viernes, 16 de diciembre de 2022

MÁS SOBRE LA AVENTURA SANCHISTA

 

Muchas futuras víctimas del sanchismo, ya próximas a la cancelación, todavía piensan que este engendro es una erupción psicótica y a lo sumo una ambición inmisericorde. Pero son muy profundas sus raíces en la desquiciada idiosincrasia socialista como para reducirlo a una cuestión psiquiátrica o de mero afán de poder, semejante  a la notoriedad que buscan ocupan direcciones de clubs de fútbol o las cabeceras rosas.


El empecinamiento con el que desde hace cuarenta años la izquierda desprecia la bandera nacional y cualquier símbolo que invite a renovar y proyectar hacia el futuro la unidad nacional debería llamar la atención y no dejarlo reducido a un simple reflejo histórico o a una manía internacionalista. Más bien es señal de que el matrimonio de la izquierda con la Constitución ha sido siempre un matrimonio de conveniencia.


La paradoja es que es difícil concebir una Constitución más generosa y emparentada con los ideales democráticos de una izquierda civilizada, e incluso de quienes tuvieran de buena fe el deseo de dar satisfacción a la diversidad de la nación española. En esto último ni siquiera los nacionalistas que pactaron la transición pudieron imaginar que les alcanzase tanto beneficio como el que consagra la constitución al sistema autonómico.


Pero el problema no estaba en el fuero ni en el huevo. La izquierda en general y los socialistas en especial sufrían de celos incurables por no ser ellos quienes trajeran la democracia en exclusiva, tanto más cuanto que era verdadera y generosa democracia. Tienen clavada la espina de que la democracia es fruto de la reconciliación y de la generosidad compartida. De ello sólo se alimenta la pulsión de una visión distorsionada de la Constitución como si estuviera contaminada por la derecha o en su caso estuviera a expensas de los apaños de una derecha a la que tiene por moralmente ilegítima.


La gloria del felipismo y del europeísmo dio a entender que había hecho efecto algún filtro de amor, pero fue un espejismo. El maridaje con la Constitución sirvió para apropiarse del pedigree democrático y mantener a la derecha en la sospecha de su pretendido pasado franquista. De hecho este extremo se fue acentuando paulatinamente durante el mandato de Azna, combinado eso sí con una vocación constitucionalista que ahora se nos antoja inaudita.


La radicalización de ZP fue una reacción al temor de que la derecha, una vez demostrada su lealtad a la democracia, los dejase sin discurso. Resulta anecdótico si Sanchez ha heredado hasta sus últimas consecuencias la cizaña de ZP por oportunismo o convicción. Es posible que haya llegado a la plena convicción desde el oportunismo, cuando constató que el discurso sectario y guerracivilista no sólo concitaba las más variadas adhesiones en la grey socialista sino que era la pulsión más profunda que animaba a toda la izquierda y al separatismo. 

 

¿Qué importa como ha llegado a este conclusión y verdadero compromiso ante la evidencia de lo que pretende hasta arriesgarlo todo para alcanzarlo?

 

Vista la debilidad estructural de la derecha y la potencia doctrinal y mediática de la izquierda a Sanchez sólo le ha quitado el sueño el encaje internacional. Se ha dedicado con esmero a cubrir el flanco de la U. Europea y del amigo americano para gozar de impunidad en su política interior.

 

Sorprende todavía que no se destaque la profundidad de la maniobra que llevó a la entrega del Sahara. Desde entonces ha sido admitido en el club del mundo libre como si fuera un campeón liberal y socialdemócrata a la vez. La ceguera analítica ha llegado al colmo al interpretarse como devaneos para asegurarse un destino personal privilegiado una vez que los españoles lo expulsen a base de “ urnazos”. Tanta sesudez recuerda cuando se decía que los separatistas catalanes no querían la independencia sino el independentismo, o cuando se explicaba que la desaparición del terrorismo etarra requería un diálogo en profundidad.

 

Y debiera escamar que la abdicación de lo que la izquierda consideraba sagrado e incondicional, el derecho de los saharauis, apenas mereciera algún disimulado reproche y muestra de perplejidad en estas filas. Desde entonces Sanchez ha debido tener bien claro lo que quieren los suyos de toda condición y vengan de donde vengan, que es lo mismo que el quiere.

 

¿Y qué pasa con los españoles? Pues eso, que en estos cincuenta años hemos aprendido a vivir en democracia cívicamente de forma ejemplar y a tomarnos la política cándidamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario