sábado, 8 de octubre de 2016

¿SALIR DEL LIMBO?


Vaya por delante mi discrepancia con quienes piensan que los nacionalistas catalanes no quieren la independencia sino el "independentismo" para estar eternamente en su limbo. Creo más bien que instalados en el limbo todavía no tienen la suficiente claridad y confianza para dar el salto.No por miedo a las "represalias" del Estado sino al posible castigo político de la sociedad catalana ahora agazapada en el silencio. Seguramente que la incorporación de la Colau les puede dar las garantías que necesitan.

La que se presenta como última conjura de los secesionistas en torno a la fórmula y la coartada para proclamar la independencia y la República catalana, da carta de naturaleza oficial al LIMBO en el que estamos instalados, por lo menos desde que se inició el Procés, y le pone fecha de caducidad oficial, con la proclamación de la independencia a plazo fijo, si algún milagro no lo impide. Me refiero claro está a la situación caracterizada por el hecho de que el Estado es incapaz de hacer cumplir la ley, renunciando por impotencia, miedo o confusión, mientras que el “poder sedicioso” impone su “derecho”a la desobediencia, mientras activa la “desconexión”. En teoría el Limbo se podría eternizar si esto dependiera de la voluntad de las partes. El Estado justificando su inacción como un peaje incómodo para desgastar a los secesionistas, mientras estos justifican la tardanza de la proclamación, tantas veces anunciada, por la necesidad de atar todos los cabos.

Pero en la práctica tal estado de cosas no puede durar sin resolverse en un sentido o en otro y seguramente son los secesionistas quienes tienen que mover la ficha más decisiva una vez que han convocado al “pueblo catalán” al asalto definitivo. Está por ver si el movimiento es suficiente y el Estado por ejemplo transige en que la mafia secesionista se haga con los impuestos de los catalanes tal como pretende. Es obvio que, de transigir, el referéndum y la proclamación serían ya un mero trámite festivo.

Salvo en el País Alicia tal situación movería a la unión nacional y la indignada movilización de la sociedad, pero en el Pais Alicia, todo lo más, algún tertuliano con ganas de dramatizar lo reprueba y algún juez abrumado al que le cae el marrón dicta que se tomen medidas para que se cumplan las medidas que se han dictado y no se han cumplido.

La verdadera anomalía es el convencimiento de la clase política, trasladado a la población, de que no hay más que matraca y que al fin y al cabo “la independencia es imposible”. El convencimiento es tan profundo que se asume que hacer cumplir estrictamente la ley sería una provocación que “fabricaría más independentistas”. Algunos matizan que, una vez puesta en marcha la ley, esta es implacable, sin duda por razones metafísicas, y que no tiene sentido alarmar a la población. Así al “está aquí el lobo” se responde con el “que viene la ley”.

Tanto se ha presentado como “una huida hacia adelante” sin salida alguna, lo que objetivamente es una traición, presta a a consumarse, contra la democracia y un atentado contra los derechos de los españoles, que la gente anda harto convencida de que el problema catalán es un lío entre políticos para ocultar “los problemas reales” . Temen así los políticos que, de tratar de disuadirla, parecerían más culpables de “crear problemas donde no los hay”.

Sin duda que la irracionalidad del Procés, tanto en sus metas y dudosos beneficios como en el contexto de la realidad nacional e internacional en la que vivimos, avala el escepticismo y hasta la rechifla con que la clase política dirigente, el stablishment mediático e intelectual y la sociedad española en general, se toma el proceso. Pero también se ha instalado un complejo ante el nacionalismo que enturbia sin duda la correcta comprensión de sus verdaderas tendencias e inclinaciones, por no decir de su fuerza.

Desde la transición es un dogma, creado fundamentalmente por la izquierda y creído por todos, por conveniencia y comodidad, que los nacionalistas son una fuerza democrática digna de confianza, aunque con prejuicios que podían llevarla a equivocarse.

