Vaya por delante mi discrepancia con quienes piensan que los nacionalistas catalanes no quieren la independencia sino el "independentismo" para estar eternamente en su limbo. Creo más bien que instalados en el limbo todavía no tienen la suficiente claridad y confianza para dar el salto.No por miedo a las "represalias" del Estado sino al posible castigo político de la sociedad catalana ahora agazapada en el silencio. Seguramente que la incorporación de la Colau les puede dar las garantías que necesitan.
La que se presenta como última conjura de los secesionistas en torno a la fórmula y la coartada para proclamar la independencia y la República catalana, da carta de naturaleza oficial al LIMBO en el que estamos instalados, por lo menos desde que se inició el Procés, y le pone fecha de caducidad oficial, con la proclamación de la independencia a plazo fijo, si algún milagro no lo impide. Me refiero claro está a la situación caracterizada por el hecho de que el Estado es incapaz de hacer cumplir la ley, renunciando por impotencia, miedo o confusión, mientras que el “poder sedicioso” impone su “derecho”a la desobediencia, mientras activa la “desconexión”. En teoría el Limbo se podría eternizar si esto dependiera de la voluntad de las partes. El Estado justificando su inacción como un peaje incómodo para desgastar a los secesionistas, mientras estos justifican la tardanza de la proclamación, tantas veces anunciada, por la necesidad de atar todos los cabos.
La que se presenta como última conjura de los secesionistas en torno a la fórmula y la coartada para proclamar la independencia y la República catalana, da carta de naturaleza oficial al LIMBO en el que estamos instalados, por lo menos desde que se inició el Procés, y le pone fecha de caducidad oficial, con la proclamación de la independencia a plazo fijo, si algún milagro no lo impide. Me refiero claro está a la situación caracterizada por el hecho de que el Estado es incapaz de hacer cumplir la ley, renunciando por impotencia, miedo o confusión, mientras que el “poder sedicioso” impone su “derecho”a la desobediencia, mientras activa la “desconexión”. En teoría el Limbo se podría eternizar si esto dependiera de la voluntad de las partes. El Estado justificando su inacción como un peaje incómodo para desgastar a los secesionistas, mientras estos justifican la tardanza de la proclamación, tantas veces anunciada, por la necesidad de atar todos los cabos.
Pero
en la práctica tal estado de cosas no puede durar sin resolverse en
un sentido o en otro y seguramente son los secesionistas quienes
tienen que mover la ficha más decisiva una vez que han convocado al
“pueblo catalán” al asalto definitivo. Está por ver si el
movimiento es suficiente y el Estado por ejemplo transige en que la
mafia secesionista se haga con los impuestos de los catalanes tal
como pretende. Es obvio que, de transigir, el referéndum y la
proclamación serían ya un mero trámite festivo.
Salvo
en el País Alicia tal situación movería a la unión nacional y la
indignada movilización de la sociedad, pero en el Pais Alicia, todo
lo más, algún tertuliano con ganas de dramatizar lo reprueba y
algún juez abrumado al que le cae el marrón dicta que se tomen
medidas para que se cumplan las medidas que se han dictado y no se
han cumplido.
La
verdadera anomalía es el convencimiento de la clase política,
trasladado a la población, de que no hay más que matraca y que al
fin y al cabo “la independencia es imposible”. El convencimiento
es tan profundo que se asume que hacer cumplir estrictamente la ley
sería una provocación que “fabricaría más independentistas”.
Algunos matizan que, una vez puesta en marcha la ley, esta es
implacable, sin duda por razones metafísicas, y que no tiene sentido
alarmar a la población. Así al “está aquí el lobo” se
responde con el “que viene la ley”.
Tanto
se ha presentado como “una huida hacia adelante” sin salida
alguna, lo que objetivamente es una traición, presta a a consumarse,
contra la democracia y un atentado contra los derechos de los
españoles, que la gente anda harto convencida de que el problema
catalán es un lío entre políticos para ocultar “los problemas
reales” . Temen así los políticos que, de tratar de disuadirla,
parecerían más culpables de “crear problemas donde no los hay”.
Sin
duda que la irracionalidad del Procés, tanto en sus metas y dudosos
beneficios como en el contexto de la realidad nacional e
internacional en la que vivimos, avala el escepticismo y hasta la
rechifla con que la clase política dirigente, el stablishment
mediático e intelectual y la sociedad española en general, se toma
el proceso. Pero también se ha instalado un complejo ante el
nacionalismo que enturbia sin duda la correcta comprensión de sus
verdaderas tendencias e inclinaciones, por no decir de su fuerza.
Desde
la transición es un dogma, creado fundamentalmente por la izquierda
y creído por todos, por conveniencia y comodidad, que los
nacionalistas son una fuerza democrática digna de confianza, aunque
con prejuicios que podían llevarla a equivocarse.
A
espaldas de la experiencia que sufrió en la guerra civil (vease
entre otras muchos sucesos lo que cuenta Azaña en “la velada de
Benicarló” ) la izquierda ha estado convencida de que las demandas
nacionalistas, así como su potencial rebeldía, son en lo
fundamental justas y vienen motivadas por el desdén e incomprensión
de la derecha y del centralismo eterno. El hecho de que coincidieran
los nacionalistas con los “progresistas” en los procesos
dirigidos a la democratización y modernización hacía creer que, al
culminarse ésta, olvidarían sus reticencias hacia España.
No
menos fortuna ha hecho la creencia de que a la burguesía y al
nacionalismo catalán sólo le interesa “la pela” y que la mejor
forma de conseguirla es ordeñando al Estado. Se interpretaba así
que, por ejemplo, la búsqueda de la protección del Estado, como
cuando llegó incluso a promover la dictadura primoriverista contra
los anarquistas, probaba que estas elites desleales nunca estarían
dispuestas a prescindir de la tutela del estado español y acabarían
integrándose en el mismo. Pero una cosa es que les mueva la pela y
otra distinta que no se puedan mover a la independencia por la pela,
cuando les convenga o cuando puedan.
Mientras
las izquierdas acogían a los nacionalistas como fuerzas democráticas
para sumarlas contra la derecha, las derechas soportaban esa
molestia, convencidos de la capacidad de control de las izquierdas
sobre estos, hasta el punto de que las veleidades independentistas
quedarían para el oficio de algunos rituales de masas.
En
cualquier caso existía el convencimiento de que los partidos
nacionales nunca permitirían juntos que el Estado se pusiese en
cuestión, aun en el peor de los casos. Pero en la práctica esto es
imposible, sino se tiene claro y se coincide sobre cuando, como y en
qué forma el Estado está puesto en cuestión. En este sentido el
interés del momento y la comodidad conducían a negar que el
chantaje permanente al Estado fuera una muestra de la deslealtad de
fondo del nacionalismo y a considerar esto sólo esto deslealtad
ocasional o “tacticismo”, que en ningún momento puede suponer
amenaza alguna al Estado.
Sólo
cuando en el felipismo los socialistas estaban fuertes y podían
prescindir de los nacionalistas hicieron un amago, la LOAPA, de fijar
las condiciones que protegieran al Estado del peligro de la
deslealtad nacionalista y de la permanente exposición a la “buena
voluntad” de estos. Una vez que se acentuó la hostilidad entre la
derecha y las izquierdas hasta el cainismo, unos y otros rivalizaron
en ganarse el favor nacionalista para ir tirando, con los resultados
conocidos.
Que
el PSC haya ido mucho más allá de apoyar políticamente a los
nacionalistas, asumiendo en lo fundamental la ideología
nacionalista, resulta bastante lógico, una vez que las izquierdas se
convencieron no sólo de que el PP es la reencarnación de la
dictadura, sino que corrían el peligro de quedar en la oposición
perpetua. El descubrimiento de que este cuento antipepista otorgaba
gran ventaja electoral de la mano de todos los nacionalistas animó
al PSOE a bendecirlos y al PSC a completar la ruta iniciada al
apoyar, como el más fiero converso, “la inmersión lingüística”.
Curiosamente
por otra parte el desarrollo social, las clases medias y la
modernización, ha desactivado el temor de la burguesía catalana a
la clase obrera “española”, cuyas condiciones de existencia son
bien ajenas a las que generaron el anarquismo. El desamparo
ideológico de los “charnegos”, una vez que su referente el PSC
viró hacia el nacionalismo, ha dado además vía libre al dominio
ideológico absoluto de la burguesía nacionalista. Ya esta burguesía
no siente la necesidad de cobijarse en las faldas del Estado para
hacer frente a la “cuestión social” y puede asumir sin reparos
su deslealtad si así le conviene.
Ya
la sociedad española y su clase política, exceptuados los que están
en abierta complicidad con el secesionismo, sólo parece capaz de
parapetarse detrás de Europa, convencidos además de que esa
fortaleza es inexpugnable. ¿Pero por qué ha de comprometerse
Europa, si en la práctica no lo hace el gobierno y la sociedad
española? Seguramente lo que da ánimos a los secesionistas es que
la debilidad de la sociedad española se traslade miméticamente a
Europa, máxime cuando esta no está en situación de detener a los
pirómanos y se conforma con apagar fuegos de cualquier manera, de
buscar apaños para seguir tirando.
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