Si
en algo coinciden los políticos constitucionalistas y
anticonstitucionalistas, los favorables a la unidad de España y los
separatistas es en la debilidad y casi impotencia del Estado para
hacer frente al desafío separatista. En parte la interiorización
de esta idea por la clase política constitucionalista es la
principal causa de la debilidad del Estado y en parte es reflejo de
esta debilidad.
Los
separatistas han colaborado y fomentado durante treinta años, por lo
menos, a que fuera así, pero no se habría dado la inflación del
separatismo de no percibir en un momento lo que en un principio
resultaba inimaginable, tal debilidad.
Pero
la carcoma está ya instalada en el constitucionalismo y el auge
separatista es la expresión inevitable. La parte socialista del
constitucionalismo dejó caer primero la sospecha sobre la idea de
España, se aprovechó después de esa sospecha para cifrar su
superioridad moral sobre la derecha y por último, desde ZP, juega a
cuestionar el fundamento de esa unidad. La derecha ha tratado de
desembarazarse de esa sospecha y ante el desafío separatista,
abiertamente golpista, ha renunciado a emplazar a la izquierda y se
recoge por miedo a que la sociedad, la mayoría de españoles no le
secunde.
Pero
esto no es más que la superficie de un error que anida en el fondo
de la visión de la izquierda y la derecha constitucionalista: la
confianza absurda de que los nacionalistas son, por encima de sus
“legítimas metas e ideales”, fuerzas democráticas e integrables
en el sistema, aunque tengan sus alardes. Sin duda el éxito
inesperado de la transición generó en la población y en la clase
política la fe en que la democracia es invencible. Pero también que
la unidad de España ya es una cuestión amortizada, hasta el punto
que advertir de los peligros potenciales o reales contra la misma se
fue haciendo sospechoso de patrocinar el regreso a la dictadura.
La
falacia se ha filtrado y consolidado en la opinión pública. Apenas
al 0,9 por ciento de la población encuestada por el CIS le preocupa
el problema catalán. Ya esgrimen los estrategas de las cadenas de
opinión que el desafío separatista provoca “hartazgo” y
“desconexión” del medio. “Hartazgo” que por cierto
contrasta con la avidez insaciable para recibir noticias sobre la
corrupción, los desahucios o la precariedad laboral ...por ejemplo.
Hartazgo que puede significar rechazo del nacionalismo, indiferencia
hacia la idea de España, creencia que todo es una pantomima o
seguridad de que el Estado será contundente si hiciera falta.
Me
temo que todos estos ingredientes andan mezclados de tal manera que
el resultado es la interiorización por la sociedad del tancredismo
dominante. Pero creo que lo esencial es la indiferencia ante la idea
de España por la misma sociedad española. Patología de raíces muy
profundas pero que se ha consolidado cuando disfrutamos de la mayor
prosperidad social de la historia, para mas INRI y originalidad.
También
el tancredismo social tiene raíces aunque no tan hondas como las que
tiene la indiferencia hacia la idea de España. Antes ya predominaba
la idea alentada por la clase política de “que no pasa nada” y
que estamos ante la enésima comedia retórica financiera. Pero ya se
extiende la idea de que “si pasa algo, tampoco pasa nada”. Es
decir que no vale la pena molestarse ni rebajarse ante la posible
independencia. Unos porque si se produce, no irá a ninguna parte,
porque por ejemplo Europa y el mundo no lo certificarían; otros
porque al fin y al cabo “tendrán sus razones” y si no las tiene
mejor para ellos “¿qué es sino la democracia sino el derecho a
hacer lo que se quiera?”
Se
ha reaccionado con la defensa pasiva. Dejar que se cuezan en su
salsa, hasta que estalle la burbuja. Mientras el gobierno se imagina
que así ocurre, no extraña que cerca de los momentos críticos tema
que buena parte de la opinión pública y de la oposición ande
predispuesta a reprocharle que trata de “escudarse en la bandera”
para salir bien librado “¿Qué es eso de “la unidad de España”
comparado con la corrupción, la manipulación de la justicia, el
paro, los reajustes, los desahucios, los bajos salarios, la mengua de
las becas y el “machismo catolicismo” imperante?”.
¿Hasta qué punto ese miedo lo paraliza? ¿hasta qué punto estará en condiciones de obrar con la “proporcionalidad debida” cuando no tenga más remedio? En estas, la gran ventaja de los separatistas es la abstención de la clase política constitucional en su conjunto para apelar abiertamente a la población española, la autoanulación de los constitucionalistas en el enredo que impide dejar las cosas claras.
¿Hasta qué punto ese miedo lo paraliza? ¿hasta qué punto estará en condiciones de obrar con la “proporcionalidad debida” cuando no tenga más remedio? En estas, la gran ventaja de los separatistas es la abstención de la clase política constitucional en su conjunto para apelar abiertamente a la población española, la autoanulación de los constitucionalistas en el enredo que impide dejar las cosas claras.
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