viernes, 10 de noviembre de 2023

LA LLAMADA SANCHISTA A LA VIRTUD

 

Sanchez se la ha jugado al todo o nada, pero es demasiado pacata la idea común de que lo hace sólo para seguir en el poder. No descubro nada si digo que “seguir en el poder” significa para este sujeto saldar las cuentas históricas e instituir un régimen vindicativo. Por muy complicado que parezca ha visto la oportunidad, quizá la única de expulsar a la derecha de la historia y ganar definitivamente la guerra civil, esa que, convencido está, no puede acabar hasta que la izquierda no la gane. Ya está así en la senda de la virtud.


Pero dejando aparte la incógnita de la reacción de la U.E. se desliza entre dos precipicios sin garantías de que tenga agarraderas ante el mínimo traspié. Ha de confiar primero en que los separatistas no se lancen a la independencia por vía de referéndum antes de que no haya asentado su poder. La amnistía se los pone muy fácil. Y aunque quisieran, milagrosamente, conformarse con el caramelo de la Confederación que se les promete ¿cómo podrían resistirse a la presión de unas bases que ven la independencia a huevo? ¿como podrían frenar su pulsión natural? ¿Cómo podrían pasar de la subasta por quién pide más? Esos que tanto miedo tienen todos los separatistas que se les llame “botiflers” como las derechas y centro derechas a que les tilde de “fachas”.


El análisis común de dichos separatistas achaca el fracaso del golpe de Estado al vacío internacional, especialmente de la U.E. Ahora con el reconocimiento del gobierno español de la legitimidad del Procés y de su rebelión ¿cómo puede volverse Europa contra la vuelta del Procés? ¿en qué contradicción no entraría el Gobierno de oponerse a lo que ha dado por legítimo?


Pero también es una incognita cuan profundo sea el precipicio al que está expuesto ante lo que sea capaz el constitucionalismo, cuán profundo es el poder constitucionalista, del que la izquierda se ha desgajado.


La izquierda siempre ha contado con el dominio absoluto de la calle y la ausencia de reflejos combativos de la derecha. Además el dominio sindical les pone a cubierto del peor daño posible, la paralización del sistema productivo. Y la solidez de su poder mediático garantiza la cohesión y la adhesión de la izquierda sociológica, por muy ciega que esté.


Pero nunca se había producido un acontecimiento tan capaz de despertar a la España constitucional del limbo apolítico en el que suele dormir. Apenas lo insinuó un despertar la respuesta ante el discurso real contra el golpe de Estado. El miedo de las izquierdas a las derechas como si fueran “herederas del franquismo”, siempre ha sido impostado. El miedo a un doberman sin colmillos. Una fantasía para autolegitimarse como lo único democrático. Pero acaba siendo un miedo real en lo que tiene de miedo a perder el poder. Nada sería tan desasogante que convivir bajo ese espectro imaginario sin el que carecerían de identidad. Tal es el encogimiento doctrinal en el se han sumido.


La táctica sanchista de tocar a rebato en defensa del socialismo y del “progresismo” mientras se anula la Constitución no puede bastar para recuperar la iniciativa social y el favor de la opinión pública. A las izquierdas en este apretón sólo les queda el instinto de supervivencia. Hacer de verdugos como si fueran víctimas. Que los socios lo faciliten abriéndose a la senda confederal y a la anulación de la Constitución por la vía de los hechos, es en el fondo la esperanza sanchista. O por lo menos que esperen lo más posible a la independencia de iure. En este interregno “negociador” que se abre el sanchismo tiene que provocar algún desliz, agarrarse a algún clavo ardiendo, con el que sofocar preventivamente al constitucionalismo y hacer expreso lo que está ahora implícito, un Estado despótico antidemocrático por antiliberal. Sus bases y adherentes no pueden poner en peligro su futuro estatus por nada. Necesitan una victoria definitiva que culmine la recuperación de sus fuerzas. Para ello no le queda otra al sanchismo que implorar a sus socios mucha virtud y una mínima contención para no atragantarse con el banquete y dejar desnudo al anfitrión que se sueña Presidente (aunque no sepa de qué).



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