martes, 17 de junio de 2025

AUTOMATISMOS SANCHISTAS

 

 

*Consagrada la autoamnistía, lo horrible es que en esta guerra de Sanchez contra la democracia no puede haber certeza alguna sobre el resultado, sobre si corre más peligro Sanchez o la democracia. A partir de ahora no hay que perder de vista que está en el acecho el principal protagonista hasta ahora tapado, porque no se le quiere ver. Me refiero al referéndum de autodeterminación. En buena medida el desenlace depende del cálculo de los nacionalistas: si les conviene forzarlo ya comprometiendo a Sanchez con el peligro de que se rompa de verdad el PSOE, o se rebele la mayoría social, o si les conviene que Sanchez sobreviva a toda cosa, con el peligro de no poder impedirlo y verse manchados en el intento.

 

*La exposición pública de la obscenidad sistémica marca el momento crítico. Ya es o todo o nada, para Sánchez y su ralea, pero no menos para la democracia y España. Ahora ya no cabe dejar hirviendo la rana democrática, sin que esta lo note. O se la achicharra o esta escapa. Pero ahora a la vista de todos es el Demente quien está en ebullición.

 

Por muy seguro que hasta ahora haya estado el Demente de su impunidad, por muy inconcebible que le parezca que no es invencible, tiene que afrontar la decisión más crucial de retirarse o incendiarlo todo, sin estar seguro, tal como hasta ahora ha ocurrido, de que todo está a su favor con tal de obrar con audacia.

 

¿Puede atreverse el Demente a dar un golpe de mano que lo libre de la agonía a sabiendas de que puede perder? No puede ser otra la exigencia de sus socios, si creen que esto es posible. Estos no saben a ciencia cierta si tendrán más oportunidades, pero ahora se les presenta la posibilidad de conseguir lo que nunca imaginaron. La contrapartida es cocerse con la rana delirante y tienen que medir si sale a cuenta el riesgo.

 

Al Demente, de seguir con su propósito de siempre, la república dictatorial, le puede preocupar un poco la rebelión del pueblo español, pero seguramente teme mucho más que sus bases se espanten. Tiene que sopesar pues si, con un golpe de mano, con el escudo del TC, paraliza la reacción de los que siempre están en la inopia o si arrastra al sacrificio a sus bases sin darles tiempo para que lo echen.Se cree infalible pero nadie le animará a creer que el espantajo de la ultraderecha y el contumaz "¡Y tú más!" puedan seguir cotizando. Lo de que nos trae el progreso ya suena a escarnio. Se encarama más sobre sí mismo con su verdad profunda: "¡Para chulo Yo!".

 

 Con la paguita a sus socios del desplante ante la OTAN, los invita al canibalismo en su persona y su partido. ¿Se van a conformar con estos alardes que pueden dejar a España tiesa e inerme, (Ceuta y Melilla, cuidado)? Cocerse todos juntos a cambio de algunas "medidas sociales" sería la caridad de la que el Demente se cree merecedor. Raro será que se conformen por mucho que teman que de ir más allá podrán cocerse con su juguete. Pero el "Para Chulo Yo" está dispuesto a desafiar a todo quisqui. Si tantea dar un golpe de mano con garantías, las bases y los socios han de imaginar qué hacer si están emplazados.

 

Movilizar al TC para anular los procedimientos judiciales y a la justicia misma requiere de un panorama trasparente. Tiene que coincidir el interés de las bases y de sus socios para una salida común. Los socios quieren derecho de autodeterminación, los suyos no desaparecer como partido de no poder seguir mandando. ¿Se arriesgarían los socios a exigir el derecho a la autodeterminación a sabiendas de que esto puede ser la tumba del PSOE y no sólo de Sanchez?

 

 Satisfacer a los socios con el derecho de autodeterminación puede ser inadmisible para las bases, no tanto por que les importe la supervivencia de España, sino por miedo a que se los trague el caos. Aglutinar fuerzas en torno a lo único que podría valer la pena el riesgo, la III República, parece desmesurado cuando no está el horno para bollos. Pero si lo dejan a su aire, para el Demente es lo procedente precisamente porque no está el horno para bollos. ¿Qué menos puede desear el Demente que arrastrar a los suyos a la locura sin posible vuelta atrás? ¿Qué puede estar elucubrando pues? 21/6/25

 

*¿No será Sánchez un pánfilo bonachón? Raúl del Pozo se pregunta: «No sabemos cómo los lumpen de nuestro tiempo llegaron a colarse en la dirección del PSOE» ¿Es el prestigioso autor  un alma de cántaro o se lo hace? Igual hay que molestarse en estudiar un poco, también para ser un buen equilibrista.

El pánfilo bonachón huele a azufre: ¿como se puede perdonar que todo estuviera grabado? ¿como podía imaginar que los más suyos de los suyos fueran más bordes que él y lo pudieran dejar en la intemperie? ¿qué le dirá el espejo si le vuelve a preguntar si hay alguien más listo y avasallador que él mismo?16/6/25

 

*Tras la autocanonización del Capitán pasionario y traicionado en su buena fe, una vez que ha unido la salvación de España a su salvación personal, sólo les queda a analistas políticos y politólogos de toda condición dejar paso a psicoanalistas, psiquiatras y cómicos, entre estos unos para reírle las gracias y otros, si hubiera atrevidos, a reírse de sus gracias.

