sábado, 15 de febrero de 2025

LA BATALLA ENTRE LOS PURITANOS

 

El Universo mental de los USA, polarizado entre el wokismo y el trumpismo, se reproduce en una guerra inmisericorde por la primogenitura y la herencia puritana, tan decisiva en la creación de los EEUU. Ahora se denomina "despertar" (woke) o "empoderamiento" a lo que antes se denominaba contestación y concienciación. La diferencia es que los epígonos de la contestación o mandan sobre casi todo o tienen posición de mando, una vez abducidas por su banalidad "las élites culturales". Pues no en vano la censura izquierdista ha progresado en su hallazgo de que la superioridad cultural se puede reducir, como todo, a una marca o una mercancía mediática. Lo que es decisivo: su posesión otorga la potestad divina a decidir lo verdadero y lo falso, el bien y el mal. Siendo esto tan etéreo ¿cabe imaginar un instrumento de poder más privilegiado?.

El hallazgo del rédito político de la imagen de la "superioridad cultural" otorga a la izquierda el poder sobre la marca y encamina al poder sobre las conciencias. El wokismo incorporó en su guión el repudio de lo puritano, para devenir la actualización feroz del espíritu puritano por elevación de la apuesta. Buena parte del wokismo y de la contestación alternativa está convencida de que que su presunta superioridad moral está aquilatada por la clarividencia intelectual, cree a ciegas que esa superioridad es para la excelencia cultural como la gracia para la fe. Así va de suyo que la bella conciencia se adorna de culta luminosidad y se ennoblece como ángel de al revancha. Conforme al más estricto puritanismo moral fundacional, el nuevo puritanismo cultural se cree "comisionado" tanto a depurar las costumbres y usos rancios, como a encerrar en un zulo a la parte bastarda de la sociedad. En nombre de "la verdad y la libertad".

Por su parte las masas hartas del wokismo está presas de miedo de que los herederos de quienes escupieron la bandera se apropien del "espíritu americano". Se han revuelto como mayoría trumpista ya no tan silenciosa. Pero lo hacen orgullosos de la caricatura woke de la "América profunda": "¡Somos eso que decís! ¿pasa algo?" Esta cesión ideológica, tan natural como chulesca, tiene mucho calado, pues otorga al adversario las bazas del futuro, pero a corto plazo sirve para arrebatar a los woke la bandera de superioridad moral. ¿En nombre de qué? Se invoca la sacralidad de las fronteras, la grandeza económica, y el modo de vida americano de toda la vida, pero sirve esto muy justo para un mundo tan complejo. El hecho de recurrir al aislamiento no deja de ser una confesión de parte de no saber que hacer con esa complejidad.


En la creación moral de los EEUU se cruzaron el puritanismo y la tolerancia liberal. Esta diada coexiste en toda la historia USA de forma abstrusa y endeble, incluso diabólicamente. Su presto desencaje informa de los episodios cruciales de la joven nación, sin dejar de intoxicar el subsuelo moral y cívico. Salvo episodios puntuales de gran calado el puritanismo ha permanecido "dormido". Lo han despertado los "despertadores" y lo han retomado los "despertados", es decir los que debieran quedar cancelados. La tolerancia liberal ya es la bella durmiente.


Por su propia potencia y por su impronta fundacional la sociedad americana, tan eximida de las contradicciones de las naciones del "Viejo Mundo", se ha visto destinada, queriéndolo o no, a ser el adalid de la libertad en la escena mundial. Su puesta en escena no ha sido siempre muy lúcida ni exenta de prácticas denigrantes, pero no en vano sigue siendo la única sociedad que no se avergüenza de la condición integral de la libertad. En esto Trump emerge de la confusión en la que Occidente se ha instalado en una especie de ¡sálvese quien pueda!. Descolgado el interés nacional del destino universal de la libertad ¿admite la historia una vuelta atrás? ¿puede haber alguna salida?


En el espectacular, aunque no inesperado, volantazo de Trump, que lleva a la desnudez de Europa y la emasculación de Ucrania, se adivina, aparte de la forma de interpretar los intereses de su nación, una no muy secreta simpatía personal con Putin. Personal y política, por supuesto, según es propio de los políticos determinados a que su poder carezca de trabas. La comparación es odiosa pero ¿quien podía entender y comulgar más con el modo de hacer de Stalin que Hitler y viceversa?. Putin es puritanismo moral y déspota paneslavista destilado. La comunión con Trump en materia de costumbres admite a su vez una malévola conciencia común de la primacía del derecho del Estado sobre el Estado de Derecho. Por supuesto la diferencia entre el estatalismo liberal y el estatalismo soviético, ahora ruso, es indiscutible, pero ello no mengua un terreno de entente en el reparto de los negocios mundanos y la gestión de la globalización. 

 

El peso de la tradición liberal frente a la tradición despótica ancestral es una barrera insalvable para que estos mundos tengan el mismo régimen, aunque sus líderes lo pretendieran. A este nivel la relación es asimétrica. Tan difícil es que Rusia devenga un Estado democrático liberal como que USA decaiga en absolutismo despótico. Pero no es imposible que al despotismo engallado le acompañe la democracia enquistada.


Este sorprendente escenario se atiborra de hipocresía, una vez que el mundo woke y sus variantes occidentales apenas pueden disimular su simpatía con el putinismo y los imperios neocomunistas. Les basta que estos sean el azote de Occidente y que además encarnen la única forma de poder que puede "salvar el mundo". Pase lo que pase al "progresismo" sólo le importa salvar la Idea que se ha forjado del mundo, porque, de quedar refutado públicamente, se volatilizaría, como estuvo a punto de hacerlo con la Caída del Muro.


Pero la apariencia sufre en este caso. Trump aparece, en su estilo mediático al menos, como un paleto de ademanes rudimentarios, pero que no teme que se le considere algo así como un Paletosky. Le honra su sinceridad, en contraste con el juego al despiste al que se ven obligados los snobs progres ante la vesania de las tiranías antioccidentales. Por desgracia también los más notables tiranos del XX pueden presumir de su sinceridad sin trampas ni cartón sobre sus planes y métodos. Esa virtud es detestable en manos de los tiranos. Estos la tornan pieza y signo de poder.


El demonio idealista corroe la virtud de la tolerancia liberal, incita a que la verdad purifica y es purificante con tal de tenerla, es decir de ganarla en el mercado de lo que ha de tenerse por verdadero. La polarización americana mueve a Occidente en un ovillo caótico. Europa tiene que bailar al son de las contradicciones entre los puritanos. Al "despertar" de tanto dormir humillada, la América profunda se acomoda a lo más fácil. La América contestataria de Occidente no puede sin más capitanear la reacción de Occidente por la libertad sin contradecirse, sin denostar a Occidente y la libertad. Por eso la pugna por la herencia puritana puede ser tan enloquecedora como destructiva.


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