viernes, 1 de marzo de 2024

DIABLURAS

 


La aventura de Casado es de interés por lo que tiene de paradigmático en la España del Muro.

Casado ascendió a la cúspide como alternativa al modelo marianista sorayista. Contra el santo y seña de que la política es “negocio entre caballeros” y que la democracia es un régimen “de gente que no quiere líos, Casado decía que venía a regenerar y a dar batallas ideológicas. En realidad no tenía más fuste que la ambición y un cierto oportunismo ramplón. Vio su hueco entre el desbarajuste y la vergüenza de los suyos con la suficiencia del bendito aclamado por sus dotes retóricas.


La incapacidad de pasar de la retórica a la dura tarea de desenmascarar la falacia sanchista indicaba cuan profunda era la debilidad ideológica de la derecha, incapaz de reponerse del golpe que le asestó Zapatero.


A diferencia de Soraya, ejemplo del político funcionarial decimonónico de la restauración, Casado era sobre todo un tipo de aparato. Hay que decir que los aparachtik de izquierdas se preparan duchos en lo callejero y la propaganda inmisericorde, pero los de derechas se ocupan más bien de esperar y servir. Ajena a ruidos desagradables Soraya fue encumbrada en este caso por la confianza de su eficaz asepsia, sin salir por ello de la cápsula funcionarial. En gran parte lo propio del modelo del político restauracionista hasta nuestros días.


Pero ambos coincidían en el desconocimiento más elemental de la política, al menos de la política española que perpetró Zapatero y Sanchez. Desconocían que una vez que has sido declarado enemigo por tu adversario, lo eres. Guste o no guste, lo entiendas o no lo entiendas, lo quieras entender o no.


Sin más bagaje y energía estratégica, he aquí que inopinadamente Sanchez podía ser su modelo Sanchez. No de política pero sí de político.Era algo real del que además se podían extraer suculentas enseñanzas. Según creía Casado, Sanchez enseñaba lo más elemental. Que el poder empieza por la toma del Partido. Pero Sanchez procedía con una determinación inimaginable para Casado y en general la derecha. Tiene algo entre ceja y ceja que da sentido a su afán omnipotente. El flamante secretario general carecía de alternativa a la apuesta sanchista de desmontar la transición y anular definitivamente a la derecha.


Lo peor era su inconsciencia, que hacía creer que la ocupación del PP fuera alternativa suficiente. A ejemplo de Sanchez su único propósito fue ocupar el PP. En Sanchez la ocupación del PSOE estaba ligada a su proyecto de reversión de la historia, dicho crudamente a ganar la guerra civil para siempre. Así el PSOE se ha convertido así en un ariete iliberal desprendido de afecto alguno por su nación.


En cierta manera la ingenuidad de Casado era comprensible, participaba del feliz pasmo de la derecha. Reacia por una parte a aceptar que el régimen constitucional no fuera eterno e incombustible y por otra a comprender que se hiciera de ella un chivo expiatorio no menos intemporal.


Casado comulgó así con el diagnóstico en parte tranquilizador y en parte insidioso sobre Sanchez y creyó sacar de ello conclusiones. Este diagnóstico decía que Sanchez no tenía más objetivo que conservar el poder. Eso tranquiliza porque aun siendo un peligro es de presumir que no puede pretender hacerlo poniendo en riesgo el régimen constitucional y el Estado de derecho. Lo insidioso era la pretensión de que tal propósito procedía de una mente psicopática, cuando en política la sicología está al servicio de la política.


Pero este relato en parte tranquilizador resultaba irrelevante para lo que parecía la clave del poder. La apropiación del Partido. Decía que para Sanchez esto era algo instrumental aunque decisivo. Sin conciencia del lío en que estaba metida la derecha y España, para Casado esa apropiación era un fin en sí mismo. Claro que con la esperanza de que con un partido monolítico y exclusivo de la derecha (era el tiempo de la irrupción de VOX) bastaría para llegar al poder cuando tocara, como en los tiempos de la Restauración y según la experiencia de Aznar y Mariano. Almenos Aznar se lo curró dicho seade paso.


Pero si Sanchez y Casado eran ambiciosos y hasta audaces la ventaja del primero no era sólo su determinación estratégica sino una inmarchitable confianza en sí mismo. Detalles sicológicos aparte esta confianza encarna el convencido supremacismo de la izquierda y la seguridad de que en términos absolutos la izquierda es infinitamente más fuerte en España, con tal de que se la tenga movilizada o predispuesta.


Casado sin embargo pronto manifestó un insuperable complejo de inferioridad. Hacía falta mucha conciencia de lo que estaba en juego o mucho cinismo marianil para no ser presa de ello. Al margen de las peculiaridades psicológicas, Casado encarnaba esa vocación nirvánica que parece imposible de sacudir.


La emergencia de la personalidad de Isabel Diaz Ayuso extremó el proyecto de apropiación del Partido, como una cuestión de vida o muerte. Tanto más cuanto que Casado no tenía otra energía interior que la que le proporcionaba su su miedo al descrédito y a ser ninguneado por los suyos ante la estrella refulgente. Teodoro demostró entonces ser el más ambicioso de la clase y sin complejo alguno. No tuvo reparos de oficiar de diablejo, le venía al pelo. Ya pactaron Hitler y Stalin y fue mucho peor. Un partido unido, sin fisuras y un sólo Gallo tras el gallinejo bien valía la pena. Pero antes que ello ocurriera, los sufrientes de ese partido sacaron un pundonor insólito. Eso no estaba en el manual sanchista. Ahora éste quiere resucitar el cadáver de ese discípulo que no sabía que había sido declarado enemigo y se la jugó a hacer diabluras con el verdadero diablo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario