En
gran medida la reacción de la sociedad ante el 11M y sobre todo la
voluntad de olvidarlo es la mayor evidencia de la imposibilidad de la
sociedad española de resolver los problemas que ella misma crea y
que atenazan sus reflejos morales. Cuesta admitirlo, pero angustia la
sospecha de que no se vieron a los muertos como muertos de todos,
sino muertos de algunos; no se vio en ello un atentado contra
todos los españoles, sino un castigo merecido a ellos, los
no nuestros, a cuenta de la sangre de inocentes.
Para
quien conserve un mínimo de conciencia, problema del que quedan
eximidos los muchos que no empezaron a tener conciencia alguna, es
temerario ir contra la corriente, pero también es cobarde no
hacerlo, máxime cuando la corriente lo es todo. Desde el
escepticismo y la ilusoria prudencia sólo se me ocurren algunas
conjeturas y dudas que no tocan nada del fondo, es decir las
cuestiones cruciales de quién lo perpetró y para qué. Es decir
con qué fin se frustró la continuidad previsible de un gobierno de
la derecha y por quienes.
Aunque
parezca sorprendente que, pasado el primer momento y con el tiempo,
el PP asumiese la versión que le perjudicaba contra todo tipo de
pruebas y evidencias, no lo es tanto. Cabe conjeturar si la versión
de la autoría de ETA era una artimaña, si creían en ella, si
simplemente se protegieron ante lo que parecía más evidente o
vieron una oportunidad de beneficio electoral. El hecho es que,
desbaratada esa versión, la opinión pública por abrumadora
mayoría, y sobre todo hegemonía, sólo estaba dispuesta a creer en
la pista islámica o en cualquiera otra que condujese a la culpa del
Gobierno por el apoyo a la agresión de Bush a Iraq.
El
PP una vez indefenso ante la izquierda optó por quitarse de en
medio, temeroso de que hurgar en los fondos lo pusiese más ante los
focos de la opinión pública, convertida en verdadero tribunal
inquisitorial. Cualquier evidencia contraria a la pista islámica
sería considerado una coartada para evadir su culpa. Pudo existir un
pacto explícito o sólo tácito entre la nueva dirección socialista
y la del PP, pero en la práctica los resultados son los mismos. A
los socialistas no les interesaba mover nada para no perder la
posición de dirección alcanzada y tal vez por no sufrir una
contaminación insospechada; al PP no le interesaba que le removieran
la vergüenza de la aventura de Iraq, pues de seguir con ello podía
verse en el sumidero.
A
estas alturas choca tanto como el silencio olvidadizo sistémico y
mediático de la opinión pública y la publicada, el recuerdo de la
torpeza que demostraron los mandatarios de la derecha trás el
momento crucial del magnicidio y en el proceso que desembocó en el
mismo.
Dado
el escaso sentido que tiene la derecha española de los móviles que
subyacen a las actitudes colectivas, resulta hasta cierto punto
comprensible que Aznar se embarcase en la aventura con Bush
despreciando el alcance de la reacción social que iba a producir y
que significó la resurrección de la influencia social de la
izquierda.
Pero
es mucho más sorprendente que no demostrase destreza alguna en lo
que se supone capacidad propia de la derecha, hablando
históricamente. Ahora vemos que se lanzó a la aventura de Irak sin
control alguno del subsuelo del aparato del estado. Llegando al
extremo, esta es la impresión, de que una vez desatado el ciclo del
11 M, tuviera que tragar con las maniobras de los “otros” de los
suyos y admitir la iniciativa y el mando de estos.
Ante
tanta debilidad, sólo el desconocimiento de su verdadero poder del
que depende la supervivencia de todo gobierno y Estado y la
presunción de que todo estaría bajo control explica que obviase
algo tan elemental como comprometer a la oposición en la gestión
pública del magnicidio. ¿O se temía algo inconfesable?
El
pueblo en general y la opinión pública ha admitido el silencio
oficial y se ha involucrado con él. ¿Pero por qué su
silencio si se estaba convencido de la versión oficial? ¿Qué mejor
oportunidad que estos aniversarios para seguir culpabilizando “a la
derecha”? Uno tiene la impresión de que en la conciencia colectiva
prima una cierta idea de que “nos hemos pasado” al culpabilizar
al PP, porque esto parecía sino justificar, sí otorgar una cierta
comprensión a los presuntos autores islamistas. Pero igual que la
clase política ha puesto sordina con gran eficacia, cabe también
suponer que en gran parte de la población se han ido filtrando
muchas dudas, cuando se han templado los miedos y las pasiones. Pero
dudas que, de momento al menos, no empujan a aclarar sino a no
ventear lo que puede resultar dudoso. Demasiado miedo a lo
desconocido para que eso sirva de pegamento de la cohesión social.
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