jueves, 24 de agosto de 2017

SOBRE EL RADICALISMO Y LA RADICALIZACIÓN YIHADISTA.


Al explicar la radicalización política, especialmente yihadista, se suele incurrir en dos errores, con la consiguiente desvirtuación del fenómeno:

1.Se confunde con los procesos comunes de asimilación sectaria convencional, de carácter fundamentalmente religioso/heterodoxo pero marginal. En estos casos lo fundamental es el factor psicológico y de necesidad de pertenencia grupal. El sectario atiende fundamentalmente a la necesidad de darle un sentido a su vida pero en forma estrictamente personal, a compartirlo vitalmente dentro de una comunidad creyente, pero palpable, y por último a sentirse diferente y libre de un mundo que siente irremediablemente corrompido. Encuentra por ello en la diferencia y la marginalidad un signo de distinción y de superioridad moral.

Sin embargo en la radicalización política, política/religiosa en el caso del yihadismo, predomina fundamentalmente el afán de protagonismo histórico, sentirse protagonista y creador de los destinos de una sociedad y, cada vez más, de la globalidad del mundo. Su afán delirante no es tanto la salvación personal, ni llevar una existencia auténtica, sino redimir el mundo de sus males. En la medida que el abducido se sacrifica por esa tarea considera amortizados sus vicios y defectos personales, pero no porque desaparezcan sino porque ayudan a la causa.

Conviene puntualizar que el hecho de que los abducidos tanto por la sectarización convencional como por el radicalismo político tengan carencias y deficiencias psicológicas y sociales (marginalidad, pobreza,etc) no significa que esa sectarización sea producto de estas carencias. Todos los humanos somos deficientes y nuestro equilibrio es profundamente inestable e incierto. Pero también tenemos sueños e ideales, que no tienen porque ser en su esencia una sublimación de esas carencias psicológicas,afectivas o sociales. Esas carencias se tornan enormemente peligrosas cuando se consumen al mezclarse con afanes idealistas delirantes si falta el bagaje moral e intelectual suficiente que permita contrarrestar la manipulación de los “impulsos nobles o idealistas” de que son objeto. Nada es más manipulable que el idealista que respira en la atmósfera del nihilismo y del fanatismo, aunque este sea potencial.

2.Esto lleva a lo que es más importante, la confusión de entender el adoctrinamiento como un proceso de inoculación de ideas extrañas al ámbito de vivencia de los afectados. Estamos más bien ante la excitación y el calentamiento de ideas latentes ya instaladas en el universo cultural y vital de una determinada comunidad o sociedad como resultado de un proceso histórico complejo. De no entender esto hay que recurrir al pensamiento mágico.

En el caso del Islam resulta secundario si en abstracto se trata de una religión de paz o de guerra. No hay una relación directa entre el contenido doctrinal del Islam y la acción que se lleva acabo en su nombre. Lo importante no es la doctrina en sí, abierta a múltiples interpretaciones, sino la forma predominante de vivirla y de entenderla. Pero no oficial y externamente, sino de corazón.

El Islam histórico plantea a este respecto un problema especial ya resuelto por el cristianismo a fines del edad media: la dicotomía entre la lealtad a la nación y la ley civil y la lealtad a la comunidad religiosa, pero no en el terreno moral privado (como ocurre en cualquier religión) sino en el terreno público. En su fórmula extrema la religión ha de regir todos los aspectos de la vida y del orden social y sólo es aceptable un estado islámico e islamista. Esto significa en la practica que cualesquiera que sea su grado de integración, asimilación o como se quiera decir, las comunidades islámicas tienen por referencia la imaginaria comunidad islámica universal y el destino del Islam en su conjunto, mientras que entienden su participación en las sociedades occidentales como una adaptación por motivos de conveniencia, más o menos temporal y provisional. Naturalmente esto no significa estar contra Occidente, sino mantener una distancia moral respecto a Occidente como un todo.
Sobre esta base cabe considerar lo excitables y manipulables que pueden ser muchos individuos que participan de ciertas ideas latentes aunque en su origen apenas tengan conciencia de las mismas. Ideas y mentalidades como:

