Es
claro que la cohesión y la moral interna del PP descansa en el
convencimiento de que sólo ellos garantizan la continuidad de España
en cuanto que comunidad política. Sin duda esto es discutible pero
chirria la ligereza con la que se toma el peligro de desaparición de
nuestra comunidad política. Por ejemplo la Sra. Cospedal, su única
dirigente digna de tal nombre, reduce el trance en que se encuentra
España a una cuestión de estabilidad. De esta forma el
descabalgamiento del PP llevaría a España a la “inestabilidad”.
Creo que así puede estar Italia, para quien es lo suyo estar en
permanente inestabilidad, pero aquí la inestabilidad permanente
puede resultar mortífera y trágica. No son de pacotilla las
tendencias destructivas pero más poderosas las que se lo toman como
una cuestión menor o una simple superchería de la derecha.
La
gestión que ha hecho Rajoy del final de su agonía revela que nunca
ha creído que nuestra comunidad política estuviese amenazada en
serio. Pero no porque se esté dispuesto a hacer frente a sus enemigos con todas
sus consecuencias, sino porque sería
imposible metafísicamente, no cabe en el orden racional, o
providencial según se vea, del universo. Desde esta perspectiva de
tan aparente “sentido común”, -supongo que G.E. Moore será la
lectura de cabecera de Rajoy- por muy bravas que sean las aguas
desbordadas necesariamente han de volver a su cauce. La esencia del
marianismo se resume en el pasmo en el que le sumió la “traición”
del PNV. Da la impresión de que su infructuoso afán de convertir
en amigos y caballeros a quienes lo cifran todo en hacerlo el
enemigo público numero le mueve más a la melancolía y la
resignación mancillada que a revisar el propio chip. El estacazo de
sus socios leales es el desenlace de una novela de sinsabores y
“malentendidos” donde los malos no se han comportado como debía
hacerlo toda persona y fuerza de bien.
Rajoy
entiende la política desde su peculiar personalidad, cuando lo
normal es amoldar esta a la forma de entender la política. Pero
haciendo abstracción de ello, que es mucho hacer, la lógica por la
que Rajoy ha preferido un Gobierno potencialmente suicida, para
España, a la de forzar elecciones, o intentarlo, da al traste con
cualquier intento de identificar el interés del PP y el interés
general de la nación. Se ha optado por la improbable salvación del
Partido antes que por una vía de esperanza para invertir este
proceso. Descartado convocar elecciones generales por mal augurio
para el Partido, mejor soñar que la resurrección está al borde de
la esquina si Sanchez se estampa al ponerse a gobernar. Lo único
preocupante es la intromisión de Rivera, que debería pagar su
osadía tal como quiere todo el conjunto del espectro político.
Pero
esto es un juego de niños, una batallita ajena a lo que está en
juego. Rajoy ha entregado todas las cartas al engendro rupturista,
como si estos fueron ineptos e imbéciles y no fueran más que a
darse a las bravuconadas para que el electorado de derecha de toda la
vida renueve contrito y alarmado su adhesión. Veremos si es así.Todo
depende de como los socios del milagrero Sanchez acierten a
modelarlo, de como Frankenstein se remodele a sí mismo. Si se
conforman con darle margen para coger aire, a cambio de gestos
simbólicos, y citarse en las elecciones adornado con todo tipo de
beneficios y prebendas “sociales”, y alardes guerra civilistas, o
si le requieren a que concrete ya la confederalización de España.
Como Rajoy está convencido de que sólo el sabe manejar los tiempos,
debe ester convencido que sus enemigos andarán a palos de ciego
entre ellos, sin parar mientes que en política nada une más que el
odio una vez que el objeto del odio común está bien perfilado.
También el odio, para prosperar, requiere prudencia y alardes
empáticos.
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