La oposición al sanchismo, seguramente más de media España, está
perpleja entre el optimismo y el fatalismo. Por una parte "esto
es imposible que continué", por otra "¿como es posible
que este tío no se vaya?". Es lógico en una situación marcada
por dos ejes que rechinan al rozarse. La tendencia que parece
imparable a la derrota del sanchismo coexiste con la inclinación sin
freno a instaurar una dictadura en el cogollo del Occidente liberal
democrático.
Esta tensión es
cada vez más insoportable y sólo parece factible, para el
antisanchismo, resignarse con esperanza. Es un hecho que los bloques
electorales se mantienen inmutables en lo fundamental. En la
izquierda hay desgaste y una poca desafección, pero Sanchez espera
mantener a la larga su nicho electoral. No está claro cómo, pero de
momento espera frutos a la larga del engorde de Vox, que activará a
sus indecisos, y más a la corta de la manipulación de la
denominada causa palestina o alguna otra que se tercie.
En la derecha cunde
la idea de que estamos en los estertores del sanchismo, aunque su fin se haga de rogar.
Se especula incluso con la retirada de Sanchez dada la corrosión de su Peugot, pero para los totalitarios de raza las palizas y moratones son un revulsivo. No en vano el ánimo para poner España ante el abismo de
la dictadura no puede decaer mientras la tropa socialista izquierdista no ceje en
su pasión enfermiza, la que les lleva a creer que son el único poder
"democrático" posible, además de los separatistas, claro está.
Este escudo es la protección
decisiva contra el calvario judicial. Máxime cuando parece una
condición estructural que la masa social de la oposición es incapaz
de trasformar su potencial en energía, a la inversa, dicho de paso,
de la masa izquierdista, que parece capaz de crear más energía de
la que admite la potencia de su masa.
Siendo claro este
desequilibrio en el juego y la economía de fuerzas, ¿se va a dilucidar todo en las
futuras elecciones generales dentro de dos años? Los términos de la
cuestión no se pueden desligar de dos incógnitas elementales. La
primera es si la estrategia sanchista, digo bien: "estrategia",
es aguantar hasta el límite y después "ya veremos". Que
esto sea así es contradictorio con tener estrategia alguna. Pero
todo indica que Sanchez sólo puede pensar en las próximas
elecciones estratégicamentes, como una etapa para lo que debe consumarse ganadas esas
elecciones. La consumación del pacto fundacional de la antitransición, cualquiera que sea el fuero como se presente ese huevo.
La segunda afecta
a la meta final: ¿Podría entonces establecerse una dictadura
bolivariana tal como parece prepararse? En principio hay tres
obstáculos aparentemente infranqueables. Digamos que obstáculos
estructurales, si comparamos con el modelo venezolano. En primer
lugar la ausencia de riquezas autóctonas contante y sonantes. No
parece que el turismo o las energías alternativas puedan hacer las
veces del petróleo en vistas de experimentos autárquicos. En
segundo lugar el peligro de quedar sin el respaldo financiero que
suministra la U.E. y que todavía nos mantiene económicamente a
flote. En tercer lugar, y no es lo menos importante, la
improbabilidad de que el ejercito haga el papel de la dictadura de
Maduro. El hecho es que se trata de una dictadura militar con
maquillaje civil y populachero entregada al saqueo sistemático de su
nación. Cuesta imaginar que en España esto fuera posible en alguna
circunstancia, máxime cuando el proceso hacia la dictadura pasa por
la disgregación de la soberanía nacional.
Ciertamente la
creencia de que con las futuras elecciones se acabará la pesadilla
otorga ánimos a la masa social antisanchista, pero eso puede llevar
al espejismo de que el régimen populista está plegando velas. Si
por el desigual juego de fuerzas, así como la idiosincrasia de esas
fuerzas, y la determinación sanchista/socialista de resistir a toda
costa, poniendo al límite sus resortes, trampas y palancas, no cabe
otra que esperar resignadamente, en este caso también la resignación
puede tornarse progresiva frustración.
Máxime si en lugar
de esperanza alentada razonablemente por el estado de las cosas, esta
resignación se acomoda en la superstición y el providencialismo,
que augura que el "bien siempre acaba venciendo al mal". El problema es
que, por muchos que sean los obstáculos estructurales, en política
manda el juego de fuerzas y su desenlace, ante lo que esos obstáculos
sólo acaban siendo "tigres de papel".
Por tanto: Dada la
determinación socio/sanchista, y de no revertirse el creciente debilitamiento de su apoyo social, ante la proximidad
electoral el bloque del poder se verá ante la decisión más
crucial: ¿Nos podemos permitir perder las elecciones? ¿sino por las
buenas, tendremos que ganarlas como sea?