A espaldas de la experiencia que sufrió en la guerra civil (vease entre otras muchos sucesos lo que cuenta Azaña en “la velada de Benicarló” ) la izquierda ha estado convencida de que las demandas nacionalistas, así como su potencial rebeldía, son en lo fundamental justas y vienen motivadas por el desdén e incomprensión de la derecha y del centralismo eterno. El hecho de que coincidieran los nacionalistas con los “progresistas” en los procesos dirigidos a la democratización y modernización hacía creer que, al culminarse ésta, olvidarían sus reticencias hacia España.

No menos fortuna ha hecho la creencia de que a la burguesía y al nacionalismo catalán sólo le interesa “la pela” y que la mejor forma de conseguirla es ordeñando al Estado. Se interpretaba así que, por ejemplo, la búsqueda de la protección del Estado, como cuando llegó incluso a promover la dictadura primoriverista contra los anarquistas, probaba que estas elites desleales nunca estarían dispuestas a prescindir de la tutela del estado español y acabarían integrándose en el mismo. Pero una cosa es que les mueva la pela y otra distinta que no se puedan mover a la independencia por la pela, cuando les convenga o cuando puedan.

Mientras las izquierdas acogían a los nacionalistas como fuerzas democráticas para sumarlas contra la derecha, las derechas soportaban esa molestia, convencidos de la capacidad de control de las izquierdas sobre estos, hasta el punto de que las veleidades independentistas quedarían para el oficio de algunos rituales de masas.

En cualquier caso existía el convencimiento de que los partidos nacionales nunca permitirían juntos que el Estado se pusiese en cuestión, aun en el peor de los casos. Pero en la práctica esto es imposible, sino se tiene claro y se coincide sobre cuando, como y en qué forma el Estado está puesto en cuestión. En este sentido el interés del momento y la comodidad conducían a negar que el chantaje permanente al Estado fuera una muestra de la deslealtad de fondo del nacionalismo y a considerar esto sólo esto deslealtad ocasional o “tacticismo”, que en ningún momento puede suponer amenaza alguna al Estado.

Sólo cuando en el felipismo los socialistas estaban fuertes y podían prescindir de los nacionalistas hicieron un amago, la LOAPA, de fijar las condiciones que protegieran al Estado del peligro de la deslealtad nacionalista y de la permanente exposición a la “buena voluntad” de estos. Una vez que se acentuó la hostilidad entre la derecha y las izquierdas hasta el cainismo, unos y otros rivalizaron en ganarse el favor nacionalista para ir tirando, con los resultados conocidos.

Que el PSC haya ido mucho más allá de apoyar políticamente a los nacionalistas, asumiendo en lo fundamental la ideología nacionalista, resulta bastante lógico, una vez que las izquierdas se convencieron no sólo de que el PP es la reencarnación de la dictadura, sino que corrían el peligro de quedar en la oposición perpetua. El descubrimiento de que este cuento antipepista otorgaba gran ventaja electoral de la mano de todos los nacionalistas animó al PSOE a bendecirlos y al PSC a completar la ruta iniciada al apoyar, como el más fiero converso, “la inmersión lingüística”.

Curiosamente por otra parte el desarrollo social, las clases medias y la modernización, ha desactivado el temor de la burguesía catalana a la clase obrera “española”, cuyas condiciones de existencia son bien ajenas a las que generaron el anarquismo. El desamparo ideológico de los “charnegos”, una vez que su referente el PSC viró hacia el nacionalismo, ha dado además vía libre al dominio ideológico absoluto de la burguesía nacionalista. Ya esta burguesía no siente la necesidad de cobijarse en las faldas del Estado para hacer frente a la “cuestión social” y puede asumir sin reparos su deslealtad si así le conviene.

Ya la sociedad española y su clase política, exceptuados los que están en abierta complicidad con el secesionismo, sólo parece capaz de parapetarse detrás de Europa, convencidos además de que esa fortaleza es inexpugnable. ¿Pero por qué ha de comprometerse Europa, si en la práctica no lo hace el gobierno y la sociedad española? Seguramente lo que da ánimos a los secesionistas es que la debilidad de la sociedad española se traslade miméticamente a Europa, máxime cuando esta no está en situación de detener a los pirómanos y se conforma con apagar fuegos de cualquier manera, de buscar apaños para seguir tirando.

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