miércoles, 7 de junio de 2017

DEFENSA PASIVA


Si en algo coinciden los políticos constitucionalistas y anticonstitucionalistas, los favorables a la unidad de España y los separatistas es en la debilidad y casi impotencia del Estado para hacer frente al desafío separatista. En parte la interiorización de esta idea por la clase política constitucionalista es la principal causa de la debilidad del Estado y en parte es reflejo de esta debilidad.

Los separatistas han colaborado y fomentado durante treinta años, por lo menos, a que fuera así, pero no se habría dado la inflación del separatismo de no percibir en un momento lo que en un principio resultaba inimaginable, tal debilidad.

Pero la carcoma está ya instalada en el constitucionalismo y el auge separatista es la expresión inevitable. La parte socialista del constitucionalismo dejó caer primero la sospecha sobre la idea de España, se aprovechó después de esa sospecha para cifrar su superioridad moral sobre la derecha y por último, desde ZP, juega a cuestionar el fundamento de esa unidad. La derecha ha tratado de desembarazarse de esa sospecha y ante el desafío separatista, abiertamente golpista, ha renunciado a emplazar a la izquierda y se recoge por miedo a que la sociedad, la mayoría de españoles no le secunde.

Pero esto no es más que la superficie de un error que anida en el fondo de la visión de la izquierda y la derecha constitucionalista: la confianza absurda de que los nacionalistas son, por encima de sus “legítimas metas e ideales”, fuerzas democráticas e integrables en el sistema, aunque tengan sus alardes. Sin duda el éxito inesperado de la transición generó en la población y en la clase política la fe en que la democracia es invencible. Pero también que la unidad de España ya es una cuestión amortizada, hasta el punto que advertir de los peligros potenciales o reales contra la misma se fue haciendo sospechoso de patrocinar el regreso a la dictadura.

La falacia se ha filtrado y consolidado en la opinión pública. Apenas al 0,9 por ciento de la población encuestada por el CIS le preocupa el problema catalán. Ya esgrimen los estrategas de las cadenas de opinión que el desafío separatista provoca “hartazgo” y “desconexión” del medio. “Hartazgo” que por cierto contrasta con la avidez insaciable para recibir noticias sobre la corrupción, los desahucios o la precariedad laboral ...por ejemplo. Hartazgo que puede significar rechazo del nacionalismo, indiferencia hacia la idea de España, creencia que todo es una pantomima o seguridad de que el Estado será contundente si hiciera falta.

Me temo que todos estos ingredientes andan mezclados de tal manera que el resultado es la interiorización por la sociedad del tancredismo dominante. Pero creo que lo esencial es la indiferencia ante la idea de España por la misma sociedad española. Patología de raíces muy profundas pero que se ha consolidado cuando disfrutamos de la mayor prosperidad social de la historia, para mas INRI y originalidad.

También el tancredismo social tiene raíces aunque no tan hondas como las que tiene la indiferencia hacia la idea de España. Antes ya predominaba la idea alentada por la clase política de “que no pasa nada” y que estamos ante la enésima comedia retórica financiera. Pero ya se extiende la idea de que “si pasa algo, tampoco pasa nada”. Es decir que no vale la pena molestarse ni rebajarse ante la posible independencia. Unos porque si se produce, no irá a ninguna parte, porque por ejemplo Europa y el mundo no lo certificarían; otros porque al fin y al cabo “tendrán sus razones” y si no las tiene mejor para ellos “¿qué es sino la democracia sino el derecho a hacer lo que se quiera?”

Se ha reaccionado con la defensa pasiva. Dejar que se cuezan en su salsa, hasta que estalle la burbuja. Mientras el gobierno se imagina que así ocurre, no extraña que cerca de los momentos críticos tema que buena parte de la opinión pública y de la oposición ande predispuesta a reprocharle que trata de “escudarse en la bandera” para salir bien librado “¿Qué es eso de “la unidad de España” comparado con la corrupción, la manipulación de la justicia, el paro, los reajustes, los desahucios, los bajos salarios, la mengua de las becas y el “machismo catolicismo” imperante?”.

 ¿Hasta qué punto ese miedo lo paraliza? ¿hasta qué punto estará en condiciones de obrar con la “proporcionalidad debida” cuando no tenga más remedio? En estas, la gran ventaja de los separatistas es la abstención de la clase política constitucional en su conjunto para apelar abiertamente a la población española, la autoanulación de los constitucionalistas en el enredo que impide dejar las cosas claras.


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