-que el Islam tiene una superioridad moral absoluta, pero además innegociable. Lo primero es común a las diferentes religiones, ya no lo segundo. Es decir la línea que separa moralmente a los fieles de los infieles es absoluta. Desde un punto de vista humano se es fiel o infiel. Se es obediente a Dios o un obstáculo a los designios divinos. Llevado a sus últimas consecuencias se desprende el derecho e incluso la obligación de que el Islam se extienda hegemónicamente por todo el mundo, lo que no significa el derecho a hacerlo violentamente, pero tampoco lo excluye.

-el sentimiento de derrota y humillación histórica por Occidente, derrota que se considera injusta e inaceptable. Igual que cualquier forma de occidentalización resulta una traición a la esencia del Islam, la vida colectiva no se puede desprender tan fácilmente del ánimo de venganza o restauración histórica. Por supuesto este sentimiento de decadencia y de victimismo histórico es de origen complejo, pero es evidente que la cuestión palestina y la revolución iraní, además de los intereses expansionistas de las monarquías del golfo, lo han reavivado en carne viva.

-por último el ambiente de autonegación común de occidente, lo que cabe considerar a grosso modo como nihilismo, refuerza las tendencias y argumentos en favor de la perversidad intrínseca de la sociedad occidental. Aunque paradójicamente las fuerzas que animan el malestar dentro de occidente esgrimen “razones” en muchos aspectos opuestas a lo que los radicales yihadistas estarían dispuestos a admitir, esto carece de importancia en términos estrictamente políticos, donde decide el odio al enemigo común. Los potencialmente radicales islamistas arriman el ascua a su sardina de las denuncias de los antisistema que tienen a Occidente por el reino de la represión, la corrupción, el despilfarro, la desigualdad y la hipocresía. No importa tanto la verdad de esto sino el aval que ofrece a la imagen de caos y abyección moral en la que presuntamente viviría occidente.

El terrorismo islamista es un fenómeno político/religioso. Es justo llamarlo islamista y yihadista porque además de que se reclaman los auténticos defensores del Islam, obran en nombre del Islam y dicen emprender la Yihad, tienen dentro del mundo islámico un predicamento suficiente para poder perdurar y desarrollarse. Deben las comunidades islámicas ajustar cuentas sobre si están manipulando y denigrando al Islam. Pero es claro que por encima de sus justificaciones y reivindicaciones ideológicas el terrorismo islamista emprende su acción en clave esencialmente político/militar, dentro de la que es clave el sometimiento de las comunidades islámicas. Con sus peculiaridades siguen el manual básico del terrorismo. No tratan de alcanzar inmediatamente el poder, porque es obviamente imposible, sino crear una situación de crisis permanente, de poder inaccesible y oculto que conduzca al silencio, beneplácito y por fin a la complicidad colectiva. Es parte de su peculiaridad que los ataques a Occidente no sólo tienen por fin debilitar directamente a occidente sino reforzar su poder en las comunidades islámicas, dentro y fuera de occidente. El terror es sobre todo una señal de fuerza y así se quiere que lo perciban tanto los fieles como los infieles. El sometimiento de las poblaciones islámicas no occidentales también se realiza por el terror.

Porque en definitiva lo que excita el delirio y el afán de poder y protagonismo de los más receptivos no son las ideas que les ofrecen, sino la sensación de fuerza y de poder de la que creen participar. Y convendría tener claro que esta sensación suele ser inversamente proporcional a la sensación de poder y de fuerza que transmiten las instituciones y las sociedades que tienen enfrente.

Naturalmente estas consideraciones esquemáticas son ajenas al tema fundamental de la relación del Islam con el mundo y la humanidad, pero conviene no olvidar que la adhesión a una causa en el escenario de una guerra, por muy poco convencional que sea, proviene de las posibilidades que la misma guerra ofrece a quienes se comprometen con ella. Es decir el delirio que lleva a creer que sólo al servicio de lo absoluto se puede demostrar la verdadera valía.

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