Aznar ha irrumpido en campaña como el
padre que trata de salvar al hijo que se ahoga o apartarlo de los
malas compañías. Aun en detrimento de la imagen de hombre de Estado
que tanto cuida, y que, dicho sea de paso, se merece mucho menos de
lo que cree, desdeña la panorámica de la confrontación electoral
y sólo le obsesiona sacudir el orgullo primario de los suyos, tan dormido y escarmentado, en la cabeza ajena de Rivera. Que pase lo que sea por ahí fuera, pero
nosotros nos hemos de salvar a toda costa. Tal vez tenga razón y la
salvación del PP sea un asunto de Estado como en otro tiempo lo fue
el hundimiento de la UCD. Por encima de tácticas y cálculos, parece
que le mueve el instinto político primario, el estremecimiento
capilar de que algo serio está en peligro. Máxime cuando debe
presumir que la amenaza no proviene fundamentalmente de las dotes
carismáticas mediáticas de ese Rivera que tanto le horroriza, sino
de que las vigas de edificio están carcomidas por las termitas.
Añádase la preocupación de que el arquitecto encargado no tiene
muchos remedios, y, lo que es peor, se toma el mal trago con
limonada. Seguramente debe ver subliminalmente a través de los
retratos de Don Mariano a Don Landelino Lavilla, como se ve a la
madre cadáver a través de Norman Bates en la última imagen de
Psicosis. Aunque Rajoy se esfuerza en cumplir sus deberes de campaña
y en hacer “política de comunicación” no es lo mismo. El actual
y el ex deben amar a su hijo, tal vez por igual pero de diferente
manera. Rajoy acude a los suyos como el padre que visita a su hijo a
la hora de acostarse para darle las buenas noches, en Aznar bulle ese
Padre Padrone que no está dispuesto a permitir ningún extravío.
Tal vez haya algo de estrategia en las mentes pensantes aznaritas y
de FAES al tratar de aplastar el huevo de Rivera en el nido. Hay
alguna posibilidad porque Rivera se ha expuesto demasiado, quizás
por necesidad, quizás por entusiasmo, y todo está en ciernes.
Seguramente lo que más temen de Rivera es que no tiene un techo
definido previsible, de la misma forma que tienen sus razones para
alimentar la esperanza de que sólo sea flor de unas elecciones, si
la mayonesa de su partido no adquiere rápidamente consistencia,
peligro éste, dicho sea de paso, que habría quedado minimizado si
hubiera ido de la mano con UpyD. Pero es una equivocación pensar que,
a estas alturas, las perdidas de Cs significarían automáticamente
ganancias del PP. Sólo quedaría un PP minimizado a expensas del
tropel de las izquierdas, lo que daría un brío renovado a Podemos.
En este sentido la aventura cabelleresca de don Jose María tiene una
cierta analogía con los sueños de Monedero. Ambos desean lo
esencial, un PP esencial, un Podemos esencial. Son posibilidades que
irán galoneando la ruta que lleva a las catalanas y a las generales.
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