domingo, 20 de abril de 2025

LA NUEVA TENAZA TOTALITARIA

 

La época desprende un tufo totalitario como en los años treinta. Claro, las circunstancias no son las mismas y tanto no lo son que hay razones para esperar que la sangre no va a llegar al río. La libertad y el bienestar son hábitos bien arraigados en Occidente, pero ya no son ilusiones o ideales. Tanta es la habituación, que la democracia y la libertad se dan por amortizadas y han dejado de ser ilusionantes, como por ejemplo ha dejado de ilusionar acabar con la esclavitud o el trabajo infantil.


Esta costumbre de la libertad y del bienestar constituye a pesar de todo el entramado moral del la democracia, por lo que la reversión a un orden totalitario no puede por menos que hacerlo con muchas cautelas, a diferencia de los tiempos del hambre y de los camelos utópicos.


Una de las virtudes de la democracia es que protege el derecho a censurarla, e incluso a "apostatar" de la misma o más ampliamente a censurar "el sistema". Es signo de fortaleza y de confianza en la salud cívica. Pero esta salud se ha ido deteriorando y con ella la conciencia democrática. Igual que es natural culpar al sistema del "mal gobierno" o del malestar de la vida, lo que en parte aviva la democracia y en parte la paraliza, lo es la reacción de los líderes y las élites políticas a protegerse de la "malicia popular". Cuando esta dialéctica degenera en mutua desconfianza los canales de comunicación entre las clase política y la sociedad civil se obstruyen de eufemismos, medias verdades, generalidades y obviedades, cuando no ya como ahora de bravuconadas, etiquetas difamantes, demonizaciones, etc.


Es común en las democracias la perdida de confianza entre el poder y la sociedad civil, pero también con ello la mutua desnaturalización. No es el caso tratar algo tan complejo como sus causas y responsabilidades en la hora actual, importa que esta desconfianza se esta tornando irreversible. El caso es que está perdida de confianza mutua ya no es una inclinación natural, es un lastre consagrado. Que esto suceda con el florecimiento de los derechos y la conversión de reivindicaciones en derechos, da a entender que la misma sociedad desconfía de que el sistema que ha facilitado esta proliferación urda abortarla.


La esquizofrenia social y el encapsulamiento político abonan el peculiar revival totalitario de nuestro tiempo. Lo llamamos "populismo" para salir del paso, pero la demagogia, anida en la política desde siempre. Esto apunta más alto. Como en los años treinta, la pinza totalitaria de comunismo y nazi/fascismo contra la democracia liberal, convoca fuerzas "iliberales" de izquierda y derecha, que a la vez que aprietan contra lo mismo compiten entre sí. Especialmente la izquierda para suprimir a la derecha, tema que se puede dejar aparte.


Pero es común el esmero en incitar y aprovechar la atmósfera cuajada de desconfianza colectiva hacia la democracia. Más allá del contexto histórico la mentalidad totalitaria se envuelve de ropajes democráticos y reivindica para sí la "verdadera democracia". Sea por la retracción de los demócratas, sea por la misma pulsión ciega de la sociedad de masas que anida en la entraña de la sociedad civil, el hecho es que la idea de la democracia se está devaluando a pasos agigantados.


No se rechaza la idea de la democracia y la democracia como tal, a diferencia de los tiempos aciagos, sino que se tiene por democracia y libertad el derecho de la mayoría a dictar arbitrariamente su voluntad una vez tomado el poder, incluyendo la apropiación de la maquinaria del Estado según sus deseos e intereses. En los sistemas totalitarios esta no es más que una dependencia del Partido, único poder soberano.Ahora se actúa como si lo fuera por derecho.


Esta desviación puede llegar hasta identificar la mayoría o minoría gobernante circunstancial con el "pueblo" o la ciudadanía como un todo. Ya es habitual en consecuencia el sobrentendido de que la política es una guerra de amigos contra enemigos y de que los enemigos son los otros, "el enemigo del pueblo". Estos carecen de espíritu democrático y en consecuencia de legitimidad.

Cierto que predomina la desconfianza pasiva, la desconexión de la política como si lo que anda en juego fueran "líos entre políticos", que "ni nos van ni nos vienen" o ante los que "no hay nada que hacer". De la misma manera que no es menos cierto que el aumento de la apatía civil, y parte de esta apatía es la privatización del sentir político, incrementa la fuerza y la influencia política de quienes desconfían activa y doctrinalmente.

Esta bastarda idea de la democracia puede dar mucho juego y seguramente estamos en el comienzo de lo imprevisible. De momento está por ver si en el fondo de la conciencia colectiva todavía rige el sentimiento de que la democracia tiene sus reglas y es un sistema de reglas que incluyen a sí misma, y que estas reglas son en el fondo éticas a diferencia de las reglas brutas del poder. Sería que el entramado moral resiste.

Naturalmente este panorama mental corresponde a la confusión que genera en la opinión pública el sentimiento de que el mundo es ingobernable, como si las contradicciones de todo tipo se arremolinaran a las puertas de la fortaleza de la civilización. Dejemos aquí este apunte.


 

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