domingo, 26 de octubre de 2025

EL NEGOCIO DE LA INFAMIA (SERIE)

 

* Sanchez está llevando al límite el principio de la tiranía según el cual esta se torna irreversible una vez llegado el momento en que la sociedad está dispuesta a soportarla para no afrontar la vergüenza de tener que explicar y explicarse como la ha permitido. "¿Soy yo el infame o sois vosotros que me consentís?" 

*El macarra se burla con risotadas, el pánfilo hace risitas de esas risotadas. 

*El macarra marca el paisaje del que quiere ser la figura, el pánfilo se retira hacia las sombras del paisaje. 

*Con el macarra a la cabeza la República llegará para troncharse. 

 

 

lunes, 20 de octubre de 2025

LA CORRUPCIÓN ENTRE LA CELEBRACIÓN Y EL PASMO

 

La hipocresía moral protestante del Norte se ha demostrado más eficaz a efectos de producir sociedad civil que la flexibilidad moral católica, cuyo referente doctrinal más notorio es el viejo casuismo jesuítico. Esto es claro en España y la Hispanidad y pudiera serlo en Italia. El puritanismo protestante no permite la inmoralidad pública porque quien la práctica se señala como detestado por Dios. De esta manera en el inconsciente colectivo de los pueblos del Norte rige la idea de que el juicio del público expresa el juicio de Dios. A Dios sólo preocupa en vistas a la salvación del alma el ejemplo público y por ello no ser motivo de escándalo. Por eso a efectos morales la inmoralidad privada es intrascendente siempre que no deje rastros visibles.


El catolicismo por el contrario piensa que la debilidad humana es integral y que no hay solución de continuidad entre lo público y lo privado. Respecto a lo uno y lo otro todo es admisible si se demuestra contrición en la confesión, trámite que comprende por igual lo público y lo privado. El juicio sobre la moralidad personal se dirime entre el alma y Dios por intermedio de la Iglesia, siendo una cuestión que, aunque cuente a efectos de la opinión pública, se da por supuesto que "todos somos pecadores" y que en lo público solo se dilucida como debe ser el mundo, sean como sea las personas y su ejemplaridad.


Desde que la mediación de la Iglesia ha perdido vigencia y con ello la contrición y la confesión, los herederos ctónicos del igualitarismo social católico, es decir el socialismo en sentido amplio, ven en la corrupción un atributo consustancial al capitalismo, y en la corrupción socialista todo lo más una muestra de la debilidad humana con la que el socialismo, y sólo el, podrá acabar. Que esa muestra de debilidad humana se de en el socialismo o incluso lo impregne sistémicamente, es intrascendente sino obstaculiza el progreso hacia un mundo mejor, es decir si no da pié a una reacción tal que frene el logro de ese mundo mejor.


La parte consecuente del viejo catolicismo, es decir fiel a la doctrina, que suele coincidir con la sociedad conservadora, más que liberal, la única todavía constitucionalista, deplora la corrupción, en general venga de donde venga, y más la hipocresía con que se ampara, pero se resigna a sufrirla como si fuera una maldición proveniente del pecado original. El alarde "progresista" por la corrupción de los suyos deja a la derecha pasmada. En el fondo está pasmada desde el 11M. Es inconcebible que el mal campe a sus anchas y prospere sin freno en abierto desafío al status quo que rige los países civilizados, a los que España se incorporó en la Transición.


El problema es que la derecha no ha encabezado la constitución de una sociedad civil y la izquierda hace las veces de una sociedad civil y actúa como sociedad incivil. En las sociedades abiertas la sociedad civil se ha ido constituyendo sobre el manto de que el egoísmo natural del ser humano se puede reconducir con beneficio mutuo y para todos. Es un mecanismo complejo en lo institucional y lo moral basado en la claridad de los límites, lo cual atañe a la ley escrita pero más a la no escrita. El individuo entiende así su vida como parte de una sociedad civil, terreno en que se juega su interés y sus derechos. Es sólo un modelo ideal, pero nos resulta extraño por hipócrita.


