viernes, 13 de diciembre de 2013

EL ESCUDO DE THOR

Es una infamia presentar a Cataluña como una colonia o un país ocupado. La secesión sería radicalmente injusta, el pueblo catalán no se separaría de un “Estado”, al fin y al cabo una estructura administrativa, sino de un pueblo del que forma parte como el hidrogeno y el oxígeno en cada molécula de agua. Ello a pesar de de que la secesión tenga muchas cartas a su favor para realizarse y de que la sociedad catalana sienta justificadamente ser objeto de agravios no bien reparados y de incomprensión hacia su cultura. Pero en lo fundamental España no ha sido una cruz para Cataluña sino su ámbito de expansión y de prosperidad económica y de influencia política con la colaboración y aquiescencia del resto de los españoles.


Grosso modo los procesos secesionistas desde las revoluciones americanas hasta los Balcanes (de lo que excluyo los procesos de descolonización del siglo XX) presentan algunos rasgos comunes, en muchos aspectos similares a los procesos revolucionarios:
1º Hasta el estallido del proceso la inmensa mayoría de la población no se plantea siquiera la posibilidad de cambiar de estatus. Sólo una minoría muy activa en algunos casos agita esa posibilidad, en otros casos esa minoría se va improvisando con el inicio del proceso afrontando una situación que no se había planteado.
2º Los resortes morales que unen a la población potencialmente secesionista con la  nación a la que están unidos están muy debilitados, aunque de forma solapada y sin hacerse expresos, mientras la vida sigue su rumbo normal.
3º Con anterioridad a su inicio, a la nación que es objeto de la secesión, a los poderes públicos y las élites dirigentes, no se les pasa por la imaginación que un proceso de este tipo pueda tener lugar y al hacerlo suele reaccionarse como Luis XVI ante la toma de la Bastilla “¿Se trata de una algarada?”, “No Sire, es una revolución”.
4º Todo suele arrancar cuando normalmente por algún motivo o circunstancias que no tienen que ver con la secesión en sí las minorías y las elites dirigentes secesionistas consiguen que prenda la chispa secesionista, hasta el punto que al tomar cuerpo el incendio su crecimiento es casi imparable. Las masas en movimiento se sienten entonces “protagonistas de su destino” como niños con un juguete nuevo. El proceso se acelera exponencialmente y se hace irreversible cuanto menor es la disposición a la resistencia de la población que potencialmente estaría interesada en oponerse de acuerdo con el punto 2º, o cuanto más en crisis y dividida esté la sociedad contra la que esto se vuelve.
5º. La secesión se torna en un fin en sí mismo y se siente como una necesidad sagrada pese  a que se carezca de proyecto concreto, que no sea retórico, sobre el futuro de la nueva sociedad y el nuevo orden político. Las razones objetivas sobre los inconvenientes o ventajas previsibles carecen de peso o son repudiadas y estigmatizadas si contradicen la necesidad y conveniencia de la meta final. Sólo de una manera fantástica se atribuye a la secesión el poder balsámico de devolver la libertad o el bienestar presuntamente perdido.
6º Las élites dirigentes y los poderes económicos y sociales del pueblo secesionista tienden a anteponer el interés inmediato de no perder el favor de la población por mucho que esta ande sin freno, aunque esto vaya en contra de su interés general y de la razón que los puede mover al escepticismo, por temor a perder sus privilegios de llegar el barco a puerto. Vale entonces la máxima de Lampedusa “que todo cambie para que todo siga igual”.  
En el caso presente de Cataluña cabe apreciar algunas peculiaridades.
1º Ha cobrado crédito generalizado la infamia de que Cataluña está en una situación semejante a una colonia o un país ocupado. La secesión sería radicalmente injusta, el pueblo catalán no se separaría de un “Estado”, al fin y al cabo una estructura administrativa, sino de un pueblo del que forma parte como el hidrogeno y el oxígeno en cada molécula de agua. Ello a pesar de de que la secesión tenga muchas cartas a su favor y de que la sociedad catalana sienta justificadamente ser objeto de agravios no bien reparados y de incomprensión.
2º El desmoronamiento moral y político hasta la práctica insignificancia de la población catalana que se siente unida a España o que potencialmente lo estaría por sus orígenes y vínculos con el resto de España. La multiplicación consiguiente del eco y el éxito de la propaganda ideológica nacionalista, hasta convertirse la independencia y el odio a España en credo oficial y público como el Corán en los países islámicos. Las causas que han podido llevar al embotamiento de una gran parte de la sociedad catalana merecería, eso sí, un Simposio, honesto claro está, no sólo de los más insignes historiadores sino de los sabios más reputados que ha dado la humanidad.