Como la vida, es decir el progreso para la salvación, sigue, no puede haber otro programa para la rueda de visitas de socios y/o compinches que el más bíblico posible:»pedid y se os dará, que tengo la libreta a punto».

Habrán reparado en que ha instalado en su acorazado la brújula del mandato perpetuo: el liderazgo mundial woke y «la conciliación entre los ciudadanos y los territorios», sus puntos cardinales. Por lo primero bien vale reeditar los fastos del Prestige y de Irak, para lo segundo afinar la Confederación y darse prisa. 17/6/25

martes, 10 de junio de 2025

LA ESPAÑA DE LOS DOS MUROS

 

La política española se desenvuelve entre dos muros. Sánchez alardeó de levantar el muro más aparatoso y en ello cifra la médula y el santo y seña de su poder. Es un muro interior al mundo de la política destinado a quebrar el consenso político constitucional y el espíritu de la transición. Bajo el pretexto del peligro de la ultraderecha se hace fuerte en su lado del muro excitando los reflejos revanchistas que parecían sanados por la transición y la integración en la Unión europea y en la estructura política y económica de Occidente.


Pero este muro relativamente novedoso está detrás de otro muro más contumaz que ha ido levantando de forma subrepticia la sociedad española durante años. Los españoles hemos creado un muro entre la vida y la política, entre la sociedad civil y el Estado. Este muro mental establece que "mi vida es mía" y la vida de todos "es cosa de los políticos". Lo hemos hecho con nuestro característico instinto funcionarial. Igual que la mayoría de españoles aspira a ser funcionarios, a la espera de tener un cobijo perpetuo para la propia vida, funcionarialmente sale adelante la aspiración a que las preocupaciones mundanas, esos inciertos y tórridos avatares políticos, sean lo menos perturbadores, afecten lo menos posible a nuestra inteligencia.


Avisados de que los políticos sólo buscan camelarnos, hemos descubierto que la mejor manera de no caer en las trampas de la política es desposándose de por vida con su partido, como partido de sus amores dechado de virtudes. Como en todo amor verdadero una vez elegido ya es para toda la vida. Tanto que la infidelidad a un juramento de amor eterno, destrozaría la raíz sentimental del propio ser. Aparentemente no sólo no se reniega de la política, como deber cívico, sino que se la adora. Una vez tomada la elección perpetua todos nos sentimos en plenitud de virtud y de responsabilidad cívica. Pero sin menoscabo de que el ejercicio cívico más virtuoso sea la obediencia a su amor político. Incluso, como en la antigua religión, no hay mejor ocasión de demostrar la fidelidad debida cuanto más incomprensible y zozobrante parece la conducta de los líderes naturales.


Las causas de la construcción de este muro radical deben ser muy complejas o muy simples según se mire. Tratarlas sobrepasa este apunte. Baste indicar lo más inmediato y plausible. Hay un ámbito de confort suficiente como para que cada cual pueda hacer su propia vida. Se tiene el bienestar personal ya como algo natural, independiente de las contingencias políticas. Se ha digerido la democracia como un escenario tan eterno y natural como las estrellas. Dentro de ella los políticos son actores que medran por sus intereses y negocios, como si interpretaran un sainete de pícaros. Pero lo importante es que el escenario sea perenne, cualquiera que sea el mérito de la función.


Se dirá que este desprendimiento del público respecto a los asuntos comunes y su indiferencia ante la trascendencia de la actividad política, contrasta de mala manera con su entrega amorosa a las estructuras partidarias "de toda la vida", o los bloques doctrinales de siempre. Pero este es un país muy viejo lleno de escondites para sobrevivir. Se entiende la aparente paradoja si volvemos la vista a nuestro molde ancestral, el que pervive generación tras generación, con religión o sin ella. ¿A algún católico, sea muy de ir a misa o de ir sólo a comuniones y bodas, le importa mucho si el papa Francisco estaba por la Teología de la liberación o Benedicto XVI por un liberalismo racionalista, por no pormenorizar mucho más? ¿le importa a alguno si León XIV es más de lo uno o lo otro? Como diría Spinoza, con perdón por el atajo, se ven las cosas de "las alturas", y la política son las alturas de nuestra época, "sub especie aeternitatis".


Pero esta extendida coincidencia es puramente negativa. Bajo una apariencia de tranquilidad es un terreno propicio para que se deshilache el consenso político fundamental de una sociedad democrática. Consenso que, a la vista está, es extremadamente frágil. Si bien es común a las grandes regiones sociológicas el despojo funcionarial y la delegación de la propia responsabilidad en el Totem partidario o simplemente en el Bloque ideológico, la izquierda y la derecha sociológica tienen una actitud hacia la política radicalmente opuesta.


Mientras la izquierda es heredera de una tradición ultrapolítica, la derecha se debe a la herencia de una tradición marcada por el apoliticismo. La izquierda se identifica con la lucha contra el poder, la derecha con el respeto al Estado, en quien fía la exclusiva de la solución de los asuntos políticos. La izquierda entiende la política como un juego de lucha por el poder, la derecha la entiende como la gestión de los asuntos comunes. Los de izquierdas creen que su interés personal está en el interés común de su grupo social o en su caso identitario. Creen que la mejora de su vida va de la mano de las conquistas sociales. Los de derechas creen en la oportunidad que les ofrece la ley y el orden social. Por eso los primeros se confían en la fetichización de los servicios públicos y en el fondo de la ingeniería social si ellos son los ingenieros, los segundos sólo están en condiciones de matizar ese fetiche.


No hay que insistir mucho en la hegemonía doctrinal de la izquierda. Tiñe toda nuestra democracia. En su ascenso felipista era cómoda y hasta amable. Ahora se ha vuelto hosca y lacerante para cualquier mente desinhibida. La derecha social ha matizado su indiferencia política pasando de la adaptación bien llevada al pasmo cuando Zapatero y a la indignación impotente llena de perplejidad con Sánchez. Como la derecha social solo quiere vivir en paz creyendo que la convivencia cívica está hecha para quedarse, y la izquierda social triunfar a toda costa, es decir anular a la derecha hasta la desaparición si fuera posible, esta hegemonía tiende a conservarse a pesar de su asfixiante toxicidad.


Si alguien se pregunta por qué en España no ha cuajado el liberalismo, ni pinta que lo haga, pese a ser la cuna del término y en parte de la idea, no debiera extrañarse. Pero es otra historia, muy complicada seguramente.


El hecho es que el muro sanchista se erige sobre el suelo de este muro mental formado por decantación anónima, por la lógica de las actitudes sociales y su espesa tradición. En el interior de la política que la sociedad separa de su vida, el muro sanchista separa la convivencia política en dos y de paso toda la convivencia civil, ante la inconsciencia de los incautos. En este espacio entre muros se tienen que fajar los contendientes políticos, no sólo los políticos de oficio y dedicación, sino además las huestes activas, la gente que se siente comprometida y responsable del devenir público, con sus medios de influencia e irradiación. En suma la gente que ve y escucha las tertulias y las ventanas de la Red.

En esto la ventaja de la izquierda política es notable. Su influencia alcanza con más facilidad a su parte más pasiva y funcionarial. Sus canales de movilización están muy afinados y prosperan en el terreno propicio de una mitología popular en permanente alerta contra lo que considera la permanente injusticia del mundo occidental y en especial de España en su raíz. 

A nadie se le oculta que, de estar invertidos los términos y un gobierno de derechas hubiera cometido una minúscula parte de las fechorías sanchistas, hace tiempo se habría desintegrado, por la rebeldía general, entre la vergüenza y el oprobio. La penetración de las derechas en su público puede ser estrecha pero siempre lenta y tardía a corto plazo. Mueve a cambiar la percepción sobre su situación, pero no sus hábitos. Le pesa sobre todo la ausencia de claridad, la espesa niebla de sus conocidos y ambiguos "complejos", bien vigorosos estos porque son comunes a los activos y a los pasivos, a las vanguardias y a los fieles. Por mucho que la parte activa debiera poner remedio, apenas concibe la necesidad de "sincerarse", como dicen los argentinos, de asumir su realidad y su valor y de encabezar algo más que un retoque de la perspectiva de fondo

Sánchez es consciente de que el muro mental entre la vida y la política le da gran ventaja. Quizás cifre en ello su gran ventaja y la fe en su reinado perenne. Porque en esta situación garantiza que las inclinaciones sociológicas sigan encapsuladas y prácticamente inmutables en términos cuantitativos. 

El zafarrancho contra el orden democrático, en nombre de "la alerta antifascista", no sólo tapa el camino de la corrupción, la auto recompensa por sus desvelos "progresistas". Acaba sobre todo petrificando los bloques, de modo que la ira que la corrupción y la desnacionalización de España puede provocar en la derecha, suma a esta en impotente perplejidad, en lugar de darle fe en la fuerza de su derecho. 

Mientras que puede bastar que se conserve la expectativa del triunfo para que los suyos no se desmoralicen y tengan los arrestos necesarios a la espera de que escampe. Indiferentes seguirá la mayoría de estos mientras crean que el trampantojo los beneficia, por nefastas que pueda ser las consecuencias prácticas para ellos también. No en vano el grueso "progresista"es tan clase media como el grueso de la derecha social.

Un muro mental como el descrito no es por supuesto algo exclusivo de España. En cierta manera forma el paisaje de las sociedades globalizadas, nutrido este muro como está, en proporciones variables y singulares, entre otros motivos por el resentimiento, la comodidad , la desconfianza hacia el Estado y la clase política. Pero en España, a diferencia de lo normal en nuestra área geopolítica, no es algo inocente ni neutral, ni sólo un incómodo paisaje. 

