Con motivo de la muerte de Chaves
el líder de I.U. de Andalucía pidió aplicar
en Andalucía el modelo chavista, como colofón a la veneración que sus camaradas
han demostrado por tal experiencia. Llama la atención que se conformara con
pedirlo sólo para su tierra y no para toda España, tal vez por modestia o tal
vez porque consideran a Andalucía su patrimonio y lo único que merece su
interés. En todo caso revela la idea de una parte de la izquierda de que
Andalucía sólo puede sobrevivir protegida y tutelada. El problema de fondo es
el enquistamiento de los viejos mitos que la experiencia chavista ha contribuido
a revivir al rebufo de la presente crisis económica. Destaca sobre todo el
error de creer que la justicia y la lucha contra la pobreza son posibles sin el
respeto a las garantías de sistema democrático y sin eficiencia económica. Que
el Estado invada todos los espacios de la vida y convierta a la ciudadanía en
una masa gregaria, jugando con todos de la forma más grotesca en el mejor de
los casos, suena como una anécdota simpática
o en el mejor de los casos un precio desagradable que hay que pagar. Esta
confusión tiene sentido en sociedades minadas por la pobreza, la injusticia, la
desigualdad social y la corrupción de las oligarquías gobernantes, donde es muy
difícil encontrar el hilo que lleve al desarrollo económico y a unos índices de
calidad democrática que permita sustentar un mínimo Estado de bienestar. Pero
es evidente que objetivamente no se puede tener por justicia ni por igualdad de
oportunidades la socialización de la miseria, la extensión del clientelismo
dependiente de la burocracia estatal hasta los últimos rincones de la sociedad así
como la postración y el aniquilamiento de las clases medias y de los pocos
brotes de dinamismo económico por muy incipiente que esto sea.
El proceso que ha seguido la izquierda
radical heredera del comunismo en España tiene componentes novelescos.Es un ejemplo de como la historia gusta de reirse de sí misma. La
contribución del PCE con Carrillo a la cabeza por la llegada de la democracia
tuvo tintes heroicos y es lamentable que haya quedado oscurecido por la indiferencia
dominante y por la dificultad de la antigua izquierda a asumir las
consecuencias de sus actos. Su heroísmo rayó en la tragedia interna cuando
asumió las reglas de la transición y encabezó la metamorfosis eurocomunista.
Era un proceso que le llevaba lógicamente al socialismo democrático, pero esto
era inaceptable por la propia tradición histórica. La sorprendente ascensión y
el absoluto dominio del PSOE descolocaron el sueño de aplicar en España el Compromiso
Histórico de Berlinguer. Desde entonces las huestes comunistas fueron a la
deriva, obsesionados sobre todo por no quedar absorbidas por el advenedizo
socialismo. Ante ello se ha aguantado más por fe que por saber lo que se puede
hacer. La transformación en una coalición o la pinza con la derecha para
sobrepasar al PSOE son episodios de un proceso que ha llevado a estar con un
pie en el sistema y con otro fuera. Pero la tendencia natural hacia la
socialdemocracia se ha ido diluyendo, dado sobre todo la poca complacencia que
ese modelo más pragmático sigue teniendo en los sectores más activos y
activistas de la izquierda. La decadencia del PSOE tras las frustraciones de
sus experiencias como partido de Gobierno y el aznarismo dieron alas al activismo
izquierdista, dentro del que esta izquierda encontró cierto refugio. El auge de
los movimientos antisistema fue un balón de oxigeno y generó la ilusión de una
renovación ideológica. El chavismo parece fortalecer este designio. En la
práctica más que esta imposible renovación han retornado viejos reflejos y
antiguos fantasmas. En realidad la antigua izquierda comunista y sus herederos
han encontrado un hueco como carabina del PSOE, a modo de guardián de los
grandes tópicos ideales de la izquierda española que el andar de los tiempos tiende
a enmohecer (antiimperialismo, anticlericalismo, república, federalismo,
carácter intrínsecamente malvado del capitalismo y de los empresarios…) . Así
ha ocupado un lugar al sol dando cobijo a la gran cantidad de ciudadanos
decepcionados del PSOE por la izquierda y un lugar ideológico político como
freno al deslizamiento del PSOE hacia la socialdemocracia y en general como
conciencia crítica de la izquierda oficial. Es por ejemplo difícil entender el
zapaterismo y el actual poszapaterismo sin esta presión que bloquea la
adaptación del PSOE a las exigencias de la sociedad actual. Desde otra óptica
se puede considerar que este juego sistema/antisistema tiene un valor positivo
al evitar que una parte de la sociedad se decante hacia actitudes antisistema y
la anarquía nihilista o hacia movimientos tan singulares como el de B. Grillo.
En la práctica este comodín ha dado a la izquierda un margen de maniobra quizá
mayor del que podría tener si el PSOE la concentrara toda, véase por ejemplo las
elecciones andaluzas. En cualquier caso al margen de estas anécdotas el
problema de la izquierda no es de siglas y el hecho es más perentorio si se
tiene en cuenta que una parte nada desdeñable de la intelectualidad, así
reconocida y afamada, se mueve en este ámbito sin que por desgracia lo que aquí
más destaque sea un mínimo de lustre y claridad, más bien hay una atmósfera
agobiante de complacencia en el aplauso fácil.
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