lunes, 7 de marzo de 2016

"NO NOS REPRESENTAN"


“¿Por qué tienen tanta rabia y odio?”... “y a nosotros también” le faltaba decir al atónito Felipe Gonzalez. Y Sanchez remataba con algo parecido a esto: “¿pero como es posible, si estamos tan próximos ideológicamente?”. Ha sido muy cómodo jugar a patrimonializar los valores democráticos, poniendo a la derecha bajo cuarentena, tildados de los herederos del franquismo, y a la idea de España en el desvan, abandonando los simbolos nacionales constitucionales y el valor de la unidad nacional, para que nadie tilde a la izquierda de compartir nada con los “fachas”. Un imaginario colectivo basado en la idea de un país dividido entre demócratas y “fachas” ha sido el perfecto caldo de cultivo del podemismo ya declaradamente frapero. Todo esto salta a la vista.
¿Pero por qué tiene tanto seguimiento el podemismo en gentes de clase media acomodada e “ilustrada”? Algunos dicen que forman con los estudiantes el grueso de su electorado. No los currelas de toda la vida, ni los socialmente excluídos que sufren los embates de la crisis. Habrá infinitas razones y seguramente ninguna suficiente, pero es interesante seguir la pista de una idea de I. Berlin (Rabindranth Tagore y la conciencia de nacionalidad). Dice refiriéndose a la revolución francesa y rusa:
“Los revolucionarios de los siglos XIX y XX eran, en no pocas ocasiones, hijos de hombres competentes y hechos a sí mismos, que habían sido excluídos o rechazados socialmente, o se encontraban en situación vergonzante o falsa en la jerarquía de su tiempo...” Para luego añadir: “El orgullo y el sentimiento moral pueden, y logran, pesar más que el interés material (subrayo):< en la Rusia del XIX> los hijos criados con sentimientos liberales importados de Occidente, tendían a simpatizar con, y con frecuencia se lanzaban con pasión al movimiento revolucionario, que se dirigía frecuentemente no sólo contra el orden político, sino también el económico por el que sus padres capitalistas habían luchado tanto tiempo”.
Por supuesto las circunstancias históricas no tienen que ver. No hay revolución pendiente como no sea la del regreso a la barbarie. Tampoco el público podemita del que hablo son hijos que se vuelven contra sus padres, porque en gran parte piensan lo que estos no se atrevían a pensar, pero querían pensar. Pero es cierto que :“El orgullo y el sentimiento moral pueden, y logran, pesar más que el interés material ..”
Si algo ha arraigado con fuerza y sobre todo lo demás en estos sectores de extraccion liberal y profesional es la creencia en la superioridad moral de la izquierda y por tanto de ellos mismos. Es la creencia de que quienes no comparten sus ideas o están contra ellas carecen de verdadera legitimidad pues sirven a lo más despreciable. Pues creen que no sólo tienen mejores ideas sino valores superiores que nadie más que la izquierda puede compartir. Así la sociedad se divide entre los decentes, que es la “gente” y los indignos y corruptos, los inferiores moralmente.
<Conviene precisar: no es una idea de la izquierda europea en general sino muy específica de la izquierda hispana de España y también hispanoamérica, por si alguien pone enduda las raíces comunes.
Pero también hay una cierta diferencia entre estos sectores intelectualizados a su manera y próximos o primos del podemismo y la izquierda sociológica tradicional, diferencia que aún explica las reservas de las bases de siempre de IU hacia Podemos. El votante sociológico de la izquierda suele vincular su voto a la expectativa de una mejora social que le resultará benefiosa personalmente, porque une su beneficio al de su clase o lo que entiende que es su clase. Pero el votante “ilustrado” no lo asocia a una mejora de su posición personal en materia económica sino a su poder político e ideológico en la sociedad, lo ejerza personalmente o por delegación a los suyos. El que esto sea así puede resultar paradójico si tenemos en cuenta que en gran parte no dudan de que su comodidad no está en peligro, mientras creen ciegamente en que vivimos en permanente “estado de emergencia social”. La contradicción se soslaya al hacer abstracción de su status personal, como si fuera ajeno a la marcha de la sociedad y a las oportunidades y ventajas que esta les ofrece, como a millones de ciudadanos. ¿Pues no son superiores moralmente porque, ellos sí y sólo ellos, son sensibles sensibles a los sufrimientos de los desheredados qe sería la inmensa mayoría de la sociedad?>
Aclarado esto sigamos.
La novedad que presentan los propodemitas es que no tienen su presunta superioridad por un atributo, sino por la verdadera identidad. Su identidad. No aspiran a ser superiores moralmente sino a que se les reconozca socialmente su superioridad moral.. Y esto significa que además de marcar las reglas de lo decente e indecente, de lo que es democrático y lo que es facha, en el escenario ideológico, el sistema político exprese esta superioridad, negando su derecho a los que por su despreciable interés están en inferioridad moral.
La revolución podemita se presenta como una restitución del orgullo herido de quienes se sienten superiores moralmente, pero que han sido marginados por la casta. Les mueve, como a muchos ciudadanos de toda creencia y posicion, la repugnancia que produce el anquilosamiento y aborregamiento de la vida política y de las élites políticas, cuyo lema es: “nada de lo que se debería decir se puede decir”. Pero para los seguidores podemitas estos corruptos no sólo arruinan el país sino, lo que es más grave, desprecian a quienes podrían salvarlo, los marginan de la verdadera trama del poder. . La corrupción y la incompetencia no expresa sólo la codicia de los ricos y poderosos sino el desprecio a quienes son superiores moralmente. Y eso es lo que les indigna, que aprovechándose de su “buena fe” y tomándolos por “gilipollas”, hayan procedido al saqueo. Por eso: No nos representan”
Lo malo es que parten de tener razón. Se comprueba en este caso una de las consecuencias, escasamente advertidas, de la atrofia de la vida política, de la paralisis del sistema circulatorio por el que fluye la savia que comunica a los dirigentes y los ciudadanos. Me refiero a la simplificación y empobrecimiento de las ideas que soportan los ideales y los valores, la incapacidad colectiva de diferenciar el gato de la liebre. Y cabe achacar a la fragilidad de la condición humana que estén las clases “ilustradas” tan propensas a dejarse engatusar, con tal de creer que, “ahora sí”, el mundo estará a la altura de sus nobles motivos.

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