sábado, 12 de mayo de 2018

SOBRE EL INCORDIO DEL 155



Un somero repaso de lo sucedido desde la atrancada aplicación del 155 permite concluir ciertas evidencias.

1.La acogida por los nacionalistas del independentismo no es flor de un día ni fruto de un calentamiento. Supuesto que los oligarcas nacionalistas prendieran la mecha del Procés para tapar su corrupción y cubrirse de la tormenta de la crisis, lo significativo es que su masa social presuntamente moderada se ha empeñado en seguirlos. Bastó que se excitara su pasión antiespañola de siempre mal disimulada, porque la autonomía cultivaba el desprecio y no el acercamiento o simplemente la coexistencia con toda España. La llamada al desafío hizo tomar conciencia a las masas nacionalistas de su verdadero poder basado en el dominio absoluto de la sociedad catalana y en la debilidad patológica del Estado español. Esa conciencia los ha envalentonado de una forma que ellos mismos no imaginaban.

2.La fe en que el nacionalismo volverá a la moderación tarde o temprano porque no tiene otro remedio descansa en vanas ilusiones. Quienes argumentan esto en nada palpan el pulso de la realidad, sólo aducen vaguedades abstractas, cantinelas de los manuales de psicología, sociología y de política parda que prescriben como se tienen que comportar los acomodados, por mucho que momentáneamente deliren. Un panorama en el que al odio a España, ya consagrado, se une el convencimiento de que lo conquistado es definitivo, no puede desembocar por sí mismo en el milagro de ponerse a disfrutar entre todo de las virtudes del buen rollito. Sucede más bien que los díscolos acomodados están los suficientemente acomodados para no ver en riesgo su comodidad, mientras que están lo suficientemente ensoberbecidos para tener sólo entre ceja y ceja un proceso que ha de acabar en la grandeza de hacer morder el polvo a “esa gente tan soberbia”.

3.-Los nacionalistas sólo están dispuestos a negociar en serio el derecho a decidir, consecutivo a la impugnación de la Constitución. Tácticas o estrategias a parte, se reanime el “proceso constituyente” que conduzca a ello a las bravas o estemos sometidos a un proceso de cocción a fuego lento, la misma noción de coexistencia entre Cataluña y el resto de España ya queda en la nostalgia. La promesa de negociar por parte de la clase política española obviando este hecho es una ingenuidad infantil. La promesa de negociar a sabiendas de esta condición traspasa el límite de lo debido, sino se declara públicamente con todas las consecuencias.

4.-La posibilidad de que la sociedad catalana antinacionalista resista depende en gran medida de que el Estado actúe y neutralice los principales focos del poder del entramado separatista. Cosa que sólo puede ocurrir si va de la mano de la movilización de la sociedad española que no quiere la división de España y de la conciencia por parte de esta de que el peligro es real. Dado que la fractura social es un hecho que tomó forma al asumir el PSC-PSOE los postulados nacionalistas y que se hizo evidente al desatarse el Procés, el problema es que se hace necesario impedir que el escenario en el que unos mandan y otros obedecen, unos actúan indemnes y otros se recogen inermes, acabe siendo lo que decida todo.

5.-A duras penas ya se puede confiar en Europa y menos aún depositar en ella nuestra seguridad. Tan susceptible es la opinión pública y sobre todo la clase mediática a los experimentos románticos como los gobernantes a las convulsiones de la opinión pública, juego de intereses aparte. Se ha demostrado que en eso España tampoco es una excepción. a los nacionalistas se les debe hacer evidente que tienen una mina que pueden explotar convenientemente mientras estén en movimiento y agiten el victimismo. La tensión se reafirma como una de las principales bazas que pueden estar dispuestos a jugar.

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