sábado, 22 de junio de 2024

HA TENIDO QUE VENIR MILEI

Ha tenido que venir Milei. En todos estos años de democracia no ha existido una critica por parte de la clase política de la IDEA de socialismo, ni mucho menos advertencia de su toxicidad. A lo sumo censuras al socialismo "de boquilla", a las malas prácticas que contradirían la doctrina, llamadas de atención a la conducta poco edificante del PARTIDO socialista, o el eufemismo "ni rojos, ni azules"etc.


Sólo la excepción del atrevido lema de Ayuso: "Comunismo o libertad", dirigido contra Pablenin y de paso contra el sustrato comunista podemita del socialismo, en línea con ciertos amagos de su antecesora. Es una situación análoga al siglo XVII. Nadie imaginaba renegar del catolicismo. Ahora enaltecer el liberalismo frente al socialismo equivale a lo que significaba defender el protestantismo contra el catolicismo por entonces.


Actualmente el liberalismo es cosa de dignas y eminentes personalidades. Pero su ámbito no irradia más allá de los cenáculos. Algunos liberales se confiesan tales, otros lo son en privado, otros lo son sin saberlo. El Felipismo/guerrismo lo ridiculizó primero, por ser la cueva de Alí Baba de los ricos, así se construyó el mito del "neoliberalismo". Sin comerlo ni beberlo, en bastiones colectivistas de la Andalucía profunda se llegaron a hacer referendums contra dicho monstruo. Ahora el sanchismo lo condena por "franquista y ultraderechista". Ya está todo dicho y "sabido", como para darle vueltas.


Pasado el encanto de la transición, la derecha se ha ido avergonzando de sí misma, no sea que fuera "neoliberal" o franquista o las dos cosas a la vez. Da la impresión que no hay claridad sobre el significado de las ideas. La derecha sociológica sobrevive sólo con la intuición de lo que no quiere. Paradójicamente la adaptación conformista de la sociedad española, en su conjunto, al franquismo dejó a la derecha sin ideas. Su desconexión de la evolución ideológica liberal de Europa es patética. El vacío ideológico lo ocupó el doctrinarismo izquierdista. La derecha se acomodó y confundió lo más elemental: que la democracia constitucional es un molde, un terreno de juego, pero no una doctrina de partido, salvo que, como es el caso actual, se pretenda derrocarla. Olvidó, antes de darse cuenta, que cada partido debe jugar con su ideario o doctrina por delante, distinguiendo y conectando esta con sus proyectos y medidas.


La izquierda parte con gran ventaja, igual que los nacionalistas, cada cual a lo suyo pues lo tienen claro. Si se da por evidente y es de ortodoxia social, que la doctrina socialista es intrínsecamente buena, tanto como es evidente que la tierra rota sobre su eje, no se puede convencer a una parte de la población, que además de sufrirlo lo vota, para que al menos tenga dudas. No se podrá disuadir de que sus daños sólo son desviaciones o errores humanos y no consecuencias fatales y seguirá fiel hasta la muerte porque no hay ninguna otra verdad posible.


Esa es la ley no escrita de la democracia española, tan poderosa o más que nuestras leyes escritas.


La derecha lo apuesta todo a aprovechar las contradicciones de la izquierda entre su doctrina y su práctica. Aunque la izquierda, es decir el doctrinarismo socialista, tuviera razón en parte, se le concede que doctrinalmente la tiene en todo. El problema no es ideológico o cultural en abstracto, sino de su influencia en la carencia de energía civil, para una sociedad civil trufada y coja, que sólo puede andar hacia atrás con la sóla pierna izquierda.


Lo único semejante a lo que sea una sociedad civil en sociedades abiertas es lo debido a la influencia izquierdista, red clientelar incluida, sin vestigios de influencia liberal o simplemente conservadora o incluso, ya ahora, tímidamente socialdemócrata. Parece un milagro que la derecha sociológica aguante tanto. Pero igual no es tan milagroso, pues se ha acostumbrado a sobrevivir apolíticamente, como sus representantes políticos y tiene por bueno que no pasen desastres mayores.


Cierto que las raíces pobristas, colectivistas y anarquistas del pueblo español son muy profundas y para nada flor de un día, ni fruto de una idea caída del cielo o venida del infierno. Paradójicamente esta raigambre no se entiende sin la herencia enrevesada pero efectiva de la tradición católica, espontáneamente expurgada la doctrina, la religión y acorralada la Iglesia, en pro de una especie de mesianismo laico siempre irredento. Que de esa pelea por la herencia viene el encono identitario contra la Iglesia y "los curas". 

 

Tan cierto como que el liberalismo, y compañías poco recomendables, se incubó bajo la gallina clueca del Estado y de la Iglesia en la construcción decimonónica del Estado nacional y ha seguido en sus trece hasta el presente. Demasiada rémora y dolor de cabeza; lo más fácil es no tener nada claro, si aparentemente con eso basta para sobrevivir.


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