Aquí la derecha conservadora, la sociedad que cree en "la ley y el orden" lo fía todo a la ley y el orden como si esto tuviera poderes taumatúrgicos. Es una inercia histórica casi de siglos que ha conformado un perfil social de paciencia y resistencia a toda costa, con la fe de que las cosas tarde o temprano se pondrán en su sitio. Se creyó que la Iglesia y en el Estado burocrático tenían el bálsamo para solucionar los asuntos públicos. Ahora el bálsamo es ser buen ciudadano, pero eso por sí solo no hace sociedad civil ni puede con la sociedad incivil.


martes, 14 de octubre de 2025

SOBRE EL ANTISEMITISMO NEOCOMUNISTA Y SUS RAÍCES

 

¿Queda algo del antisemitismo histórico en el actual antisemitismo neocomunista? El antisemitismo es el sistema de odio más recurrente de la historia de Occidente y se ha renovado en los grandes períodos históricos. De origen religioso, cuando la religión vertebraba el orden moral cultural y político, se ha desparramado este odio enquistado en todos los ordenes pero especialmente en el político. En cualquier circunstancia ha sido el chivo expiatorio cuando se necesitaba tal figura.


Desde la diáspora la existencia del pueblo judío se ha situado sin pretenderlo en la falla del sistema imperante. Se impuso en la cristiandad que la misma existencia del pueblo judío significaba una blasfemia contra la divinidad de Cristo y la misión evangélica del cristianismo. A diferencia del Islam, que podía pasar por una desviación maligna, el pueblo judío era para el cristianismo un pueblo traidor. Sobre este subsuelo de superstición y dogmatismo se elevó la motivación que justificaba la persecución de los judíos según las conveniencias y las disputas políticas y religiosas. Como al mismo tiempo los judíos por su iniciativa y sentido de la supervivencia prosperaron hasta ser cruciales para la marcha de la hacienda de los reinos cristianos, fueron fácil pasto de la animadversión popular.


La constitución de los Estados nación en el XIX trajo consigo también la renovación del antijudaísmo original. Una vez que, dejando atrás las motivaciones universalistas, los grandes Estados Nación europeos, cifraron su identidad en la homogeneidad étnica y cultural, se tuvo a los judíos por un disolvente de la unidad nacional y una sanguijuela extractora en lo económico. Carlos Marx se deslindó de la visión burguesa antisemita que ya se removía en Francia, Alemania o el el mismo Imperio Austrohúngaro y en los pueblos eslavos, a la vez que rehuyó afrontar en serio la cuestión judía. Ante este antisemitismo burgués insinuó un antisemitismo socialista que no pasaría sin consecuencias. Sería el antisemitismo burgués una manifestación de las contradicciones interburguesas y tendría su solución en el avance hacia el comunismo, cuando ya no tendría sentido la religión. De forma ambigua descartó que la tolerancia y la libertad civil resolviera la cuestión judía, haciendo hincapié en que la alienación religiosa no se disiparía con las libertades "convencionales". La causa de la emancipación política civil judía era una baza para el proceso revolucionario, pero a su vez esto requería que los judíos rompieran sus lazos con el capitalismo, en especial su dedicación a la "usura".


Este tema retornará crudamente cuando las clases medias de las grandes potencias nacionales sientan su prosperidad amenazada. Fue un estimulante de la ofuscación imperialista que sacudió a las grandes potencias europeas en el último tercio del XIX. Aunque las élites del socialismo estaban atentas a la cuestión judía y coincidieron en lo esencial con la posición de Marx, el antisemitismo no afectó al núcleo del movimiento socialista ni de las motivaciones de las clases trabajadoras que se pretendían contrarias a la dinámica imperialista.


Casi todo está escrito sobre los intereses y delirios que hicieron del exterminio de la raza judía el santo y seña de la propaganda y la política monstruosa del totalitarismo nazi y de como esto galvanizó el antisemitismo latente. ¿Hasta qué punto sólo era el antisemitismo una forma de arrastrar al pueblo, es decir de convertir al pueblo en populacho, o la cuestión judía afectaba a la esencia del totalitarismo, en este caso nazi? Fue el caso que hasta la ofensiva propagandista y terrorista nazi la gran mayoría del pueblo alemán apenas sentía preocupaciones antisemitas, lo que contrasta con lo fácilmente que fue arrastrado el pueblo alemán. A gran escala se reprodujo el fenómeno que llevó a la alcaldía de Viena al demagogo antisemita Karl Lueger, o a desgarrar Francia con el caso Dreyfuss, a fines del XIX.


Si por una parte el éxito de la propaganda y el terror antijudío indica la latencia del antisemitismo original, y la responsabilidad de las Iglesias cristianas en la conservación de la llama, por otra parte lo cenital de la cuestión judía para el totalitarismo racista da a entender motivaciones profundas. Se puede establecer un paralelismo con el antisemitismo cristiano original que consideraba, como se ha indicado, la misma existencia del judaísmo incompatible con la existencia del cristianismo. Este nicho existencial no deja de ocuparlo el proyecto totalitario racista, como si la existencia de Alemania fuera incompatible con la existencia del pueblo judío. Más allá de la superchería, lo trágico fue que así se llegó a creer sinceramente.A ello llevaba la manipulación nazi de los secretos más profundos que la historia no ha curado.