Trasciende a sí mismo y oficializa el disenso estructural que hace posible la convivencia política como una actividad honorable y necesaria, ante la que hay que tomarse la molestia de pensarla en concreto y comunicarse con normalidad. En otras palabras sustituye el consenso que permite de forma natural la pluralidad política. Es difícil de concebir que se pueda derribar el muro político interior sin que se abran grietas en el muro social cultural. Todo sigue enredado en la oscuridad mientras tanto. Que el muro de Sanchez es con todos sus aspavientos el muro del silencio.

sábado, 7 de junio de 2025

LA ESPAÑA DE LOS PINGANILLOS Y LA CESTA PUNTA

El taimado no puede remediar expresar su intención o,sino es el caso, hacer ostentación de la misma. Conde Pumpido aparenta lamentarse de que al TC le cae el marrón de solucionar jurídicamente problemas políticos. No hace falta ser jurista ni experto para saber lo que en el fondo sabe Pumpido, que el TC sólo tiene que limitarse a velar por que las leyes sean constitucionales. Tanto lo sabe que lo dicho parece más ostentación que desliz. En la misma línea, la ostentación de los pinganillos y hasta la de la cestapunta, aunque esta pase desapercibida.

Es inequívoco que se convierte a los pinganillos en el símbolo del poder conjunto sanchista separatista. Pronto se unirá la cesta euskalduna frente a "falsa canastilla" española. Con estos símbolos se expresa el incondicional apoyo del separatismo al sanchismo y la correspondiente entrega sanchista.

Lo normal es que un gobierno formado por un partido sostenido por minorías, perdiera el apoyo de estas minorías, atemorizadas de que la putrefacción del partido gobernante las salpicase en camino irremediable a la perdición. En España ocurre lo contrario. Cuanto más nauseabundo es el sanchismo con más brío se le sostiene, sin que las minoría separatistas teman sufrir desprestigio entre los suyos, más bien esperan entusiasmo y agradecimiento. Sucede que las minorías aspiran normalmente a conseguir mejoras y privilegios, pero las nuestras no sólo van a por todas y no pueden imaginar mejor ocasión.

Se puede jugar a resolver el acertijo del que depende la legislatura: si la confederalización de España es un medio para la perpetuación de Sanchez en el poder o si esa perpetuación es necesaria para confederalizar España. A estas alturas es indiscernible cual es el fin y cual es el medio y además es indiferente. Por mucho que la urgencia de como salir de la pocilga lo interfiera, la confederalización de España sigue siendo la clave de bóveda del mandato sanchista, lo cual va más allá de esta legislatura. De no tener sus socios mínimas garantías de que esto "va palante", y que no se va a quedar en meras expectativas, en ningún caso se avendrían a continuar la farsa.

Este proyecto, etiquetado de "Estado plurinacional", sólo puede tener tres contenidos y sólo puede ejecutarse de tres maneras. 

En primer lugar la Confederación pura y dura, la asociación de tres naciones o Estados(Cataluña, Pais Vasco y el resto junto, hasta el momento, llamémosle Expaña) con soberanía compartida hacia el exterior y soberanas hacia el interior, sin mutua interferencia y con algún sistema para articular normas o medidas comunes según convenga. Esto solo se ensayó fugazmente en la Yugoslavia postitista con los resultados conocidos.

Para ser de alguna forma viable, este sistema requiere que en la Expaña domine y gobierne el socialismo, lo que en principio casa mal con su minoría socio electoral en este ámbito. Ya sin la suma de los votos separatistas, que debieran reducirse a su territorio, quedaría sin duda aun más menguada esta posición, por poco que funcionase un sistema democrático. Esta condición de dominio socialista es evidente porque resulta inconcebible que una mayoría nacional antiseparatista admitiese la descomposición confederalista. Se deduce que tal proyecto confederal tendría que acompañarse de la imposición de una dictadura sin tapujos, a la cubana, en la Expaña, complementaria a las dictaduras separatistas de los otros territorios confederados. La confederación pura tendría que ser en suma una confederación de dictaduras despóticas y no hay que ser muy listos para esperar su inmediata evolución en Estados independientes. ¿O acaso el sanchismo estaría dispuesto a impedirlo por la fuerza?

Una segunda forma más tenue y aparentemente más viable sería una determinada regulación de lo que tenemos actualmente, protegiendo jurídicamente la independencia de las regiones separatistas "en sus asuntos"(que tienden al infinito), y manteniendo un parlamento común, como el actual, para que los votos separatistas nacionalistas hicieran posible una mayoría gubernamental "progresista". Tendría para los separatistas por otra parte la ventaja de que podrían seguir  inclinando a su favor todos los aspectos de la política nacional según su conveniencia.

Una fórmula de regulación pertinente podría ser una República con formas externas democráticas consentida por la U.E., lo que tendría que ser compatible, para su mantenimiento,con la colonización institucional y de los núcleos de influencia social más decisivos.

