sábado, 14 de octubre de 2017

LA CHAPUZA SUPREMACISTA




Se ha tenido que producir la estampida del sanedrín de la economía catalana para que se destape la indecencia moral y la chapuza económica en la que se sustenta el independentismo catalán, en completa contradicción con su actual, y ojala que sea pasajero, éxito político. La trayectoria histórica del nacionalismo catalán, y por supuesto el vasco, desafían las explicaciones al uso de la historia, el marxismo y el liberalismo. Ya el nacionalismo contemporáneo y en general movimientos como el islamismo es refractario a esos modelo explicativos dominantes, pero en este caso es todo un acertijo indescifrable. Que la realidad no despierte del sueño, que el disfrute de la gloria bien merece autoengañarse.

El mito que el nacionalismo ha conseguido inyectar en la sociedad catalana como droga en vena es el de la creación de la Holanda del Sur. Es un mito modesto en comparación con los grandes movimientos totalitarios de la historia, es también aparentemente inocuo, pero oculta consecuencias terribles y no menos totalitarias. No me refiero sólo a que sería el pistoletazo de salida de la disolución de Europa y de España. Lo sería de su suicidio colectivo.

Lo paradójico es que Cataluña debe su poder y prosperidad a su situación económica privilegiada dentro de España. Desde luego no puede ser Holanda, pero no por falta de poder y prosperidad sino porque no es Holanda ni necesita serlo. Se imaginan los nacionalistas que desembarazados de España adquirirían una prestancia internacional semejante a la que tiene el Barça de Messi. Pero para nada la estancia en España impide lograr lo que en teoría y en el mejor de los casos podría conseguir fuera de España. La incapacidad de apreciar la cobertura y las privilegiadas oportunidades que supone España para la prosperidad de la sociedad catalana no es consecuencia de una falta de información o una ceguera accidental, es la forma de engañarse para creerse superiores. Lo que es el Barça en el mundo, y es mucho, lo es a partir de la plataforma de la Liga española y su sempiterna disputa con el Madrid, cosa que no podría reemplazar, aunque se incorporase a cualquier otra Liga como la francesa.

Esto lo saben y comprenden perfectamente, pero los supremacistas no se atreven a reconocer que, a otras escalas, lo mismo sucedería en todo tipo de factores de la vida y de la actividad económica. El estropicio en el que se encontraría el Barça, excluido de la liga española, es el que tendría Cataluña privada del beneplácito de la sociedad española y apartada de la tensión competitiva con el centro que tanta vida le da a Cataluña.

La pasión de las élites catalanas, especialmente económicas, de tirar pedruscos sobre su tejado, desdice el tópico de su pragmatismo y mercantilismo económico a ultranza. Porque este pragmatismo se reduce a prácticas que bordan la picaresca, pero a costa de negar la realidad el vínculo inquebrantable entre la economía catalana y el conjunto de la española. Es un pragmatismo de pandereta sin ningún sentido práctico de fondo, tal como se exige y supone de los poderes elementales de cualquier sociedad moderna. Reniegan del compromiso moral con la sociedad española lo que no es óbice para creerse con derecho a exigir que la marcha global de España sea lo más beneficiosa posible para Cataluña.

Los buenos réditos de esta política no se han interpretado como una demostración de lo beneficiosa que resulta la inserción en la economía española y por ende europea. Se atribuyen a su astucia y a la candidez de los españoles. Tanto éxito ha recalentado el complejo de superioridad y de impunidad, hasta llegar a creerse que siempre se contará con la atención del mercado español y que podrá presumir por el mundo como si fueran un Messi mercantil.

Contra toda evidencia creen que tendrán las dos cosas, sin más problema, con solo desembarazarse políticamente y afectivamente de España. La incapacidad de asumir que el poder de Cataluña es proporcional al beneficio que Cataluña recibe por pertenecer a España, es la consecuencia de un mal entendido complejo de superioridad. Complejo que se extrema sin límite en la medida que constituye el principal factor cohesionador del nacionalismo catalán. Con lo que el interés práctico que liga Cataluña con el resto de España no se puede asumir con todas sus consecuencias sin desmoronarse esa base de cohesión.

Por eso la evidencia de que la sociedad española está bien encaminada en la senda del progreso y la modernidad, como Holanda o cualquier otra, no anima al seny, más bien a la rauxa. Se atribuye a que tal progreso se hace a costa de Cataluña, haciendo parecer que las contradicciones y tensiones normales son agravios estructurales insolubles e inadmisibles. Ya no sería Cataluña un oasis en el desierto medievalizante de la España de Zuloaga, sino un noble mastín al que le chupan la sangre las sanguijuelas mesetarias. Nada resulta así más inadmisible que  la idea de que se puede progresar juntos y  que esa es la mejor forma de tener las mayores oportunidades posibles.

Por eso cuando España en los setenta parecía modernizarse el supremacismo andaba agazapado, temeroso de que los inmigrantes andaluces, gallegos y murcianos disolvieran la identidad catalana en la española. Agazapado pero dedicando todas sus energías a “construir nación”. Cuando ya la modernización, con todas sus contradicciones, del conjunto de la sociedad española es una evidencia, y el complejo de superioridad carece de razón alguna que lo sostenga, el supremacismo sólo se puede conservar entrando en la senda de la locura.

Quien ha fundado su identidad y diferencia en la superioridad no puede reaccionar de otra manera que convenciéndose de la inferioridad e incompetencia de su presunto contrario, así como de la persecución que sufre por este. Y tiene que seguir haciéndolo dispuesto a comerse los pedruscos que está lanzando sobre su propia cabeza. Al final no van a tener más motivación que la de esos chavistas que aun pasando necesidad y pobreza se alegraban de que su empresario lo fuera a pasar mal de verdad. Pero en el caso catalán el mito postrero de que España lo va a pasar peor que la misma Cataluña, de que los “miserables” de España no van a poder seguir “chupando” de la generosa Cataluña, va a dejar paso a la evidencia de que los vampiros son sólo paisanos, los peores paisanos, y de toda la vida. Al menos que esto se haga evidente es un peligro provocado por los cabecillas del Procés y que no van a tener más remedio que afrontar.



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