamente como para permitir que se eche a perder la cosecha
por un advenedizo. Consciente de ello PI está a la espera, confiando
tal vez que, si por la inercia de las cosas, consigue una cierta
posición ventajosa en las próximas elecciones pueda maniobrar entre
el separatismo y el impacto que este puede producir en el resto de
España si se va consumando. En este caso bien vale el tópico del
poeta “se hace camino al andar”, sólo que este camino lo es en
“la noche oscura del alma”. Mientras puede hacer pinitos
patrióticos a ver como se digieren, pero sin comprometer el discurso
manido contra la casta y la corrupción que tan bien funciona y que
por lo visto le pasa lo mismo que al que se hace en los programas del
Gan Wyoming o Sálvame y otros, que cuanto más burdo, más encanta.
Así que lo más lógico es que en el plano retórico las cosas
transcurran por su cauce y que al público no se le calienten los
cascos con propuestas tan “revolucionarias” como esta de “la
lucha por la soberanía nacional”, a no ser que los acontecimientos
se precipiten en Cataluña o en Grecia y eso obligue al gran líder
ciudadano a autodeterminarse y autodefinirse sobre tema tan crucial.
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