Una tercera forma es la actual, enmascarada de sistema autonómico, ya convenientemente estabilizada, una vez que el poder judicial y la fiscalía en su integridad y las fuerzas de orden público y el ejercito sean cadenas de transmisión otra. Es decir una República del segundo tipo bajo la envoltura de las apariencias del actual sistema constitucional. Esta tiene la ventaja para los separatistas y el sanchismo, el sanchismo separatista habría que decir, de que podría hacerse y deshacerse a conveniencia, evitando un estado de alarma tal que moviera a una rebelión nacional. Pero tiene el inconveniente de que no podría ser permanente y que tarde o temprano debiera definirse por una de las dos opciones anteriores. Por otra parte es dudoso que la masa separatista se conformase con esta especie de limbo mientras la demagogia que la calienta la tiene que poner en permanente estado de efervescencia o al menos de cómplice incomodidad.

Lo paradójico es que el interés racional del separatismo descansaría en las dos últimas opciones y especialmente en la segunda, si fuera posible. Porque ¿como desperdiciar la ocasión de mandar en España de facto y hasta de iure, siendo España su principal fuente de lucro y de negocio y se puedan blindar de la intromisión de "lo español" en su feudo? Pero esto es una disquisición de corto recorrido, habida cuenta de que el móvil separatista es, en su fundamento y justificación, oscuro e irracional, por mucho que se quieran creer que con la independencia obtendrían jugosos beneficios.

Con Sanchez nada es previsible, pero lo más lógico es que piense que el horno no está para bollos, como para encaminarse a la segunda fórmula, la de la República Confederal, y menos aún hacia la primera de la triple República. Pero su subconsciente debe estar en permanente ebullición y tal vez esté tentado de dar un golpe en la mesa, por muy insólito que esto parezca. Todo puede depender de hacia donde le lleven sus pesadillas, tal como padecían los McBeth.

También los separatistas han de optar por seguir aguantando al gobierno hasta que escampe o dar el gran patadón para que la confederación no tenga vuelta atrás. ¿Qué ocurriría, por ejemplo, si emplazaran al déspota de la Moncloa a promulgar un "referéndum de autodeterminación" ( pleonasmo exquisito a sus beneficiarios) por supuesto bien pactado o incluso disimulado? O simplemente si lo emplazaran a un "asunto tan menor" como extender al conjunto del deporte la experiencia de la cestapunta euskalduna.

Les encantaría, y al sanchismo oficial le costaría pensar que es un tema relevante para los suyos. ¿A qué no tiene todo problema una solución jurídica mientras se aguante en el poder lo suficiente? Al fin y al cabo a su masa social ya no le importa si la aventura de Sanchez es vergonzosa y destructiva sino si sólo importa que el hundimiento del partido sea imparable. Disuadir a los suyos del temor al presagio que atenazaba a Macbeth "el bosque se mueve y se acerca", y conjugarlo con su proyecto estrella, es tarea titánica, hasta para el peor y más hábil desaprensivo. Pero Sanchez no tiene otro remedio que seguir hasta el fin para ganarlo todo.





sábado, 31 de mayo de 2025

¿EL SANCHISMO EN CRISIS?

 

Goebbels a los suyos: "Hemos llegado tan lejos que no tenemos otro remedio que ganar".


¿Está Sanchez en Crisis con mayúsculas? De creerlo suscribiría íntegramente la confidencia de Goebbels. De hecho Sanchez llegó para estar en crisis permanente. Sólo concibe el arte eximio del poder como el de convertir las crisis en oportunidad. Pero la crisis es peligrosa y puede enredarse en Crisis con mayúsculas, sin remedio corrector, si los suyos se desmoralizan. El comunismo en el poder aprendió del desmoronamiento de la URSS. Fue la perdición de ese engendro dejar de creer en su eternidad. La enseñanza es que el aparato despótico puede estar tranquilo si su cohorte social, "el pueblo", responde, pero sobre todo que "el pueblo" está tranquilo si el aparato aparenta estar tranquilo.


La carga de la prueba cae sobre el Aparato. Este puede estar tranquilo cuando hace bien su trabajo, que no es otro que aparentar tranquilidad convincentemente. Pero el destripamiento de las cañerías y las cloacas sanchista abre una grieta en este Apotegma. La tranquilidad del jefe ya no asegura la tranquilidad de la grey. La grey socialista está perpleja y se puede desmoralizar y si se desmoraliza puede entrar en pánico y llegar la desbandada. Ante la aventura de el Padrino, de su Padrino, esta grey vivía en estado de incredulidad impostada. Por ambición le bastaba no querer creer lo que estaba a la vista. No mirar lo que ve y ya está. Lo que ahora está a la vista ya no admite comulgar con ruedas de molino, no se puede no querer saber.


Convertir la crisis en oportunidad significa ahora algo nuevo. Es preciso pasar de alimentar la incredulidad por métodos chuscos pero eficaces, a controlar la perplejidad y parar cualquier indicio de desbandada. La alimentación de la incredulidad descansaba en la posibilidad de vincular esta con el miedo al imaginario entramado "ultraderechista" y con el sueño republicano. El despiadado dopaje del instinto de supervivencia sectario, en suma. ¿Sirve este vínculo, una vez perpleja de la grey?


