sábado, 13 de octubre de 2018

LA NORMALIZACIÓN QUE FALTA


España es problema porque siguen las cuentas pendientes. No es algo abstracto y esencialista sino muy concreto y político. Las cosas por su nombre: la izquierda renegó de la tradición histórica de España. Su proyecto no fue de continuidad, ni de reforma, sino de sustitución integral. La nueva España significaba la desaparición de la España anterior, es decir su desvalorización absoluta. Fracasada en este intento asumió la transición como un dejar en suspenso la cuestión de España, ni continuidad, ni reforma (que es una forma de continuidad), ni sustitución (¿por qué podía sustituir a una España democrática?).

La suspensión se sustanció en la retirada al autonomismo y al europeísmo, proyectos encomiables sino fuera por ser sustitutivos camuflados de la lealtad colectiva. Era inevitable que cuajara el distanciamiento de la idea de España . De repudio de la tradición a repudio de la realidad y por fin negación de la identidad. Pero ya este extremo es absurdo, no se puede no ser español, como un Perez no puede dejar de ser de la familia de los Perez aunque su familia le repugne. Creerse que los Perez no existen o no son una familia no arregla su problema. Un individuo puede olvidar su familia, pero una nación no se puede olvidar de sí misma hasta que no desaparezca, lo cual es posible aunque todavía no existan experiencias históricas salvo la de Yugoslavia, que era una nación por cuajar en condiciones extremadamente desfavorables. No como España, nación históricamente acrisolada, por muchas que sean y hayan sido sus imperfecciones.

En esta encrucijada las posibilidades son: que la izquierda “se reconvierta” y se haga patriótica, que la derecha se imponga y asuma en solitario la defensa de la democracia y la unidad de España, que la izquierda siga en sus trece y acceda a la fragmentación de España. Lo primero parece milagroso porque la sospecha sobre la expresión política de España es eje vertebral de la identidad que se ha creado la izquierda. Lo segundo es improbable porque en la sociedad española es más poderoso el complejo que la conciencia de la propia realidad. Lo tercero es extremadamente difícil porque aunque las elites políticas de la izquierda tienen este asunto por una cuestión de conveniencia, no de convicción, la masa social de izquierdas se siente española aunque no vea contradicción en sentir más importante ser de izquierdas, es decir antiderechas. Por eso asume que el sentimiento de españolidad no debe tener expresión política.

En los ámbitos de las élites izquierdistas se difunde de forma expresa o con subterfugios que no puede haber patriotismo porque  España no es un Estado democrático y defender España es defender el autoritarismo. Así según la Señora Colau es preferible la independencia de Cataluña porque traería más democracia a Cataluña  y a toda España. 

¿Cuán lejos esta la izquierda en asumir ese planteamiento? Por muy evidente que sea lo impostado de esta estratagema, es bien tentadora para las élites socialistas que tienen la sartén por el mango. Pero ponerse a convencer a su electorado de que la independencia de Cataluña es algo secundario y que lo importante es "lo social" , es demasiado riesgo. Por muy lanzado que sea Sanchez,  los suyos incluso los más próximos, no se pueden convencer sin más de que se pueda afrontar esa aventura pasando de la "autonomía especial" a un procedimiento que permita la independencia. A los sanchistas les queda mucha margarita por consultar.

Más allá de la evolución puntual de los acontecimientos, la verdadera normalización depende de que la masa social de izquierdas asuma que la expresión de lo español no es políticamente sospechosa, por no decir incorrecta. Que venga por sus élites o contra sus élites sería secundario, pero parece improbable que estas masas se tornen realistas y patrióticas si sus élites no cambian de mentalidad y comprenden de otra forma su identidad.

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