viernes, 1 de junio de 2018

LA FE PÓSTUMA DE RAJOY


Es claro que la cohesión y la moral interna del PP descansa en el convencimiento de que sólo ellos garantizan la continuidad de España en cuanto que comunidad política. Sin duda esto es discutible pero chirria la ligereza con la que se toma el peligro de desaparición de nuestra comunidad política. Por ejemplo la Sra. Cospedal, su única dirigente digna de tal nombre, reduce el trance en que se encuentra España a una cuestión de estabilidad. De esta forma el descabalgamiento del PP llevaría a España a la “inestabilidad”. Creo que así puede estar Italia, para quien es lo suyo estar en permanente inestabilidad, pero aquí la inestabilidad permanente puede resultar mortífera y trágica. No son de pacotilla las tendencias destructivas pero más poderosas las que se lo toman como una cuestión menor o una simple superchería de la derecha.

La gestión que ha hecho Rajoy del final de su agonía revela que nunca ha creído que nuestra comunidad política estuviese amenazada en serio. Pero no porque se esté dispuesto a hacer frente a sus enemigos con todas sus consecuencias, sino porque sería imposible metafísicamente, no cabe en el orden racional, o providencial según se vea, del universo. Desde esta perspectiva de tan aparente “sentido común”, -supongo que G.E. Moore será la lectura de cabecera de Rajoy- por muy bravas que sean las aguas desbordadas necesariamente han de volver a su cauce. La esencia del marianismo se resume en el pasmo en el que le sumió la “traición” del PNV. Da la impresión de que su infructuoso afán de convertir en amigos y caballeros a quienes lo cifran todo en hacerlo el enemigo público numero le mueve más a la melancolía y la resignación mancillada que a revisar el propio chip. El estacazo de sus socios leales es el desenlace de una novela de sinsabores y “malentendidos” donde los malos no se han comportado como debía hacerlo toda persona y fuerza de bien.

Rajoy entiende la política desde su peculiar personalidad, cuando lo normal es amoldar esta a la forma de entender la política. Pero haciendo abstracción de ello, que es mucho hacer, la lógica por la que Rajoy ha preferido un Gobierno potencialmente suicida, para España, a la de forzar elecciones, o intentarlo, da al traste con cualquier intento de identificar el interés del PP y el interés general de la nación. Se ha optado por la improbable salvación del Partido antes que por una vía de esperanza para invertir este proceso. Descartado convocar elecciones generales por mal augurio para el Partido, mejor soñar que la resurrección está al borde de la esquina si Sanchez se estampa al ponerse a gobernar. Lo único preocupante es la intromisión de Rivera, que debería pagar su osadía tal como quiere todo el conjunto del espectro político.

Pero esto es un juego de niños, una batallita ajena a lo que está en juego. Rajoy ha entregado todas las cartas al engendro rupturista, como si estos fueron ineptos e imbéciles y no fueran más que a darse a las bravuconadas para que el electorado de derecha de toda la vida renueve contrito y alarmado su adhesión. Veremos si es así.Todo depende de como los socios del milagrero Sanchez acierten a modelarlo, de como Frankenstein se remodele a sí mismo. Si se conforman con darle margen para coger aire, a cambio de gestos simbólicos, y citarse en las elecciones adornado con todo tipo de beneficios y prebendas “sociales”, y alardes guerra civilistas, o si le requieren a que concrete ya la confederalización de España. Como Rajoy está convencido de que sólo el sabe manejar los tiempos, debe ester convencido que sus enemigos andarán a palos de ciego entre ellos, sin parar mientes que en política nada une más que el odio una vez que el objeto del odio común está bien perfilado. También el odio, para prosperar, requiere prudencia y alardes empáticos.

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