Una masa perpleja sólo puede cohesionarse si se torna cómplice sin remilgos. Creo que esto sólo es posible, por muy contraintuitivo que parezca, si se multiplica la dosis de los sueños y ambiciones. Unir en base a que es legítimo erradicar a la derecha, es decir toda oposición, dando paso si es menester al régimen de los sueños, requiere justificar toda la corrupción "personal" y "familiar" como parte del sacrificio colectivo que la historia reclama. Al fin y al cabo no es más que un desliz desagradable pero comprensible dada la "condición humana". Descaro titánico pero tal vez efectivo, cuando solo cuentan los ajustes de cuentas que mueven a los sueños.


Sanchez desde luego no se va a desmoralizar, ni va dejar de soñar con ajustar cuentas ¿pero se puede creer seguro de que por ello su grey no se desmoralizará? En ese empeño está. Ya se anticipó a lo que esperaba, volviendo su mirada al flanco internacional. Ofrecer a los suyos el liderazgo mundial progrewokista no es peccata minuta. También esto puede contar y mucho para conservar su encanto europeo. ¿Qué pudo ofrecer a la U.E para complacer a Puigdemont? Es de suponer que postularse como el único que es la mejor garantía para que lo woke no sea demasiado molesto. Todavía no ha podido complacer a Puigdemont pero marca la pauta del camino este chantaje refinado a la europea.


Esto no es más que un nuevo escenario. De no recuperar la iniciativa está el sanchismo condenado a sobrevivir agónicamente. Esto no cabe en la cabeza de Sanchez, cuando este habla de resistir piensa en perseguir. Apenas queda margen para la pose, antes que dejarse asfixiar por su mugre y por su careta de cemento tiene que inventarse algún revulsivo.

sábado, 17 de mayo de 2025

¿UN GOLPE DE ESTADO PERMANENTE?

 

Trotsky pretendió inventar la Revolución Permanente. Al menos se quedó con la patente de la Idea. Sanchez puede pasar a los Anales con el invento del Golpe de Estado Permanente. Tiene su precedente inmediato en el espíritu del Procés. Es el milagro de convertir un movimiento en un estado, con minúsculas, sin dejar de moverse, como a escala universal ocurre en esta época del "fin del mundo".


Sanchez ha podido aprender del Procés lo inoportuno que puede resultar consumarse, llegar a su fin. Al proclamar la "República Independiente de Cataluña" sin tener fuerzas de verdad, el montaje que había sostenido la tramoya histórica por décadas pudo descalabrar. No ha sido así por Sanchez, al que hay que otorgarle la lucidez de comprender que su destino personal/histórico está vinculado a la reanimación del Próces, pero ya sin dejarse llevar por la "ensoñación".


¿Quisiera no obstante Sanchez llevar su particular Proceso a su final es decir a la Dictadura pura y dura? Sin duda, pero no es la cuestión. Sabe de sus limitaciones tanto como de la solidez de sus cimientos. Estos años de práctica y de ensayo, sin apenas experiencias históricas propias de las sociedades del bienestar a las que apelar, le han enseñado que puede hacer permanente lo que debiera en buena lógica concluirse para bien o para mal.


Sanchez simplemente se concentra en capitalizar la ambigüedad a su favor. Por muchas y notorias que sean sus fechorías y exhibiciones de chulería y desfachatez, cuenta con que el profundo inconsciente social no puede admitir que la democracia pueda peligrar, como tampoco la sociedad del bienestar. De modo que la asfixia sistemática de la democracia, en la que está empeñado sin necesidad de "salvar las apariencias", puede pasar públicamente por ser una más de las prácticas comunes "de los políticos", esa casta que "ni nos va ni nos viene", salvo que sea ocasión para pelearse.


De una forma inopinada parece como si la historia conspirara a su favor. Los españoles consideramos tan natural la picaresca que podemos ver en su "empoderamiento" un signo de distinción. Podemos ser cínicos pero no a la Inglesa, que es un cinismo estético, sino de "buena fe". Nuestra historia ha producido tanto miedo y resentimiento que vivimos entre el cuidado y la revancha. Sobre todo hay que cuidarse de la política como actividad cívica de hombres libres que requiere conocimiento, responsabilidad y sentido de la verdad. En su lugar todo es admisible, mientras el Estado, que eso es la política, para casi toda España, provea a nuestras necesidades. Sanchez esto lo sabe y lo cuida, es decir aparenta cuidarlo. La mitad de su éxito depende de que saque lustre a esa apariencia. En una sociedad de bienestar es relativamente fácil dar esa imagen providencial, pues, llevadas las cosas a su extremo, está disponible un margen suficiente para el fomento del clientelismo popular. No es baladí insistir en este punto en lo poderoso que puede ser el resentimiento en alumbramiento de los movimientos y mecanismos sociales de derrocamiento del poder o de regurgitación del mismo. Es algo muy elemental que suelen dejar de lado tantos y tantos politólogos.


