Esto
apesta a ratonera.
Rajoy
y cía se han creído y se han dedicado a hacernos creer el cuento de
hadas de que lo de Cataluña está controlado y que en el peor de los
casos se reconducirá sin molestar y sin que no sea necesario más
que algún titular de prensa y alguna declaración oficial o rueda
del buenazo de portavoz, el Sr. Mendez de Vigo. Como “todo esto es
una locura” y “no puede ir a ninguna parte” se disolverá como
un azucarillo en el agua. Quedará a lo sumo un regusto de “fractura
social” en Cataluña pero el gobierno hará alarde de buena
disposición.
Así
se encuentra de tope con que actuar “proporcionalmente”, es decir
hacer cumplir la ley, sería motivo de reproche general. Al menos
para que así se vea se ha hecho todo lo posible. El cumplimiento de
la ley aparece como una señal de fracaso de la democracia, de la
política y por supuesto del gobierno. En este mundo al revés parece
como si todo lo del Golpe de Estado fuera una artimaña para forzar
el cumplimiento de la ley. Hasta Rivera se ha convencido de la
terapia del buen rollito.
En
el otro lado los sanchistas se declaran podemitas vergonzantes y lo
podemitas actúan como separatistas no menos vergonzantes.
La
única estrategia sanchista es denunciar al gobierno tanto si actúa
como si no actúa. Culparlo en definitiva del desastre, sea este la
independencia o la desafección de Cataluña, fractura social
incluida. Da por supuesto, no sin motivos, que los españoles no
admitirán la coherencia en la defensa de la ley y que achacarán la
traca final, sea cual sea, a la cerrazón del gobierno y de la
derecha. Todo apunta a que los sanchistas admitirían la
independencia “si no hay más remedio” y se preparan para quedar
bien ante esta eventualidad.
Estamos
en el preámbulo del cambio de régimen y quien sabe si de nación,
ante la desidia y desconcierto de los buenos, y la sobreactuación
de los malos.
Para
los sanchistas el desastre catalán promete ser una buena oportunidad
para echar a la derecha y quien sabe si algo más.
Por
supuesto para los podemitas, el camino de la independencia catalana y
de otras “naciones”, es el detonante del “proceso
destituyente”. En la sociedad del bienestar más de un tercio de la
población se ve comprometida en delirios infernales que hace cinco
años parecían impensables. Parece mentira, ¿pero ahora en el
aniversario de M. A. Blanco no hemos visto como la sociedad vasca se
ha dejado seducir por el ideario terrorista, aunque se haya puesto a
régimen de las pistolas?
Hay
que dejarlo claro: los separatistas podrían ciertamente aparecer
como víctimas ante el mundo de imponerse el cumplimiento de la ley
porque la clase política constitucional no se ha atrevido a
despertar a los españoles y enfrentarlos a la verdad. El único
problema de esta socialización del nirvana es que la nada y el vacío
no vende en los medios y desanima a quienes esperan algún amparo del
Estado y del resto de los españoles.
Esperar
en las actuales circunstancias la reacción de la mayoría de la
población catalana llamada a ser esclava moral de los separatistas
es un quimera si previamente no reacciona y de forma contundente el
conjunto de la sociedad española. Pero en la atmósfera está que
esto sería desestabilizador y que además la gente no es muy reacia
a creer que la unidad de España sea un problema real.
Antes
que la inacción el problema ha sido no querer ver la verdad y
ocultar la verdad. La única estrategia que se ha seguido: ante todo
no pasar por provocadores, no hacer el juego. Que igual se cansan y
ya escampa.
Así
solo pesa un temor en quien tiene responsabilidad: “¿cómo se
puede hacer algo sin apoyo de los españoles y además bien
expreso?¿pero cómo en estas condiciones se puede pedir ese apoyo?
¿no nos reprocharían que los hemos estado engañando y que somos
unos ineptos?”
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