domingo, 7 de abril de 2024

EECTORALISMOS Y TEATRO

 

Sería alarmante que el destino de España estuviera en manos de los separatistas, según que decidieran lanzarse a su destrucción o a estrangularla como hace la boa constrictor con sus presas. Pero sería más alarmante que se tenga el peligro por una farsa a lo "Mago de Oz"en virtud de su improcedencia e irracionalidad.


La estrella de las elecciones catalanas, y soterradamente de las vascas, es el referéndum de independencia. Más que la amnistía, porque se da por amortizada, una vez que la presunta “mayoría social” se la ha tragado cuando no la aplaude. Pero en una y otra cosa hay bastante sinceridad, por mucho que cueste admitir que vaya en serio.


Sobre la propuesta nacionalista del referéndum hay una extraña coincidencia entre el Gobierno y buena parte, que me atrevería a considerar mayoritaria, de la opinión derechista o constitucionalista en general (es decir de políticos y comentaristas). Para ambos se trata en lo fundamental de teatralidad electoralista. Una especie de comedia para ganar la Generalidad y reiniciar el eterno retorno del pedir más y recibir no menos. Pero mientras esta derecha, digamos que formalista, cree de veras que todo va de teatro y a lo sumo de “ensoñación” calculada, el Gobierno hace más bien teatro promoviendo que todo es mero teatro electoralista, a sabiendas de que se la juega. Tal diferencia de talante conlleva evidentes consecuencias pero hay que detenerse primero en lo que puede mover a esta confianza de unos y otros en el plano objetivo.


Creo que hay dos razones que predisponen directamente a tomarlo todo por una comedia, la comedia de jugar al “independentismo” sin buscar en serio la independencia. La primera es la estupidez en sí de la independencia. No por la falta de fuerzas y empeño para lograrlo, sino por lo absurdo de arriesgar el “hinterland” fáctico en términos económicos y sociales de Cataluña y el País Vasco que es el resto de España. Incluso para estos la pertenencia foral a España es un verdadero chollo, mientras que para Cataluña lo sería plenamente sino delirasen entregándose a la independencia “¡ya!”. La ceguera del nacionalista medio sobre esta evidencia es proverbial pero necesaria porque sin ella carecería de verdadera motivación moral. ¿Cómo se puede ser víctima de aquellos de los que te beneficias en las condiciones más ventajosas, aunque haya también un beneficio mutuo?


Coincidiendo con el tiempo dorado del PSOE, los prebostes nacionalistas saborearon los sabrosos frutos que depara la “honorabilidad” sin necesidad de lealtad, incluida la inmisericorde colecta de “las nueces”. Ya desatada la rebatiña contra el Estado, la superchería de “Espanya ens roba”, fue suficiente para arrastrar a los remilgados en plena zozobra de la crisis económica mundial. El hecho de que, con todos los reparos que se quiera, se haya restablecido la sensación de la prosperidad, invita a pensar que los separatistas de la pela y las nueces no están para más aventuras.


La segunda razón es la frustración con la que se saldó la proclamación de la independencia. En este punto han incidido importantes comentaristas constitucionalistas, en línea con su presunta “ensoñación”, según estimación del Supremo. De aquel evento se ha extraído la conclusión de que los nacionalistas catalanes, vanguardias y masas, carecen de las necesarias “agallas” y la voluntad para ejercitar y poner a prueba su fuerza. Incluso la santurrona aplicación del 155 parece haber sido suficiente para amansar a la fiera, sin necesidad de proceder a una higiene más esmerada.


Respecto a la primera razón hay demasiado de prejuicio liberal o si se prefiere racionalista. Como escribió Orwell sobre el desprecio que expresó Wells a las posibilidades de victoria de Hitler en 1941 y en general a las posibilidades de la política totalitaria en el mundo moderno:

Kipling había comprendido el atractivo de Hitler, y en este sentido, también el de Stalin, cualquiera que hubiera sido su postura al respecto. Wells es demasiado cuerdo para entender el mundo moderno”.


Los nacionalismos subversivos son fuerzas no ya emotivas sino en esencia irracionales, lo que paradójicamente, como ocurre con los proyectos totalitarios de todo tipo, su irracionalidad no está privada de lógica. Mas bien despliegan una lógica de acero ventajosa porque su falta de escrúpulos y controles morales deja pasmados a los creyentes en la elemental moralidad de los servidores públicos o aspirantes a ello.