Pero por encima de ello el socialismo cuenta con el viento favorable de la historia. Aquí se es socialista "porque es lo correcto" y si eres "buena persona" tienes que ser socialista o algo parecido. Es el mito tribal de una "media España", con el que además se acogota la otra media, sin saber por donde cogerlo ni como deshacerse de su llave. Para sus seguidores es muy sencillo: ¿como un verdadero socialista puede querer una Dictadura? Si quiere lo que quiere eso no será una dictadura sino "la democracia perfecta que aquí hace falta". En este sentido el tránsito del socialismo "mesiánico" a la civilidad ha sido efímero. Lo truncó ZP y Sanchez conocedores de los más profundos instintos y reflejos pavlovianos de su grey. No en vano este es el principal activo político de Sanchez, activo consolidado al convertido en una zona de confort compartida con todas las fuerzas centrífugas del resentimiento ibérico.


¿Pero está en condiciones Sanchez de ejecutar su sueño? Las ventajas del estado de proceso pueden volverlo perezoso. La Dictadura pura y dura debiera concluir en el Partido o Frente único, el Estado total, la "solución territorial" y la abolición de la Monarquía. Con la guinda de la marcha de la U.E. Todo junto es demasiado y la ambigüedad da los mejores frutos. Sino la ilegalización de la oposición, su práctico congelamiento; sino la anulación de la libertad de prensa, su condena a la irrelevancia o a la confusión ("ladran luego cabalgamos"); sino la postración de la Justicia, su sometimiento de facto. En fin sino la abolición de la Monarquía, su ninguneo institucional.


¿Y la U.E.? Sin duda es la principal incógnita. No está claro que una dictadura quedara excluida con guardar ciertas formas, sólo parece que una dictadura abierta a lo Maduro sería inadmisible. ¿Pero que diferencia hay entre este proceso dictatorial y una dictadura que guarda sus formas?¿únicamente el estado de tránsito?. No hay signos inequívocos de que las cúspides de la U.E. se den por enterados,o que incluso les importe si ante ellos se guardan las apariencias. El estado de tránsito es así el de una Dictadura consentida por inverosímil y ajena que sea para los manuales politológicos.


La pregunta no es pues cuanto está dispuesto a seguir Sanchez con su procés particular, sin atreverse a entrar a matar directamente, es decir a lanzarse a proclamar la III República, sino cuanto podrían aguantar la civilidad hispana y el sistema de la U.E. No hay respuesta pero cabe una conjetura. Si no me equivoco creo que a Sanchez le preocupa más el liderazgo mundial que el liderazgo hispano. Ha aprendido que puede mandar en España bien sobrado sin liderazgo alguno, o incluso con rechazo y desprecio mayoritario, siempre que cuente con la complicidad de su media España y de sus socios separatistas. Siempre que los primeros no se desmoralicen y los segundos se acomoden a jugar a obtener las mayores ganancias de forma ilimitada. Pero el peligro puede venir del repudio mundial. La sociedad española, que para eso es muy mirada, podría hacerse eco y, a diferencia de Maduro, depende de un orden del que no se puede desprender sin estar expuesta a la ruina y la miseria. Cuenta así mucho el instinto de supervivencia, es decir de conservar el bienestar, tanto como para Sanchez prevenir el descrédito a esta escala. No en vano lo woke, el reciclado mesiánico, no ha muerto y es fuente de inagotable energía.


Parece que un golpe inacabable pero estable es imposible. Pero no lo es si la fuerza del golpe está condicionada por límites de magnitud imprevisible, y si la resistencia potencial al golpe carece, aun más, de fuerza para clausurarlo. Según la ley de la inercia el movimiento se conserva en su magnitud sino lo modifica una causa ajena. Esto último debiera ser el factor decisivo e incluso lo que debiera ser, dada la pertenencia de España a un contexto en el que este proceso sería inadmisible. Pero hay en este punto una debilidad expresada en una indignación impotente, una inercia de santa paciencia, cuya explicación resiste cualquier análisis. Máxime porque hay un enredo histórico que incluso trasciende a España y nos envuelve, un Hábitat ideal para los pícaros sin escrúpulos.

domingo, 20 de abril de 2025

LA NUEVA TENAZA TOTALITARIA

 

La época desprende un tufo totalitario como en los años treinta. Claro, las circunstancias no son las mismas y tanto no lo son que hay razones para esperar que la sangre no va a llegar al río. La libertad y el bienestar son hábitos bien arraigados en Occidente, pero ya no son ilusiones o ideales. Tanta es la habituación, que la democracia y la libertad se dan por amortizadas y han dejado de ser ilusionantes, como por ejemplo ha dejado de ilusionar acabar con la esclavitud o el trabajo infantil.


Esta costumbre de la libertad y del bienestar constituye a pesar de todo el entramado moral del la democracia, por lo que la reversión a un orden totalitario no puede por menos que hacerlo con muchas cautelas, a diferencia de los tiempos del hambre y de los camelos utópicos.


