domingo, 6 de mayo de 2018

HABERMAS Y CATALUÑA


” ENTREVISTADOR : ¿Sigue de cerca el problema catalán? ¿Cuál es su opinión y su diagnóstico?
HABERMAS : Pero realmente, ¿cuál es el motivo de que un pueblo culto y avanzado como Cataluña desee estar solo en Europa? No lo comprendo. Me da la sensación de que todo se reduce a cuestiones económicas… No sé lo que pasará. ¿Usted qué cree?” (El País)


Me atengo a este breve fragmento, el asunto no dio para más pero es significativo. Por supuesto qué menos que compartir el pasmo. Ahora bien…

No me atrevo a enmendar a Habermas ni entrometerme en su discurso, pero como muestra estupefacción ante los motivos del separatismo catalán seguramente se acoge a lo más socorrido: “será una cuestión de dinero”. Así la derecha se lo ha creído durante estos 40 años y ha podido hacer el el avestruz sin asumir responsabilidades, que es muy fácil gobernar diciéndole a la población que tranquilos, que no pasa nada, salvo algo más de pasta. La izquierda es otra cosa: optó por la colaboración estratégica con el nacionalismo para deslegitimar a la derecha. La alianza política dejó paso a la simpatía cuando no comprensión e identificación ideológica en no pocos. Para la izquierda, la derecha, Franco, los ricos, la Inquisición el genocidio y como no España son un “totus revolutus” que diría el insigne. Si los males de España proceden exclusivamente de la derecha parece obvio que las reclamaciones nacionalistas son en el fondo justas mientras existiese la derecha “ilegítima”, o sea la derecha como tal.

El que el separatismo catalán no sea una cuestión de dinero sino de fanatismo históricamente macerado, no impide que sea parte esencial del imaginario separatista que “sólos seremos mucho más ricos”. Lo que sorprende de la interpretación de Habermas es que no afronte la enseñanza del nazismo. ¿Era cuestión de dinero? Seguramente una parte de las masas secuaces así lo sentían y es obvio que sin el crack del 29 no hubiera llegado a nada. Pero la motivación del movimiento nada tiene que ver con la ocasión y ahora parece demasiado clara a la luz de la historia cual era esa motivación para no insistir sobre ello. Desde luego el supremacismo catalanista es de mucho menor alcance, sólo es hispánicamente casero. Que Habermas no siga la pista que lo liga al supremacismo racista nazi indica cuan inconcebible es que en la Europa del bienestar, la opulencia y los derechos civiles rebroten estos retoños maléficos. Pero una cosa son las condiciones materiales y otras las pasiones latentes, el fondo oscuro que se ha dejado cultivar, como entre otras cosas la tragedia yugoslava demostró.

La incapacidad de considerar el poder de las pasiones subyacentes que alimentan cualquier demagogia es uno de los prejuicios más poderosos de la izquierda que se tiene por heredera de la ilustración: que todos los males e injusticias provienen de un sistema alienante y que las bajas pasiones y los impulsos liberticidas son cosa exclusiva de los siervos del sistema, es decir la derecha reaccionaria, (un pleonasmo para los progres).

En el colmo de la apoteosis los separatismos carpetovetónicos obtuvieron la unción como progresistas y demócratas. Se lo debieran agradecer a la izquierda hispana en el sentido más amplio, pero nunca lo harán por eso de que Roma no paga a traidores. En cualquier caso el desconcierto de Habermas no debe ser ajeno al reguero mugriento que ha dejado durante tantos años este dislate ideológico.

El énfasis sobre la contradicción que supone que un pueblo de elevada cultura prefiera ahogarse en la endogamia espiritual y material bien nos devuelve al pasmo que suscitaba que el pueblo más culto del mundo gozara en el lodazal de la barbarie. Sin duda Habermas se habrá interrogado al respecto un sinfín de ocasiones y no debe ser fácil contestar. Incluso cabe preguntarse si la arrogancia por la superioridad cultural alemana no contribuyó al éxito nazi. El hecho de que le parezca anormal que a un pueblo culto como el catalán le pueda pasar algo objetivamente parecido que a la Alemania nazi sin hacer cuestión ni analogía de ambos casos se puede explicar porque considera que el separatismo catalán se mueve más por la codicia y posiblemente por errores de apreciación que por el fanatismo y el totalitarismo. Estar ungido de demócrata y progresista tiene estas ventajas.

Es obvio que el independentismo se justifica en la falacia de que sin Estado propio la cultura catalana y con ello el pueblo catalán está condenado a la desaparición. La verdad es que es cierto en parte, pero sólo si se considera que la cultura catalana es ajena al conjunto de la cultura española. Esto sólo se sostiene si se niega todo lo que hay de común en mutua y múltiple sinergia. De la separación sólo podría resultar una seudocultura jibarizada, que nada tiene que ver con la cultura catalana.
Pero lo que para los independentistas importa es alimentar la fiera que luego ya se verá. Como la independencia sólo se puede justificar por una presunta superioridad, no cabe tal superioridad sino comprende la cultura. Sin embargo nadie puede desconocer que por mucho menoscabo que por todo tipo de pagos reciba el valor de la historia de España, la aportación cultural de España, incluida como parte de ella la catalana, a la cultura universal es inmensa y difícil de discutir. Contando además que trasciende de forma incomparable la aportación que la cultura catalana puede haber hecho por sí sola, desprendida de la del resto de España.

Hay que hacer auténtico encaje de bolillos para sostener superioridad alguna ante este hecho. Para consumo interno y de los que están a la que salta en toda España, el mito de la presunta superioridad se ha beneficiado de la propensión del progresismo español a impugnar la historia de España como si esta careciera patológicamente de familiaridad alguna con la libertad. Que el franquismo hiciera de la retórica imperial uno de sus motivos favoritos de autolegitimación viene que ni pintado para alimentar esta patraña. Pero como la impugnación es lo que priva y constituye el verdadero legado para demasiados, no es extraño que mueva a la incuria sobre el valor de nuestra aportación cultural. De ahí a creer que lo que no merece el amor de los suyos tiene que carecer de valor alguno, no hay más que un paso. De hecho afortunado para el ideario separatista hay que catalogar que el ciclo histórico de la exaltación autóctona de la tradición cultural que fue la Renaixença coincidiera con el cuestionamiento presuntamente regeneracionista de la historia española. La historia facilitó que se pudiera dar ese paso sin mucho que explicar.

Conviene no olvidar por todo lo anterior que la imposición excluyente del catalán trasciende el problema de la comunicación. Comprende el desconocimiento y erradicación, si se puede, de la riqueza cultural de España, porque sólo de esa manera se puede sostener que la cultura catalana no está enhebrada con el conjunto de la española. Por eso no se trata de que un pueblo culto se aparte del progreso humano, sino que para hacerlo haya de desprenderse de unas vetas esenciales de su fondo cultural y ofrecerse a padecer una culta y unilateral autodesculturación.

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