miércoles, 27 de septiembre de 2023

LA DICTADURA PERFECTA

 

El comunismo puede presumir de haber aportado a la teoría política dos novedades llamadas a perdurar en las más variadas circunstancias. Me refiero a la fetichización del Partido como órgano supremo de la historia y la humanidad, y por otra parte la invención de la dictadura perfecta. Es obvio que son extremos complementarios y convivientes en perfecta conexión. Es cierto que también el monstruo nazi puede disputar la autoría de estos inventos con argumentos sobrados, pero su derrota catastrófica impide que se pueda certificar su condición de dictadura perfecta perdurable casi eternamente. Por otra parte se ha demostrado que a pesar de sus aberraciones el comunismo cuenta con unas simpatías mundiales que nunca hubiera podido tener el totalitarismo nazi, aunque estén parejos en merecimientos. Y este extremo no es baladí. Cuenta mucho en la capacidad del comunismo de crear dictaduras perfectas.

Me voy a ceñir pues a esta invención que es al fin y al cabo es el destino al que se dirige el Partido fetiche. Fetichización que pasa de la idea a la realidad desde el momento que el Partido parásita y succiona el Estado y el conjunto de la maquinaria administrativa, a la que purga y domestica implacablemente. Este es el esqueleto de la dictadura perfecta, pero su músculo es la penetración capilar de la sociedad. El comunismo en el poder tiene la ventaja de contar con una base social fiel, a las duras y a las maduras, que, con independencia de su magnitud, asegura el manto de silencio del resto de la sociedad, a la que se anula con voces destempladas e intimidantes. Se dirá que es una minoría, pero eso no importa una vez que está conectada con la maquinaria del Partido-Estado. Su valor estriba en su activismo, su disposición a movilizarse haciéndose eco de las consignas oficiales, pero sobre todo de su disposición a infectar de sospecha y de miedo la atmósfera social llegando a todos los rincones. Con esta base puede sofocar o al menos neutralizar las circunstanciales protestas de la población oprimida deseosa de libertad, impidiendo que esto se acreciente de forma imparable. Como parte de esta base social ocupa un papel destacado los profesionales y pretendidos intelectuales, artistas, comentaristas … Por mucha que sea la depuración y persecución de este segmento su reemplazo está asegurado y con ello el embellecimiento del régimen y la demonización de cualquier viso de oposición. Este extremo sólo cuenta como guinda del pastel pero no deja de facilitar la cobertura moralista con la que las dictaduras comunistas se legitiman internacionalmente. Asistimos a la renovación bajo las más diversas máscaras de la simpatía por el Gran Hermano, una cobertura ladina e insidiosa que se gana a aquella parte de la opinión pública mundial sensible a la mala conciencia. La de ser partícipe por beneficiaria de un sistema que tiene por indeseable. En realidad las diferentes facciones y marcas comunistas contemporáneas con independencia de la conciencia de su extracción y de sí mismos nutren su fuerza de la explotación de la mala conciencia de quienes creen que el sistema al que deben su comodidad es injusto, sin que sea óbice para reclamar al Estado que satisfaga sus carencias y garantice todo el confort que sea preciso.


Es cierto que el derrumbe de la Unión Soviética y sus satélites parece contradecir esta presunta invulnerabilidad. Pero no está tan claro. Fue la falta de fe de la Nomenclatura en su poder de supervivencia, que no en la bondad del sistema, una vez que se demostró la superioridad del capitalismo en lo que a prosperidad social se refiere. El temor de que la población se diera cuenta y la incapacidad de controlar los movimientos nacionalistas que esta frustración provocarían determinó que los “Nomenclators” buscasen soluciones particulares al margen del sistema. Instalándose en sus restos. Pero nada asegura que de no claudicar no se hubieran perpetuado. Aunque la base social movilizable ya se había burocratizado, el conjunto de la población estaba lo suficientemente anestesiada en caso de que la maquinaria del Estado se pusiera en marcha para sofocar cualquier reclamación. El ejemplo de Cuba, de China y ahora de Venezuela es elocuente. Ahora Putin lo deja claro.


El comunismo cualesquiera que sean sus mutaciones tiene la gran ventaja de su condición mítica, sólo comparable al mito de la Revolución Francesa que predominó en el XIX. En Occidente se devaluó en la guerra fría, (revolución húngara, Praga..)pero esto sólo alcanzó a la vertiente institucional, al poder puro y duro soviético. Curiosamente los movimientos contestatarios reavivaron el mito pretendiendo separar la cruda realidad el socialismo real de su presunta bondad y belleza.


Las democracias liberales dependen de la efectiva buena fe. Por mucho que el juego institucional funcione con todo tipo de garantías, necesitan tener alma. Frente al comunismo carecen de mitos que animen el alma colectiva. Pero están asentadas sin mitos y esto es una gran ventaja, si hay capacidad para detectar y prevenir los factores erosivos. Las democracias liberales después de parecer el castigo por su complicidad con los nacionalismos chauvinistas tras la I GM, se han reivindicado y fortalecido casi como sistemas invulnerables al responder a la catástrofe de la IIGM con el nexo de libertad, derecho y prosperidad. Estados Unidos nos salvó al hacer esto posible. Porque fue una victoria frente al comunismo, una victoria sin mitos, como sin mitos se construyó la victoria contra el nazismo. Ahora el alma occidental sufre de mala conciencia. Se han podido gestionar los accesos de malestar con reformas. En esto consiste el sistema. Pero hay dudas sobre la confianza en el sistema al derivar el malestar en mala conciencia. Por ahora es un mal sueño del que despertamos siguiendo a lo nuestro.


¿Es posible un sistema democrático liberal y de derecho si la población que lo debe sostener tiene el alma partida? Es decir cuando para medio país, los más activos e irreductibles, no está en juego cómo ha de ser el sistema sino como “sobrepasarlo” o extinguirlo. Estamos en el envés de las condiciones de las dictaduras perfectas. En la hoja vulnerable del Estado de Derecho, aquello que no garantiza la mecánica institucional. El activismo contestatario se dirige a cambiar el régimen, y hasta ahora ha sido la fuerza que ha dictado las ideas. A cambiar incluso si al hacerlo se suicida. En la práctica la mitad del trabajo depende del orden de los factores. Sanchez precisa el apoyo separatista no ya para conservar el poder (¿el poder para qué?) sino para culminar su empresa bolivariana. Los separatistas tienen que confiar en Sanchez en el momento supremo. ¿Dará paso a la independencia entonces o traicionará por muy comprometido que esté con sus socios? Lo lógico es que todo quede para la inminente legislatura. Tomarse su tiempo para que todo se tense.

La otra mitad del trabajo tiene por objeto la calle. Hasta ahora ha funcionado. Pero los suyos pueden empezar a temer que perdida España y la democracia ellos también pierden. Es lo que los sanchistas que se precien han de evitar a toda costa sacando a los suyos a la calle.



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