Con
el fin de ilustrar la deformación sistemática a la que todo
nacionalismo somete a la historia, el ilustre Historiador y profesor
Alvarez Junco (Las deformaciones de la memoria José
Álvarez Junco 7
DIC 2014 - 00:00) ofrece una curiosa semejanza entre la versión
histórica sobre la guerra de independencia española y la guerra de
liberación del nazismo en Francia. Para animar el sentimiento
colectivo y colectivista en ambos casos se presenta una derrota por
una victoria, pero ni los españoles derrotaron a Napoleón, como se
dice, ni los franceses pintaron mucho en la derrota nazi. Pueden ser
ciertas las dos cosas, sobre todo por lo que a Francia se refiere,
pero es como si una mariposa y
un pájaro fueran semejantes porque tienen alas.
De la guerra de
independencia ha quedado en el recuerdo que fue una guerra de
independencia, una resistencia en la que la población estuvo
comprometido de forma harto general y que quizá por primera vez
generó un sentimiento nacional en toda España. Ningún historiador
por poco que se precie puede sostener la idea de que fue una victoria
en el campo de batalla de una guerra convencional, ni la memoria
colectiva lo ha asumido de esa manera. Pero sí ha asumido el hecho
manifiesto de que fue una resistencia heroica y cruel y que esto tuvo
su parte, nada desdeñable,en la derrota final del imperio
napoleónico. Tampoco la memoria colectiva es ajena al engaño y la
traición del rey felón, ¿hay alguien objeto de mayor y unánime
desprecio?, como tampoco ha dado la espalda a los sentimientos y
convicciones contradictorias con la que los españoles afrontaron
este acontecimiento y sobre todo sus consecuencias. El mito y los
hechos coinciden en este punto tanto que hay poco que mitificar, por
decirlo así.
Por su parte creo que en
Francia se pretende sobre todo olvidar aquel funesto episodio en el
que predominó la claudicación, precisamente en nombre de la Francia
eterna. Pocos mitos pueden salir de aquello, más que la mitificación
que hizo De Gaulle de sí mismo y que ha servido a los cuidadadores
de la buena conciencia francesa para ir tirando. En nuestro caso la
posible deformación tendría que ver con el significado que
se dio al episodio, quienes vieron en ello el resurgir de la España
eterna o quienes el nacimiento de la España moderna y liberal. Si
algo adquirió un valor mítico fue la Pepa, pero no sé si el
profesor Alvarez lo consideraría una “deformación”
“nacionalista”. En cualquier caso es una obviedad que la “memoria
histórica” no es un cuadro que pintan algunas élites o poderes en
un gabinete, sino el resultado abierto de la combinación e
intersección viva de todas las influencias y creencias que nacen y
mueren en la sociedad...
Estas observaciones
serían meramente académicas, sino fuera por la desproporción de la
tesis que se pretende ilustrar, especialmente la que está implícita
y sugerida. La obviedad de que los nacionalismos son deformadores,
como cualquier ideología que entre en liza por cierto, resulta como
traída por los pelos para nuestro caso en el día de la celebración
de la Constitución, a la que por mi parte tengo por la más legitima
heredera espiritual de la Pepa. No parece una simple coincidencia. El
profesor parece querer fustigar a todo nacionalismo en general pero
especialmente al nacionalismo español o españolista. Pero si el
nacionalismo es una especie de patriotismo hipertenso, en España,
por lo que al patriotismo español se refiere, estamos bien lejos de
sufrir tal desequilibrio, mas bien padecemos una hipotensión de tal
magnitud que puede dar lugar a pensar, con cierta coherencia, en una
“desnacionalización” colectiva. Tema peliagudo por cierto que
algún día, por desgracia, tendrán que investigar los
historiadores, me temo. Tal vez la hipertensión desbocada de los
nacionalismos disgregadores sea el contrapunto de tal estado
depresivo, por eso sorprende que apenas aluda de puntillas a este
ejemplo señero del más desaforado y deformador fervor nacionalista
que tenemos en nuestras narices y que sin duda, con toda buena
voluntad, el profesor pretende combatir. Como el inspector que
persigue a un modesto peluquero que no cobra siempre el IVA a sus
clientes, mientras tiene delante a un comisionista blanqueador que
además no se recata en aturdir a todos con la publicidad de su
“negocio”.
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