Porque el nazismo veía en el judaísmo no sólo una amenaza con la existencia de Alemania sino con el destino universal de Alemania, la Alemania que debía conducir a la "nueva humanidad". ¿Como es posible que la existencia de un pueblo cuantitativamente insignificante y bastante integrado en las grandes culturas nacionales modernas supusiera un peligro para el ideal nazi de la jerarquización racial del mundo? Por supuesto este proyecto sobrepasaba la integral homogeneización racial de Alemania. La jerarquización racial era el medio y el fin del Imperio totalitario del Hombre Nuevo. En la cuestión de fondo tenemos que la existencia del judaísmo significaba por sí misma la denuncia del Estado Totalitario en su condición más intima. Al exterminar al pueblo judío el nazismo asumía orgullosamente su monstruoso totalitarismo. Asumía que este desafiaba el fundamento de la dignidad humana. Por encima de la jerarquización racial y como condición de ella figuraba la erradicación de la conciencia moral y del sentido de la libertad personal que define la dignidad humana. Que cada hombre sea un medio para los fines del Estado resultaba para el Nazismo incompatible con la existencia del judaísmo, del pueblo que fundó en la conciencia moral la dignidad humana.


¿Por qué no procedió de la misma forma contra el cristianismo? Naturalmente no existe la raza cristiana y eso es esencial. Para el biologismo racista los lazos de sangre son esenciales para el contenido y la fe en las ideas. Pero por otra parte la existencia del cristianismo no constituía un peligro ideológico si se orientaba en favor del totalitarismo racista la animadversión potencial antisemita del cristianismo. Lo que así ocurrió en Alemania o Francia con la inestimable colaboración por acción u omisión de la jerarquía eclesial. Fue relativamente sencillo atraerse o neutralizar a las masas católicas conservadoras, habida cuenta de que el compromiso evangélico en favor de la dignidad de la persona había quedado olvidado ante la necesidad de asegurar la institucionalidad de la Iglesia en las sociedades seculares.


Paradójicamente la mala conciencia que produjo en Occidente y especialmente en Alemania el Holocausto se disipó en la izquierda intelectual, al menos la de mayor ascendencia y vocación política. T. Adorno, ciertamente, enfatizó la requisitoria moral "no es posible hacer filosofía después del Holocausto", con la que invocaba el colapso emocional que impedía pensar con rigor y objetividad. Pero fue precisamente la nueva izquierda quien menos sufrió ese colapso desde el momento que renovó el ataque del capitalismo con la crítica al Estado del bienestar. Hay una disolución del significado totalitario del nazismo en el totum revolutum de la maldad intrínseca del capitalismo, aunque la doctrina de la explotación cediese su lugar a la denuncia de la alienación y la de la lucha de clases como motor de la historia dejase su puesto a la lucha antiimperialista y contra el sistema. Horkheimer llevó al extremo la igualación de capitalismo liberal y nazismo al hacer del proyecto ilustrado "subjetivista" la raíz común de estos sistemas.


Es obvio que al devaluarse el proyecto comunista como alternativa económico social, y no digamos que humanitaria, al capitalismo y la Estado del bienestar, el comunismo se ha renovado en neocomunismo al especializarse en la manipulación de cualquier posible motivo de malestar "venga de donde venga y sea el que sea", con tal que quede bajo su batuta. Todas las causas son causas kleenex a la espera de los réditos que comporte. Según le vaya a la causa palestina le puede esperar lo mismo lo mismo que la, hasta hace dos años, sagrada causa saharaui. Lo único sagrado para el malestar revolucionario de Occidente es el antioccidentalismo. Hay causas muy profundas en las que no cabe en este trabajo detenerse, pero es obvio que Israel se ha convertido en el símbolo de Occidente, tanto más cuanto menos puede admitir su existencia el irredentismo islamista.


En principio el antisemitismo occidental parece extraño al antisemitismo religioso original e incluso a su metamorfosis nacionalista y totalitaria. Por debajo del mismo puede estar la indiferencia de la izquierda ante el significado moral del Holocausto, en lo que este significaba de símbolo de la erradicación de la libertad y la conciencia ética; también tenemos el contagio oportunista del antisemitismo islamista; no menos la potencia mediática con la que la tragedia de Palestina conmueve los corazones del acomodado Occidente, resucitando la mala conciencia por los sufrimientos que Occidente infringió a los pueblos del tercer y que según la propaganda "progresista" son la causa del bienestar occidental. Sin embargo no es banal que el antisemitismo no ha sido un fenómeno masivo en la mayoría de Occidente desde la II GM, mientras que se ha ido asentando en las élites intelectuales y universitarias, así como en todas las extensiones activistas.


