domingo, 4 de junio de 2023

APLAUSIMETRO Y CATARSIS

El pavor catártico que inspiraba a la Ciudad la caída del héroe tenía que ver con la compasión por el héroe pero no menos por el temor a verse arrastrada toda ella a la ruina, pues no en vano el héroe era su representante y protector. Como es sabido Aristóteles atribuía tal caída a la ceguera con la que el destino o los dioses castigaban la soberbia del héroe.


En nuestra polis real los tiranos suelen creerse héroes protectores. Pero, sin poder evitar vivir con el temor al castigo, están predispuestos a sufrir todo tipo de alucinaciones y reacciones compulsivas e imprevisibles. En realidad estos sufren de una doble distorsión patológica de la que por lo común los héroes míticos estaban exentos. Me refiero a que de un lado creen que su poder es debido a su carisma o a virtudes carismáticas capaces de suscitar una adhesión incondicional. Por otra parte temen ser objeto de asechanzas y conspiraciones más peligrosas cuanto menos aparecen en la superficie. Es decir un matrimonio cenagoso de fanfarronería y paranoia.


Igual que Cronos devora a sus hijos porque cree que estos serán igual que él, el Tirano totalitario teme la envidia y el afán encubierto de poder de los suyos, porque en el fondo barrunta que tal haría si estuviese en la situación de sus adeptos. Su obsesión consecuente es la exigencia de mandar con el amor incondicional de sus súbditos, no bastando la obediencia por temor o siquiera por conveniencia y respeto. Amor a sangre y fuego que lo pondría al borde del precipicio sino pudiera recurrir a purgas y escarmientos periódicos. De hecho consigue, en una obra primorosa de control y aprovechamiento de su paranoia, que la neurosis se instale en la población, incapacitada ya para distinguir su miedo real de su forzada libranza amorosa.


Pero no es lo mismo un sistema hermético donde la población está sujeta a un poder total patologizado, que un sistema clausurante todavía poroso porque no ha culminado en poder absoluto y tiene que sortear las corrientes que atizan las sociedades abiertas. En nuestro caso Sanchez ha sucumbido a la tentación de que la adhesión de los suyos es por amor y carisma, cuando en realidad se debe a que les ofrece la seguridad de la victoria sobre el “gran enemigo” del progreso, o lo que es lo mismo la garantía de un poder socialista perenne. La excitación y reverdecer de las más bajas pasiones guerracivilistas viene a ser la prueba de este pacto de poder eterno.


A diferencia de los tiranos establecidos en el poder, el nuestro, que sólo estaba instalado en la provisionalidad del poder, dormía sin el miedo al castigo de los suyos ante el éxtasis del que disfruta quien se ve aupado y elegido venciendo cualquier “resistencia”. En tal euforia no resulta imaginable que se le pueda segar la hierba bajo los pies, ni siquiera que a nadie se le ocurra.


Si la euforia amordaza la irrupción paranoica , en mayor medida incita a creer que no son tanto los triunfos sino la virtud personal el detonante de la adhesión, hasta el punto que esta es sobre todo amor y admiración. Pero el barrunto de que su destino depende de sus triunfos y “resistencias” se ha abierto paso abruptamente con estas elecciones locales insidiosas y ha desencadenado el inevitable mecanismo paranoico, destinado tanto a estabular a los fieles como a castigar a los infieles, de dentro y de fuera. En un proceso en el que ya se torna indistinguible esta separación que permite cómodamente asignar amigos y enemigos.


En esta coyuntura la idea de que Sz sólo busca el poder a toda costa debiera matizarse. Si por posibilidades de mantener el poder o cuotas apetecibles de poder se tratara parece lo más racional y realista que apostara por encabezar una especie de refundación tenuamente “socialdemócrata” que sino aseguraba revalidar gobierno podía derivar en una oposición provisional y quien sabe si prometedora dado el panorama sombrío que se avecina.

Pero sino ha sido así es porque su afán de poder es indisociable de su podemismo, una vez consumada su podemización. Hay que otorgarle este punto de convicción que acelera su furia vindicativa y sus temores paranoicos.


Hasta ahora ha sabido sacar provecho de su innata impulsividad al estar dotado de un fuste maquiavélico tanto o más poderoso. No se olvide que esta ha sido su formación política y cívica en el terreno propicio que sembró ZP. Su única y suficiente formación que se agranda y exacerba ante la incapacidad de su adversario, esa derecha tan denostada, de comprender o incluso concebir este tipo de personalidad y de mañas políticas. Cosa que ya viene de los tiempos de Carlos V y Francisco I de Francia, en caso de que el primero fuera de “derechas”


Es muy posible que la salida provocadora, con la guinda del discurso y perfomance coreana con la que expone sin tapujos su auténtica voluntad, ya fuera una opción planeada si se confirmaban los indicios fatales. Pero incluso en ese caso la impulsividad ha hecho trizas a los resortes maquiavélicos que lo han elevado a las cumbres. Sin que esto sea impedimento para creerse consumado maquiavelista con su provocación electoral.


Su problema es que ya la sociedad española en general tiende a escamarse de tanta audacia y empieza a ver tras ella necedad, pero sobre todo mala fe.


Mientras que además los suyos se han dado cuenta de bruces de lo podemizados que están y que han de mirarse en el espejo de un horizonte podemita. Y lo que es peor que el apasionamiento guerracivilista no es más que un subterfugio para podemizar España.


A “todo o nada” se la juega la horda impulsiva sanchista , confiando sobre todo en que, de una vez por todas y sin tapujos, la honorabilidad socialdemócrata y constitucionalista se metamorfosee en fiel convicción chavista y ¿por qué no? simpatía separatista. Porque a pesar de todo Sanchez cree que se le sigue porque lo vale y porque tiene razón y es inmune al desaliento, y además con fortaleza para ganar.



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