Un somero repaso de
lo sucedido desde la atrancada aplicación del 155 permite concluir
ciertas evidencias.
1.La acogida por los
nacionalistas del independentismo no es flor de un día ni fruto de
un calentamiento. Supuesto que los oligarcas nacionalistas prendieran
la mecha del Procés para tapar su corrupción y cubrirse de la
tormenta de la crisis, lo significativo es que su masa social
presuntamente moderada se ha empeñado en seguirlos. Bastó que se
excitara su pasión antiespañola de siempre mal disimulada, porque
la autonomía cultivaba el desprecio y no el acercamiento o
simplemente la coexistencia con toda España. La llamada al desafío
hizo tomar conciencia a las masas nacionalistas de su verdadero poder
basado en el dominio absoluto de la sociedad catalana y en la
debilidad patológica del Estado español. Esa conciencia los ha
envalentonado de una forma que ellos mismos no imaginaban.
2.La fe en que el
nacionalismo volverá a la moderación tarde o temprano porque no
tiene otro remedio descansa en vanas ilusiones. Quienes argumentan
esto en nada palpan el pulso de la realidad, sólo aducen vaguedades
abstractas, cantinelas de los manuales de psicología, sociología y
de política parda que prescriben como se tienen que comportar los
acomodados, por mucho que momentáneamente deliren. Un panorama en el
que al odio a España, ya consagrado, se une el convencimiento de que
lo conquistado es definitivo, no puede desembocar por sí mismo en el
milagro de ponerse a disfrutar entre todo de las virtudes del buen
rollito. Sucede más bien que los díscolos acomodados están los
suficientemente acomodados para no ver en riesgo su comodidad,
mientras que están lo suficientemente ensoberbecidos para tener
sólo entre ceja y ceja un proceso que ha de acabar en la grandeza de
hacer morder el polvo a “esa gente tan soberbia”.
3.-Los nacionalistas
sólo están dispuestos a negociar en serio el derecho a decidir,
consecutivo a la impugnación de la Constitución. Tácticas o
estrategias a parte, se reanime el “proceso constituyente” que
conduzca a ello a las bravas o estemos sometidos a un proceso de
cocción a fuego lento, la misma noción de coexistencia entre
Cataluña y el resto de España ya queda en la nostalgia. La promesa
de negociar por parte de la clase política española obviando este
hecho es una ingenuidad infantil. La promesa de negociar a sabiendas
de esta condición traspasa el límite de lo debido, sino se declara
públicamente con todas las consecuencias.
4.-La posibilidad de
que la sociedad catalana antinacionalista resista depende en gran
medida de que el Estado actúe y neutralice los principales focos del
poder del entramado separatista. Cosa que sólo puede ocurrir si va
de la mano de la movilización de la sociedad española que no quiere
la división de España y de la conciencia por parte de esta de que
el peligro es real. Dado que la fractura social es un hecho que tomó
forma al asumir el PSC-PSOE los postulados nacionalistas y que se
hizo evidente al desatarse el Procés, el problema es que se hace
necesario impedir que el escenario en el que unos mandan y otros
obedecen, unos actúan indemnes y otros se recogen inermes, acabe
siendo lo que decida todo.
5.-A duras penas ya
se puede confiar en Europa y menos aún depositar en ella nuestra
seguridad. Tan susceptible es la opinión pública y sobre todo la
clase mediática a los experimentos románticos como los gobernantes
a las convulsiones de la opinión pública, juego de intereses aparte. Se ha demostrado que en
eso España tampoco es una excepción. a los nacionalistas se les debe hacer evidente que tienen una
mina que pueden explotar convenientemente mientras estén en
movimiento y agiten el victimismo. La tensión se reafirma como una de las
principales bazas que pueden estar dispuestos a jugar.
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