Mientras en las clases populares, al menos en España, la simpatía mayoritaria por el pueblo palestino no mueve a un antipatía proporcional contra Israel, las élites neocomunistas y su partidos y terminales hacen gala de un antisemitismo implacable. ¿Hasta que punto mueve a ello el humanitarismo por el sufrimiento palestino? ¿Hasta que punto hay una propensión antisemita que ha salido a luz por la ocasión que ha deparado la guerra contra Hamás e Irán?


Aunque sinceramente en muchos hubiera una disposición humanitaria, está fuera de toda duda que el antioccidentalismo es el leit motiv insobornable del neocomunismo occidental y que sólo en base a esta propensión se despierta selectivamente la solidaridad humanitaria. Sobrarían ejemplos clamorosos de causas bien dolorosas, que merecen esta preocupación en vano, Sahara, Venezuela, Ucrania, los masacrados por Hamás... La simpatía popular por la población y el éxito en la propaganda mediática llevan al convencimiento de que la causa palestina es la suya, la de las élites supremacistas, y que eso conlleva la causa por la desaparición de Israel. Como ocurre repetidamente en la historia lo oportuno puede tornarse materia de fe, y en este caso la fe en la causa antisemita ya es estructural. El wokismo ha invertido el grueso de su capital y crédito propagandístico en esta causa como para no creer en ella.


Consumiéndose en este palestinismo sobrevenido ¿es su corolario antisemita un reflejo complementario que daría sentido a esa supuesta convicción o renueva el antisemitismo del que se hace gala un reflejo ancestral que perdura como una maldición cualesquiera que sean los cambios históricos? En favor de esto segundo tenemos la presteza con la que esta inquina se ha destapado. Pero este reflejo aunque tuviera su origen en la cuestión religiosa excede a esta de tal manera que tal contenido, fuera del ámbito islamista, ya es irrelevante. De la misma forma ya es también irrelevante la contaminación nacionalista que desembocó en el Holocausto. Sólo parece motivar ese reflejo la cuestión económica. Pero la solidez del Estado del bienestar convierte en una excentricidad la condena cristiano pobrista de la "usura". Así al menos para el pueblo, ¿pero también para las vanguardias activistas que se sienten representantes del pueblo en nombre de la historia? Seguramente en este fondo, por muy traído por los pelos que esté, se bucea para revitalizar el resentimiento secular que mueve los instintos iliberales.


La denominada cuestión judía puso a prueba el valor de la tolerancia y fue clave en la promoción de tal valor en la Ilustración, tanto dentro como fuera del judaísmo. La existencia de Israel fue en gran parte mérito del espíritu de tolerancia. La condena del derecho a la existencia de Israel culmina simbólica y prácticamente el ascenso de la intolerancia que se ha consagrado en el siglo XXI. La novedad de hacer de la historia el terreno de juego en el que se dilucida el triunfo de la intolerancia en nombre de la virtud ha hecho inevitable que esto acabará poniendo en el centro de la diana a Israel. ¿Acaso se entiende Occidente y la humanidad al margen del judaísmo?




domingo, 5 de octubre de 2025

LOS TIEMPOS DE SANCHEZ

Lo único claro del mandato de Sanchez es que este ha unido su destino y sus negocios a la cancelación de la democracia, cualquiera que sea la forma que tome la alternativa dictatorial. Su mayor éxito es haber conformado un bloque "político social" comprometido con ello, "cueste lo que cueste". Cabe que Sanchez sólo sea el "mascarón de proa" de ese engendro o lo maneje con puño de hierro. Hay muchas variantes posibles entre ambos extremos. Pero esa maquinaria está en marcha de la peor manera posible: convencida de que "podemos" y de que "no cabe otra". 

 

En la lógica del proceso se ha interpuesto un actor inesperado, la justicia. La soberbia sanchista no contaba con ello una vez que tenía garantizada la impunidad y el derecho a "la pernada" por parte de su partido y sus socios, así como del aval de los canales de manipulación de la opinión pública, convertidos en la expresión pública de la legitimidad del bloque de poder, y de las radiaciones de la maquinaria del Estado. La "intromisión" de la justicia no puede ser interpretada desde esa acera mas que como una "conspiración facha". Pero ese "diagnóstico" sólo revela que para ese bloque todo se mide en términos de la realización del proceso y que ese proceso lo justifica todo, por supuesto la mentira, la hipocresía y la corrupción sistémica.


