lunes, 3 de febrero de 2014

PEQUEÑA CRÓNICA DE UN DES-ENCUENTRO CIVILIZADO.



Sorprende que A. Mas haya aceptado lidiar el toro de F. González cuando no tiene nada que ganar y sí algo que perder, máxime cuando no debe desconocer que, aunque dicho toro deambule por el retiro, es capaz de revolverse y empitonar al más experto lidiador. Es posible que A. Mas ande sobrado o que, más improbable, subestime a su oponente. Pero lo más probable es que le resultase embarazoso negarse a la lidia, cuando nadie en su sano juicio sería capaz de tachar de facha a F. González y castigarlo con el desprecio de no hacer aprecio. Hay que felicitar a los organizadores del evento por su buena vista. Como era de esperar la velada transcurrió en un tono caballeresco y amable, a sabiendas los contendientes de que  debían guardar las formas a todo precio y que debían afinar los argumentos y mensajes al máximo.

Se han visto las caras un Yupi que saborea su éxito por adelantado y un Patriarca otoñal que ya no pide aplauso a cambio de enseñar al necesitado. A. Mas se dirigía por detrás de González a los charnegos que ahora cobija Junqueras, con la esperanza de que le recompensen por su esfuerzo de convertirlos en buenos catalanes. González buscaba a través de Mas, y también dentro de Mas, al Tarradellas que, se supone, cualquier catalán de toda la vida lleva dentro. Es la diferencia entre quien sólo quiere convencer al convencido, porque entre otras cosas no necesita convencer a nadie más y si lo necesitara no sabría hacerlo, y quien cree que todavía hay alguien que se puede convencer. El mensaje del primero funciona en estos momentos automáticamente siempre que no se deje llevar por la soberbia de pretender razonar y argumentar y se limite a parecer razonable; el del segundo funciona a condición de que exista alguien con ganas de recapacitar y pensar sobre lo que dice, cosa que el viejo zorro olfatea todavía por poco que haya algún indicio. La virtud del patriarca fue la de mostrar que sus posiciones no son meras opiniones, sino razones honorables y sobre todo prácticas. Comparte con la inmensa mayoría de la clase política el cuidado de no ideologizar el debate, aunque sea a costa de no prestar atención a provocaciones mentales como que la estancia de Cataluña en España durante los últimos trescientos años, es decir desde que se compone España, ha sido un infierno para los catalanes. González como buen judoca prefirió  señalar la contradicción de que la reclamación de independencia venga a coronar los treinta años que en todo caso “se salvarían” después de tan tortuoso pasado. 
El debate tuvo dos momentos casi mágicos. El primero cuando la sinuosidad del patriarca despistó tanto a Mas que este admitió estar dispuesto a dialogar sobre un acuerdo en materia económica, momento en el que el viejo zorro le miró como si olisqueara la presa. Mas tuvo que zafarse como pudo jurando y perjurando que por el habría  dialogo, pero que nunca por parte del Gobierno. Lástima que cuando Ébole le puso en bandeja a González rematar la faena, al preguntarle a Mas si aceptaría un pacto fiscal a cambio de retirar el referéndum, desperdiciara la oportunidad, quien sabe si por exceso de caballerosidad o porque le vino a la mente el efecto para la “solidaridad interterritorial”. Ante la ofendida negativa de Mas era fácil apostillar que, si consideraba bueno el pacto, ¿por qué no lo procuraba al menos con el mismo ahínco que pone en el referéndum?. El otro momento vino cuando el patriarca sacó las garras e hizo saber que a los líderes europeos les “aterrorizaba” todo esto. Más se vio fuera del guión, tanto por la contundencia de su interlocutor como por el contenido de lo que sonaba a advertencia de inciertas resonancias. Un líder radical podía hacer oídos sordos y reírse envalentonado, ¿pero puede sustraerse quien como Mas pretende cuidar su perfil de hombre seny?. El yupi solo acertó a balbucear que lo de Cataluña es una cosa excepcional, como Escocia y Flandes todo lo más, y cerró el episodio con un gesto de circunstancias que venía a decir “¡qué le vamos a hacer, ya lidiaremos ese toro en su momento¡”. Hubo también un  momento casi cómico cuando el presentador mostró al padrino de los jóvenes convergentes a sus ahijados, haciendo propaganda estos de cómo Andalucía se aprovechaba aviesamente de Cataluña. González estiró el cuello como si saliese de su encogimiento, sin duda que tocado en su fibra sensible; Más echó balones fuera agotando como un virtuoso consumado su slogan fetiche: “eso es una consecuencia del caldo de cultivo en el que se ha puesto a Cataluña”, “nos provocan tanto que a veces no es posible reaccionar de otra manera”vino a decir. Todo fue en suma un entretenido y civilizado desencuentro, como si en medio de los nubarrones que anuncian la tormenta que se avecina y se prepara afanosamente en el circo, los gladiadores tomaran una pausa para hablar de sus tretas. En el fondo se respiraba una atmósfera mezcla de melancolía y fantasía. Vino a coincidir la añoranza de los tiempos felices de la transición y del gobierno socialista, cuando los nacionalistas estaban en su sitio, incluso al pedir más, con la fantasía de los tiempos venideros que Más ya empezó a creer, no hace mucho, que podrán hacerse realidad aunque nunca hasta hace un año se lo hubiera propuesto en serio. En un rato ha parecido que el fantasma del apagado Napoleón de Santa Elena compartiera mesa con el advenedizo Napoleón del 18 Brumario.
Pero la buena compostura del patriarca socialista puede trascender positivamente a favor de la causa constitucionalista más allá de los efectos inmediatos del debate. Puede animar a los constitucionalistas a entender que en un debate racional se tiene las de ganar. Pero sobre todo puede hacer ver a los antiguos seguidores de F. González y a los actuales seguidores del PSOE, todavía bastantes deben coincidir, que la cosa va en serio y que se puede llevar por medio a todos. Por cierto que casi simultáneamente la líder emergente, de lo que parece ser más propiamente "P.S.O.Equidistante", en su viaje a Barcelona no se pudo sustraer a la tentación inveterada de ponerse en medio de los “separadores y separatistas”, seguramente para gustar a los muchos de los suyos que se avergüenzan de proclamar su deseo de formar parte de España. Pero ya es hora que se dé cuenta del regocijo que esto provoca en quienes pretenden hacer pasar su proyecto separatista por un acto de dignidad de quien no tiene más remedio que defender su honor ante quien se empeña en agredirlo. La siembra del patriarca debió caer en mejor tierra, pero siempre se ha sembrado sin parar mientes en la cizaña.

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