Pero más allá de esta apreciación general es una evidencia que el auge del nacionalismo catalán y vasco se ha sazonado con el autoengaño de que su aventajada prosperidad es merecida y se ha conseguido a pesar del “opresivo corsé” de España. Pues al fin y al cabo tal autoengaño apadrina al objeto del culto supersticioso independentista: la incompatibilidad cultural e identitaria y porque no racial respecto al resto de España. (Obvio este asunto capital que merecería mayor detenimiento pero que desviaría del asunto.)


Respecto a lo segundo no descubro nada si todo nacionalista que se precie cree en su fuero interno que se “ha perdido una batalla pero no la guerra”. ¿Pero ya no tienen ganas de volver a la guerra? Sería paradójico que estuvieran definitivamente escarmentados una vez que el Estado se ha desarmado jurídica y moralmente. Pero sobre todo cuando su mirlo blanco Sanchez se aplica a expoliar todos los fondos morales y legales de la nación. Tanto que cabe preguntarse: ¿Su evidente empatía por los intereses nacionalistas es sólo táctica para seguir en el poder o tiene algo de comunión doctrinal? Es sabida su hipocresía y mendacidad pero no es menos evidente que su destinatario es España y la Constitución.


En política “se hace camino al andar”, pero la cuesta abajo te empuja a correr. Masas educadas en “la belleza y a justicia” de la independencia podrán seguir su vida tan panchos cualquiera que sea el status quo, pero nunca desprenderse del resquemor y la frustración que les hace vivir como “perdedores”, permanentemente en guardia y con ganas de saldar cuentas cuando llegue la oportunidad. En su fuero interno venderse por la pela sería como vender el alma al diablo, pero no menos sienten que con alma o sin ella, con rebelión o a paso de tortuga, nada tienen que perder.


Ni el sanchismo ni el formalismo de derechas se lo toman en serio. Los primeros achacan este irredentismo victimista a la existencia de la derecha y a las taras congénitas de España que la derecha perpetua, los segundos a desvaríos de quienes no tienen más remedio que sentar su cabeza y dedicarse a prosperar con “las cosas que importan”.


¿Piensan los líderes separatistas que ha llegado la hora?No se puede saber exactamente pero hay algunas evidencias incontestables. La primera es la complicidad a toda prueba de la masa nacionalista, por lo que nada impediría movilizarla incluso hasta la unilateralidad si hiciera falta. La segunda es la incertidumbre sobre la fortaleza de Sanchez para sostenerse con la revitalización del procés. La tercera es hasta donde estaría dispuesto a aguantar Sanchez y las masas “progresistas”, lo que en el caso de Sanchez depende de su capacidad para conservar la complicidad de estas.


A corto plazo los separatistas pretenden consolidar su posición privilegiada de permanente chantaje, en tanto desembrollan la mejor forma de alcanzar la independencia, el asalto o transición permanente. El sanchismo pretende un compromiso duradero que por su naturaleza no puede tener límite y estaría en la línea de esa transición permanente pero con toda la sordina que sea posible. Ante la evidencia de que las concesiones no pueden ser infinitas sin tener que dar el salto definitivo y ante lo no menos evidente que los nacionalistas nunca admitirían un acuerdo definitivo que no fuera la independencia, el sanchismo tiene que conformarse con “ganar tiempo” (¿para qué?): confiar en el cansancio separatista o en que tarde o temprano la sociedad española se vacíe de contenido y le sea indiferente la desaparición de España.


¿Tiene tiempo entonces? El que concede que no sólo es un gran amigo”, sino el único posible y que, desaparecido, los separatistas tendrían que vérselas con verdaderos enemigos. Situación que sería inaudita.


Si los separatistas pretenden en serio la independencia la ecuación no es fácil de resolver. La alternativa de la transición infinita depende de la perpetuidad del bloque sanchista en el poder, porque no es fácil que esta legislatura permita la preparación necesaria para dar en ella el salto definitivo. Precipitar por contra el asalto decisivo podría provocar la defenestración de Sanchez, por muchas que sean las agallas de este.


Sea como fuera y por mucho que se quiera obviar lo único cierto es que estamos en el interregno.





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