¿Queda algo del antisemitismo histórico en el actual antisemitismo
neocomunista? El antisemitismo es el sistema de odio más recurrente
de la historia de Occidente y se ha renovado en los grandes períodos
históricos. De origen religioso, cuando la religión vertebraba el
orden moral cultural y político, se ha desparramado este odio
enquistado en todos los ordenes pero especialmente en el político.
En cualquier circunstancia ha sido el chivo expiatorio cuando se
necesitaba tal figura.
Desde la diáspora
la existencia del pueblo judío se ha situado sin pretenderlo en la
falla del sistema imperante. Se impuso en la cristiandad que la
misma existencia del pueblo judío significaba una blasfemia contra
la divinidad de Cristo y la misión evangélica del cristianismo. A
diferencia del Islam, que podía pasar por una desviación maligna,
el pueblo judío era para el cristianismo un pueblo traidor. Sobre
este subsuelo de superstición y dogmatismo se elevó la motivación
que justificaba la persecución de los judíos según las
conveniencias y las disputas políticas y religiosas. Como al mismo
tiempo los judíos por su iniciativa y sentido de la supervivencia
prosperaron hasta ser cruciales para la marcha de la hacienda de los
reinos cristianos, fueron fácil pasto de la animadversión popular.
La constitución de
los Estados nación en el XIX trajo consigo también la renovación
del antijudaísmo original. Una vez que, dejando atrás las
motivaciones universalistas, los grandes Estados Nación europeos,
cifraron su identidad en la homogeneidad étnica y cultural, se tuvo
a los judíos por un disolvente de la unidad nacional y una
sanguijuela extractora en lo económico. Carlos Marx se deslindó de
la visión burguesa antisemita que ya se removía en Francia,
Alemania o el el mismo Imperio Austrohúngaro y en los pueblos
eslavos, a la vez que rehuyó afrontar en serio la cuestión judía.
Ante este antisemitismo burgués insinuó un antisemitismo socialista
que no pasaría sin consecuencias. Sería el antisemitismo burgués
una manifestación de las contradicciones interburguesas y tendría
su solución en el avance hacia el comunismo, cuando ya no tendría
sentido la religión. De forma ambigua descartó que la tolerancia y
la libertad civil resolviera la cuestión judía, haciendo hincapié
en que la alienación religiosa no se disiparía con las libertades
"convencionales". La causa de la emancipación política
civil judía era una baza para el proceso revolucionario, pero a su
vez esto requería que los judíos rompieran sus lazos con el
capitalismo, en especial su dedicación a la "usura".
Este tema retornará
crudamente cuando las clases medias de las grandes potencias
nacionales sientan su prosperidad amenazada. Fue un estimulante de la
ofuscación imperialista que sacudió a las grandes potencias
europeas en el último tercio del XIX. Aunque las élites del
socialismo estaban atentas a la cuestión judía y coincidieron en lo
esencial con la posición de Marx, el antisemitismo no afectó al
núcleo del movimiento socialista ni de las motivaciones de las
clases trabajadoras que se pretendían contrarias a la dinámica
imperialista.
Casi todo está
escrito sobre los intereses y delirios que hicieron del exterminio de
la raza judía el santo y seña de la propaganda y la política
monstruosa del totalitarismo nazi y de como esto galvanizó el
antisemitismo latente. ¿Hasta qué punto sólo era el antisemitismo
una forma de arrastrar al pueblo, es decir de convertir al pueblo en
populacho, o la cuestión judía afectaba a la esencia del
totalitarismo, en este caso nazi? Fue el caso que hasta la ofensiva
propagandista y terrorista nazi la gran mayoría del pueblo alemán
apenas sentía preocupaciones antisemitas, lo que contrasta con lo
fácilmente que fue arrastrado el pueblo alemán. A gran escala se
reprodujo el fenómeno que llevó a la alcaldía de Viena al demagogo
antisemita Karl Lueger, o a desgarrar Francia con el caso Dreyfuss, a
fines del XIX.
Si por una parte el
éxito de la propaganda y el terror antijudío indica la latencia del
antisemitismo original, y la responsabilidad de las Iglesias
cristianas en la conservación de la llama, por otra parte lo cenital
de la cuestión judía para el totalitarismo racista da a entender
motivaciones profundas. Se puede establecer un paralelismo con el
antisemitismo cristiano original que consideraba, como se ha
indicado, la misma existencia del judaísmo incompatible con la
existencia del cristianismo. Este nicho existencial no deja de
ocuparlo el proyecto totalitario racista, como si la existencia de
Alemania fuera incompatible con la existencia del pueblo judío. Más
allá de la superchería, lo trágico fue que así se llegó a creer
sinceramente.A ello llevaba la manipulación nazi de los secretos más
profundos que la historia no ha curado.
Porque el nazismo
veía en el judaísmo no sólo una amenaza con la existencia de
Alemania sino con el destino universal de Alemania, la Alemania que
debía conducir a la "nueva humanidad". ¿Como es posible
que la existencia de un pueblo cuantitativamente insignificante y
bastante integrado en las grandes culturas nacionales modernas
supusiera un peligro para el ideal nazi de la jerarquización racial
del mundo? Por supuesto este proyecto sobrepasaba la integral
homogeneización racial de Alemania. La jerarquización racial era el
medio y el fin del Imperio totalitario del Hombre Nuevo. En la
cuestión de fondo tenemos que la existencia del judaísmo
significaba por sí misma la denuncia del Estado Totalitario en su
condición más intima. Al exterminar al pueblo judío el nazismo
asumía orgullosamente su monstruoso totalitarismo. Asumía que este
desafiaba el fundamento de la dignidad humana. Por encima de la
jerarquización racial y como condición de ella figuraba la
erradicación de la conciencia moral y del sentido de la libertad
personal que define la dignidad humana. Que cada hombre sea un medio
para los fines del Estado resultaba para el Nazismo incompatible con
la existencia del judaísmo, del pueblo que fundó en la conciencia
moral la dignidad humana.
¿Por qué no
procedió de la misma forma contra el cristianismo? Naturalmente no
existe la raza cristiana y eso es esencial. Para el biologismo
racista los lazos de sangre son esenciales para el contenido y la fe
en las ideas. Pero por otra parte la existencia del cristianismo no
constituía un peligro ideológico si se orientaba en favor del
totalitarismo racista la animadversión potencial antisemita del
cristianismo. Lo que así ocurrió en Alemania o Francia con la
inestimable colaboración por acción u omisión de la jerarquía
eclesial. Fue relativamente sencillo atraerse o neutralizar a las
masas católicas conservadoras, habida cuenta de que el compromiso
evangélico en favor de la dignidad de la persona había quedado
olvidado ante la necesidad de asegurar la institucionalidad de la
Iglesia en las sociedades seculares.
Paradójicamente la
mala conciencia que produjo en Occidente y especialmente en Alemania
el Holocausto se disipó en la izquierda intelectual, al menos la de
mayor ascendencia y vocación política. T. Adorno, ciertamente,
enfatizó la requisitoria moral "no es posible hacer filosofía
después del Holocausto", con la que invocaba el colapso
emocional que impedía pensar con rigor y objetividad. Pero fue
precisamente la nueva izquierda quien menos sufrió ese colapso desde
el momento que renovó el ataque del capitalismo con la crítica al
Estado del bienestar. Hay una disolución del significado totalitario
del nazismo en el totum revolutum de la maldad intrínseca del
capitalismo, aunque la doctrina de la explotación cediese su lugar a
la denuncia de la alienación y la de la lucha de clases como motor
de la historia dejase su puesto a la lucha antiimperialista y contra
el sistema. Horkheimer llevó al extremo la igualación de
capitalismo liberal y nazismo al hacer del proyecto ilustrado
"subjetivista" la raíz común de estos sistemas.
Es obvio que al
devaluarse el proyecto comunista como alternativa económico social,
y no digamos que humanitaria, al capitalismo y la Estado del
bienestar, el comunismo se ha renovado en neocomunismo al
especializarse en la manipulación de cualquier posible motivo de
malestar "venga de donde venga y sea el que sea", con tal
que quede bajo su batuta. Todas las causas son causas kleenex a la
espera de los réditos que comporte. Según le vaya a la causa
palestina le puede esperar lo mismo lo mismo que la, hasta hace dos
años, sagrada causa saharaui. Lo único sagrado para el malestar
revolucionario de Occidente es el antioccidentalismo. Hay causas muy
profundas en las que no cabe en este trabajo detenerse, pero es obvio
que Israel se ha convertido en el símbolo de Occidente, tanto más
cuanto menos puede admitir su existencia el irredentismo islamista.