Una de las virtudes de la democracia es que protege el derecho a censurarla, e incluso a "apostatar" de la misma o más ampliamente a censurar "el sistema". Es signo de fortaleza y de confianza en la salud cívica. Pero esta salud se ha ido deteriorando y con ella la conciencia democrática. Igual que es natural culpar al sistema del "mal gobierno" o del malestar de la vida, lo que en parte aviva la democracia y en parte la paraliza, lo es la reacción de los líderes y las élites políticas a protegerse de la "malicia popular". Cuando esta dialéctica degenera en mutua desconfianza los canales de comunicación entre las clase política y la sociedad civil se obstruyen de eufemismos, medias verdades, generalidades y obviedades, cuando no ya como ahora de bravuconadas, etiquetas difamantes, demonizaciones, etc.


Es común en las democracias la perdida de confianza entre el poder y la sociedad civil, pero también con ello la mutua desnaturalización. No es el caso tratar algo tan complejo como sus causas y responsabilidades en la hora actual, importa que esta desconfianza se esta tornando irreversible. El caso es que está perdida de confianza mutua ya no es una inclinación natural, es un lastre consagrado. Que esto suceda con el florecimiento de los derechos y la conversión de reivindicaciones en derechos, da a entender que la misma sociedad desconfía de que el sistema que ha facilitado esta proliferación urda abortarla.


La esquizofrenia social y el encapsulamiento político abonan el peculiar revival totalitario de nuestro tiempo. Lo llamamos "populismo" para salir del paso, pero la demagogia, anida en la política desde siempre. Esto apunta más alto. Como en los años treinta, la pinza totalitaria de comunismo y nazi/fascismo contra la democracia liberal, convoca fuerzas "iliberales" de izquierda y derecha, que a la vez que aprietan contra lo mismo compiten entre sí. Especialmente la izquierda para suprimir a la derecha, tema que se puede dejar aparte.


Pero es común el esmero en incitar y aprovechar la atmósfera cuajada de desconfianza colectiva hacia la democracia. Más allá del contexto histórico la mentalidad totalitaria se envuelve de ropajes democráticos y reivindica para sí la "verdadera democracia". Sea por la retracción de los demócratas, sea por la misma pulsión ciega de la sociedad de masas que anida en la entraña de la sociedad civil, el hecho es que la idea de la democracia se está devaluando a pasos agigantados.


No se rechaza la idea de la democracia y la democracia como tal, a diferencia de los tiempos aciagos, sino que se tiene por democracia y libertad el derecho de la mayoría a dictar arbitrariamente su voluntad una vez tomado el poder, incluyendo la apropiación de la maquinaria del Estado según sus deseos e intereses. En los sistemas totalitarios esta no es más que una dependencia del Partido, único poder soberano.Ahora se actúa como si lo fuera por derecho.


Esta desviación puede llegar hasta identificar la mayoría o minoría gobernante circunstancial con el "pueblo" o la ciudadanía como un todo. Ya es habitual en consecuencia el sobrentendido de que la política es una guerra de amigos contra enemigos y de que los enemigos son los otros, "el enemigo del pueblo". Estos carecen de espíritu democrático y en consecuencia de legitimidad.

Cierto que predomina la desconfianza pasiva, la desconexión de la política como si lo que anda en juego fueran "líos entre políticos", que "ni nos van ni nos vienen" o ante los que "no hay nada que hacer". De la misma manera que no es menos cierto que el aumento de la apatía civil, y parte de esta apatía es la privatización del sentir político, incrementa la fuerza y la influencia política de quienes desconfían activa y doctrinalmente.

Esta bastarda idea de la democracia puede dar mucho juego y seguramente estamos en el comienzo de lo imprevisible. De momento está por ver si en el fondo de la conciencia colectiva todavía rige el sentimiento de que la democracia tiene sus reglas y es un sistema de reglas que incluyen a sí misma, y que estas reglas son en el fondo éticas a diferencia de las reglas brutas del poder. Sería que el entramado moral resiste.

Naturalmente este panorama mental corresponde a la confusión que genera en la opinión pública el sentimiento de que el mundo es ingobernable, como si las contradicciones de todo tipo se arremolinaran a las puertas de la fortaleza de la civilización. Dejemos aquí este apunte.


 

sábado, 5 de abril de 2025

TIEMPOS GROSEROS

 

¿Cuanta ira, irracionalidad y fetichismo ha incubado la "América profunda" para pretender salvarse suicidándose con toda USA y lo que tercie? 

Pues la ira que permite encomendarse a quien actúa como si fuera un topo putinesco y de paso ser el líder mundial del Decrecimiento. Por esto los ecologistas apocalípticos, si fueran justos, celebrarían la llegada de su Mesías.

Algún mal muy profundo asola a Occidente cuando, exceptuados los totalitarismos de la IIGM, nunca ha tenido tanto poder y gobierno la ignorancia emparentada con la arrogancia y la arbitrariedad. Tradicionalmente la demagogia era la "querida" del gobernante y de los aspirantes a serlo. Está pasando a ser la matriarca.