No es posible saber cual podría ser la evolución de ese proceso de no haber estallado toda la corrupción, y de haber merecido la atención de la justicia. Las negociaciones con Bildu y Puigdemont sólo sugieren un apunte de lo que está por cerrar. Menos es posible conjeturar, con un mínimo de verosimilitud, de qué forma pueden neutralizarse las peores consecuencias y salir indemnes si el cabecilla tuviera que rendir cuentas personalmente y no por avatares interpuestos.


Dado que, en el peor de los casos, ante el mismo socialismo se abre la sombra de su desaparición, cosa inimaginable hasta ahora, es claro que hemos entrado en el escenario más crítico, el escenario del todo o nada. Por el momento ya es bastante que incluso esa posibilidad aparezca en el horizonte y sería muy extraño que no afectara a las mismas bases, bien para extremarlas hasta el delirio o para desmoralizarlas.


¿Qué tiempo le queda entonces a Sanchez? Por ahora tiene que hacer tiempo a la espera de que sus opciones se vayan esclareciendo. Cosa novedosa también para quien sólo funciona dominando los tiempos bajo la premisa de que sólo él mismo los marca. Según las pautas que destacan los analistas estamos ante tres posibilidades. Primero resistir hasta las próximas elecciones fiándolo todo a ganarlas, segundo resistir solidificando el actual bloque del poder para, de perder las elecciones y no pudiendo gobernar, asegurar una reacción contundente que relance definitivamente el proceso cancelador. En tercer lugar forzar un golpe de mano "constituyente" preelectoral o como programa electoral.


Es evidente que son escenarios volátiles y en gran parte intercambiables, con lo que el hecho de que ninguno ofrezca certeza, igual que agita los nervios provoca en todos los concernidos la tentación de aprovechar para su parte la oportunidad que se ofrece, según la lógica del "ahora o nunca".


El primer escenario parece paupérrimo. Sólo con un pucherazo a lo Maduro o con una intervención intempestiva del TC podría salir algo adelante. Pero estaría en manos de la suerte y es dudoso que sus socios más interesados se la jueguen con él algo tan improbable si han llegado tan lejos.


El segundo escenario es el más verosímil. Pero depende de dos factores imprevisibles. El primero es la fortaleza del fervor socialista, su disposición combativa y callejera. El triunfo y los posteriores gobiernos de Aznar dejó anonadadas a las masas socialistas hasta el Prestige e Irak. Mentalizados desde entonces de que la consecuencia de la derrota puede ser la desaparición, tienen que asimilar que la derrota electoral, además de "una injusticia", es una oportunidad catártica, según por ejemplo enseño Zapatero y remedó luego Sanchez. Igualmente imprevisible es la capacidad de los líderes de la derecha de conjuntarse y de avergonzar a las masas socialistas por sus líderes. Para avanzar en su proceso el socialismo requiere un liderazgo convincente que, de seguir siéndolo Sanchez, tendría que lidiar con la carga de la vergüenza a poco hábiles y responsables que fueran los líderes de la derecha. Si cede la columna vertebral del pacto anticonstitucional, es decir el socialismo, ¿Sería suficiente la movilización del separatismo catalán y vasco, sumado a ello la ultraizquierda, para revertir el futuro gobierno constitucional y esperemos que constitucionalista?


El tercer escenario sería un órdago cuando sólo queda una carta. Tendría Don Felpie que cometer alguna torpeza o algún desliz, que justificara, ante los socialsanchistas y una parte de la población constitucionalista, la necesidad de un referéndum entre monarquía y república. Pero tendría que ser un desliz de tal magnitud que compensase ante la opinión pública la degradación del sanchismo. Algo así, de darse, sería el colmo del absurdo, vistas las circunstancias.


Si todo es volátil objetivamente, ya la personalidad del personaje que anda por medio convierte lo volátil en caótico. Sólo parece evidente que su preocupación obsesiva concreta, la que no maneja con fines instrumentales, es la familia inmediata. Tal vez en ningún manual de historia aparezca este factor como una categoría política decisiva tan contundentemente. Que esto sea posible en una sociedad moderna y tan rica en historia, y por tanto en intuición política, como España, da mucho que pensar sobre los jirones morales de nuestra convivencia. ¿En eso confía Sanchez?