En principio el
antisemitismo occidental parece extraño al antisemitismo religioso
original e incluso a su metamorfosis nacionalista y totalitaria. Por
debajo del mismo puede estar la indiferencia de la izquierda ante el
significado moral del Holocausto, en lo que este significaba de
símbolo de la erradicación de la libertad y la conciencia ética;
también tenemos el contagio oportunista del antisemitismo islamista;
no menos la potencia mediática con la que la tragedia de Palestina
conmueve los corazones del acomodado Occidente, resucitando la mala
conciencia por los sufrimientos que Occidente infringió a los
pueblos del tercer y que según la propaganda "progresista"
son la causa del bienestar occidental. Sin embargo no es banal que el
antisemitismo no ha sido un fenómeno masivo en la mayoría de
Occidente desde la II GM, mientras que se ha ido asentando en las
élites intelectuales y universitarias, así como en todas las
extensiones activistas.
Mientras en las
clases populares, al menos en España, la simpatía mayoritaria por
el pueblo palestino no mueve a un antipatía proporcional contra
Israel, las élites neocomunistas y su partidos y terminales hacen
gala de un antisemitismo implacable. ¿Hasta que punto mueve a ello
el humanitarismo por el sufrimiento palestino? ¿Hasta que punto hay
una propensión antisemita que ha salido a luz por la ocasión que ha
deparado la guerra contra Hamás e Irán?
Aunque sinceramente
en muchos hubiera una disposición humanitaria, está fuera de toda
duda que el antioccidentalismo es el leit motiv insobornable del
neocomunismo occidental y que sólo en base a esta propensión se
despierta selectivamente la solidaridad humanitaria. Sobrarían
ejemplos clamorosos de causas bien dolorosas, que merecen esta
preocupación en vano, Sahara, Venezuela, Ucrania, los masacrados por
Hamás... La simpatía popular por la población y el éxito en la
propaganda mediática llevan al convencimiento de que la causa
palestina es la suya, la de las élites supremacistas, y que eso
conlleva la causa por la desaparición de Israel. Como ocurre
repetidamente en la historia lo oportuno puede tornarse materia de
fe, y en este caso la fe en la causa antisemita ya es estructural. El
wokismo ha invertido el grueso de su capital y crédito
propagandístico en esta causa como para no creer en ella.
Consumiéndose en
este palestinismo sobrevenido ¿es su corolario antisemita un reflejo
complementario que daría sentido a esa supuesta convicción o
renueva el antisemitismo del que se hace gala un reflejo ancestral
que perdura como una maldición cualesquiera que sean los cambios
históricos? En favor de esto segundo tenemos la presteza con la que
esta inquina se ha destapado. Pero este reflejo aunque tuviera su
origen en la cuestión religiosa excede a esta de tal manera que tal
contenido, fuera del ámbito islamista, ya es irrelevante. De la
misma forma ya es también irrelevante la contaminación nacionalista
que desembocó en el Holocausto. Sólo parece motivar ese reflejo la
cuestión económica. Pero la solidez del Estado del bienestar
convierte en una excentricidad la condena cristiano pobrista de la
"usura". Así al menos para el pueblo, ¿pero también para
las vanguardias activistas que se sienten representantes del pueblo
en nombre de la historia? Seguramente en este fondo, por muy traído
por los pelos que esté, se bucea para revitalizar el resentimiento
secular que mueve los instintos iliberales.
La denominada
cuestión judía puso a prueba el valor de la tolerancia y fue clave
en la promoción de tal valor en la Ilustración, tanto dentro como
fuera del judaísmo. La existencia de Israel fue en gran parte mérito
del espíritu de tolerancia. La condena del derecho a la existencia
de Israel culmina simbólica y prácticamente el ascenso de la
intolerancia que se ha consagrado en el siglo XXI. La novedad de
hacer de la historia el terreno de juego en el que se dilucida el
triunfo de la intolerancia en nombre de la virtud ha hecho inevitable
que esto acabará poniendo en el centro de la diana a Israel. ¿Acaso
se entiende Occidente y la humanidad al margen del judaísmo?