martes, 9 de diciembre de 2014

HIPERTENSIÓN E HIPOTENSIÓN


Con el fin de ilustrar la deformación sistemática a la que todo nacionalismo somete a la historia, el ilustre Historiador y profesor Alvarez Junco (Las deformaciones de la memoria José Álvarez Junco 7 DIC 2014 - 00:00) ofrece una curiosa semejanza entre la versión histórica sobre la guerra de independencia española y la guerra de liberación del nazismo en Francia. Para animar el sentimiento colectivo y colectivista en ambos casos se presenta una derrota por una victoria, pero ni los españoles derrotaron a Napoleón, como se dice, ni los franceses pintaron mucho en la derrota nazi. Pueden ser ciertas las dos cosas, sobre todo por lo que a Francia se refiere, pero es como si una mariposa y un pájaro fueran semejantes porque tienen alas.
De la guerra de independencia ha quedado en el recuerdo que fue una guerra de independencia, una resistencia en la que la población estuvo comprometido de forma harto general y que quizá por primera vez generó un sentimiento nacional en toda España. Ningún historiador por poco que se precie puede sostener la idea de que fue una victoria en el campo de batalla de una guerra convencional, ni la memoria colectiva lo ha asumido de esa manera. Pero sí ha asumido el hecho manifiesto de que fue una resistencia heroica y cruel y que esto tuvo su parte, nada desdeñable,en la derrota final del imperio napoleónico. Tampoco la memoria colectiva es ajena al engaño y la traición del rey felón, ¿hay alguien objeto de mayor y unánime desprecio?, como tampoco ha dado la espalda a los sentimientos y convicciones contradictorias con la que los españoles afrontaron este acontecimiento y sobre todo sus consecuencias. El mito y los hechos coinciden en este punto tanto que hay poco que mitificar, por decirlo así.
Por su parte creo que en Francia se pretende sobre todo olvidar aquel funesto episodio en el que predominó la claudicación, precisamente en nombre de la Francia eterna. Pocos mitos pueden salir de aquello, más que la mitificación que hizo De Gaulle de sí mismo y que ha servido a los cuidadadores de la buena conciencia francesa para ir tirando. En nuestro caso la posible deformación tendría que ver con el significado que se dio al episodio, quienes vieron en ello el resurgir de la España eterna o quienes el nacimiento de la España moderna y liberal. Si algo adquirió un valor mítico fue la Pepa, pero no sé si el profesor Alvarez lo consideraría una “deformación” “nacionalista”. En cualquier caso es una obviedad que la “memoria histórica” no es un cuadro que pintan algunas élites o poderes en un gabinete, sino el resultado abierto de la combinación e intersección viva de todas las influencias y creencias que nacen y mueren en la sociedad...
Estas observaciones serían meramente académicas, sino fuera por la desproporción de la tesis que se pretende ilustrar, especialmente la que está implícita y sugerida. La obviedad de que los nacionalismos son deformadores, como cualquier ideología que entre en liza por cierto, resulta como traída por los pelos para nuestro caso en el día de la celebración de la Constitución, a la que por mi parte tengo por la más legitima heredera espiritual de la Pepa. No parece una simple coincidencia. El profesor parece querer fustigar a todo nacionalismo en general pero especialmente al nacionalismo español o españolista. Pero si el nacionalismo es una especie de patriotismo hipertenso, en España, por lo que al patriotismo español se refiere, estamos bien lejos de sufrir tal desequilibrio, mas bien padecemos una hipotensión de tal magnitud que puede dar lugar a pensar, con cierta coherencia, en una “desnacionalización” colectiva. Tema peliagudo por cierto que algún día, por desgracia, tendrán que investigar los historiadores, me temo. Tal vez la hipertensión desbocada de los nacionalismos disgregadores sea el contrapunto de tal estado depresivo, por eso sorprende que apenas aluda de puntillas a este ejemplo señero del más desaforado y deformador fervor nacionalista que tenemos en nuestras narices y que sin duda, con toda buena voluntad, el profesor pretende combatir. Como el inspector que persigue a un modesto peluquero que no cobra siempre el IVA a sus clientes, mientras tiene delante a un comisionista blanqueador que además no se recata en aturdir a todos con la publicidad de su “negocio”.

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