España es problema porque siguen las cuentas pendientes. No es algo
abstracto y esencialista sino muy concreto y político. Las cosas por
su nombre: la izquierda renegó de la tradición histórica de
España. Su proyecto no fue de continuidad, ni de reforma, sino de
sustitución integral. La nueva España significaba la desaparición
de la España anterior, es decir su desvalorización absoluta.
Fracasada en este intento asumió la transición como un dejar en
suspenso la cuestión de España, ni continuidad, ni reforma (que es
una forma de continuidad), ni sustitución (¿por qué podía sustituir a una España democrática?).
La suspensión se
sustanció en la retirada al autonomismo y al europeísmo, proyectos
encomiables sino fuera por ser sustitutivos camuflados de la lealtad
colectiva. Era inevitable que cuajara el distanciamiento de la idea
de España . De repudio de la tradición a repudio de la realidad y
por fin negación de la identidad. Pero ya este extremo es absurdo,
no se puede no ser español, como un Perez no puede dejar de ser de
la familia de los Perez aunque su familia le repugne. Creerse que los
Perez no existen o no son una familia no arregla su problema. Un
individuo puede olvidar su familia, pero una nación no se puede
olvidar de sí misma hasta que no desaparezca, lo cual es posible
aunque todavía no existan experiencias históricas salvo la de
Yugoslavia, que era una nación por cuajar en condiciones
extremadamente desfavorables. No como España, nación históricamente
acrisolada, por muchas que sean y hayan sido sus imperfecciones.
En esta encrucijada
las posibilidades son: que la izquierda “se reconvierta” y se
haga patriótica, que la derecha se imponga y asuma en solitario la defensa de la democracia y la unidad de España, que la izquierda siga en sus trece y acceda
a la fragmentación de España. Lo primero parece milagroso porque la
sospecha sobre la expresión política de España es eje vertebral
de la identidad que se ha creado la izquierda. Lo segundo es
improbable porque en la sociedad española es más poderoso el
complejo que la conciencia de la propia realidad. Lo tercero es
extremadamente difícil porque aunque las elites políticas de la
izquierda tienen este asunto por una cuestión de conveniencia, no de
convicción, la masa social de izquierdas se siente española aunque
no vea contradicción en sentir más importante ser de izquierdas, es
decir antiderechas. Por eso asume que el sentimiento de españolidad
no debe tener expresión política.
En los ámbitos de las élites izquierdistas se difunde de forma expresa o con subterfugios que no puede haber patriotismo porque España no es un Estado democrático y defender España es defender el autoritarismo. Así según la Señora Colau es preferible la independencia de Cataluña porque traería más democracia a Cataluña y a toda España.
¿Cuán lejos esta la izquierda en asumir ese planteamiento? Por muy evidente que sea lo impostado de esta estratagema, es bien tentadora para las élites socialistas que tienen la sartén por el mango. Pero ponerse a convencer a su electorado de que la independencia de Cataluña es algo secundario y que lo importante es "lo social" , es demasiado riesgo. Por muy lanzado que sea Sanchez, los suyos incluso los más próximos, no se pueden convencer sin más de que se pueda afrontar esa aventura pasando de la "autonomía especial" a un procedimiento que permita la independencia. A los sanchistas les queda mucha margarita por consultar.
Más allá de la evolución puntual de los acontecimientos, la verdadera normalización depende de que la masa social de izquierdas asuma que la expresión de lo español no es políticamente sospechosa, por no decir incorrecta. Que venga por sus élites o contra sus élites sería secundario, pero parece improbable que estas masas se tornen realistas y patrióticas si sus élites no cambian de mentalidad y comprenden de otra forma su identidad.
Más allá de la evolución puntual de los acontecimientos, la verdadera normalización depende de que la masa social de izquierdas asuma que la expresión de lo español no es políticamente sospechosa, por no decir incorrecta. Que venga por sus élites o contra sus élites sería secundario, pero parece improbable que estas masas se tornen realistas y patrióticas si sus élites no cambian de mentalidad y comprenden de otra forma su identidad.
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