3º El resto de España está también paralizada y embotada no sólo por la crisis sino además por la perenne deslegitimación entre sus dos grandes partidos y bloques políticos, sin olvidar el clima de repudio escéptico de la población a la política y sus políticos. Pero sobre todo afecta la deslegitimación social, o al menos distanciamiento, de la misma idea de España y la desvalorización generalizada del sentimiento patriótico. Este cuadro ejerce una resonancia indudable en la moral colectiva de la población catalana, para alentar los afanes y la confianza en el secesionismo en unos casos, para hundir en el escepticismo y la incredulidad a los potencialmente “unionistas”.
4º.Las masas burguesas nacionalistas “moderadas”, columna vertebral del poder político y social de Cataluña, se han visto arrastradas a la oleada primero y luego se han entusiasmado y no quieren mirarse en el espejo. Se creen que querían lo que está al alcance de su mano, aunque no está claro que de conseguirlo fuera eso lo que realmente querían. No digamos de quienes proviniendo de la izquierda no nacionalista y vinculados naturalmente al resto de España se creen que, al sumarse con entusiasmo a la marea, demuestran ser “verdaderos catalanes”.
Ante estado de cosas la situación presenta estos perfiles.
1º El poder de la nación y la sociedad española carecen de fuerzas propias suficientes para impedir la culminación del proceso, si quienes lo lideran están dispuestos a llevarlo hasta sus últimas consecuencias pase lo que pase. ¿Estaría dispuesto el gobierno, cualquiera que fuera, a anular o invalidar la autonomía si es el único recurso posible en su momento, haciendo valer para ello “todos los instrumentos que permite la ley”, <dicho eufemísticamente>?. Pero sobre todo ¿Estaría la sociedad española y la clase política dispuesta a prestar apoyo a dicha medida hasta sus últimas consecuencias?. Creo que no y lo más probable es que una parte de la sociedad, predominante ideológicamente, se enfrentara radicalmente de esta posibilidad. ¿Se atrevería el poder público a seguir adelante pese a todo?. De hacerlo las consecuencias serían tan pavorosas que hay que pensar que esto es imposible.
2º Dado lo anterior la sartén está en el mango de los dirigentes catalanes y sus fuerzas vivas. Lo tienen todo a su alcance. Por eso tienen que evaluar la conveniencia y las consecuencias de sus actos y decisiones. Consecuencias previsibles son el rechazo probable de la población española a todo lo catalán, la falta de reconocimiento y el aislamiento internacional, y en suma, mirándolo fríamente,  que, de triunfar, no se habrá ganado nada y se podría perder mucho, porque al fin y al cabo ¿no se dispone ya de buena parte de lo que se dice es motivo de encono y discordia?.
3º Pero contra lo que se cree inocentemente, a los poderes económicos y sociales catalanes les puede pesar más el temor a perder su posición dentro de Cataluña, en una Cataluña independiente, que su influencia en el resto de España e incluso el resto del mundo, por la simple razón de su proximidad al poder. Si Cataluña se independiza y se oponen abiertamente quedarían a expensas de un poder tiránico. Si no hay independencia todo seguiría igual. Les conviene lo segundo pero ¿tiene sentido arriesgarse contra la independencia entonces si esta es una posibilidad nada desdeñable?. Ante lo incierto, lo prudente es la neutralidad, tan pasiva cuanto sea necesaria para no herir susceptibilidades, tan activa cuanto puedan dar a entender que “no pasa nada”. Véase la magistral “La caída de los dioses” de L. Visconti.
4º.La única resistencia que puede ser efectiva es la negativa de las grandes potencias europeas, no digo la CEE, y de las potencias mundiales.  La única carta poderosa del gobierno español es conseguir el blindaje internacional. ¿Se atreverían entonces la burguesía y las clases medias catalanas a hacer la travesía del desierto?. Esta es la principal incógnita que sólo el tiempo despejará.
5º La otra incógnita es la respuesta del pueblo español. Esto es en el fondo lo más imprevisible, pues la imprevisibilidad es una de las características más propias de la sociedad española en toda su historia. Lo más probable es que siga con su flema británica, pero todo cambiaría si por lo que fuera se contagiara, y entonces lo haría con creces, de la pasión y furia de sus todavía hermanos de la otra parte del Ebro.
6º Lo único cierto es que de seguir el proceso, de tener éxito o fracasar, no nos esperan precisamente días de vino y rosas. De triunfar todos perderemos económica, social y moralmente. De no llegarse a un acuerdo honorable y resistente, aunque no triunfe “el proceso” viviremos todos envenenados. Parece en todo caso que para que haya acuerdo tiene que haber descarrilamiento. Una ilustre y cándida tertuliana digo recientemente que  de separarse Cataluña “solo” afectaría a la unidad de España pero no a la democracia. Su opinión es característica. ¿Tenemos idea de cuáles son los fundamentos vivos de la democracia?. Ojala que el blindaje internacional, como si fuera el escudo de Thor, nos proteja de tener que beber el cáliz más amargo.

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