Escribía Will Durant que una civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro; y la basura sacrílega o gratuitamente ofensiva que publicaba el pasquín Charlie Hebdo, como los antivalores pestilentes que defiende, son la mejor expresión de esa deriva autodestructiva.Yo no soy Charlie Hebdo, por Juan Manuel de Prada
La decisión de ser cada uno Charlie no
es cosa de inclinación personal, sino de consecuencia ética. Al
menos J.M. De Prada no comparte tal exigencia ética y aduce razones
a tener en cuenta, pero que, según opino, invierten los valores que
están en juego. Es evidente que en un orden civilizado y respetuoso
con los valores de humanidad, la libertad de expresión ha de acabar
cuando empieza el insulto y el escarnio, cuando se destruye moral,
psicológica o socialmente. Y no sólo por lo que respecta a los
límites legales, sino fundamentalmente a lo que tendría que merecer
repudio social. Nadie admite que sea de recibo una libertad de
expresión ilimitada y se repudia y se considera inaceptable lo que
mueve a escándalo, lo que es especialmente etéreo si se pretende
precisar con valor general. Pero escandaliza con razón la
banalización del holocausto, la exaltación del terrorismo o de la
violencia de genero. Sería igualmente inimaginable que se admitiese
cualquier medio dedicado a vilipendiar los parados o los emigrantes y
en general a los marginados. Cuando esto se prohibe o se demanda su
prohibición se hace con el convencimiento de que se tiene razón
para hacerlo, aunque sea difícil encontrar la figura a aplicar. En
el campo del humor las fronteras son todavía más imprecisas, el
paso del humor, a la ridiculización, la provocación, la ofensa no
se puede graduar ni delimitar con carácter general, sin que eso
justifique nivelarlo todo. En todo caso parece que la sensibilidad
del presuntamente ofendido, junto con los parámetros culturales en
los que esta se encuadra, ha de tenerse en cuenta, pero sin ser el
criterio determinante. De serlo no habría humor ni sentido del
humor. Tampoco parece que pueda establecerse un criterio objetivo
universal y seguro, estamos más bien expuestos a examinar cada caso
en particular poniendo en razón un determinado juego de valores. En
el caso de Charlie Hebdo hay que ver si está en juego la libertad de
expresión o los valores propio de la línea de esta revista, es
decir si estos valores sobrepasan y contravienen la libertad de
expresión moralmente, aunque se aproveche de ella. No me parece que
las viñetas sobre Mahoma sean ofensivas contra el Islam, ni que
tengan una condición que las conviertan en tales de forma
manifiesta. Se mueven entre el humor y la provocación, pero contra
los que usan un mensaje religioso con fines criminales. Una lectura
mínimamente inteligente vería en ellas una denuncia de la
manipulación interesada que algunos hacen de una religión. Tampoco
se puede aducir la prohibición que contendría el Islam de tratar al
profeta humorística o críticamente. De existir esta prohibición,
sólo rige en términos morales y en conciencia para los miembros de
ese credo y no puede ser nunca una falta contra libertad de
expresión, la haga quien la haga. Otra caso es que lo que se tiene
por sagrado se exponga ofensivamente o con intención manifiesta de
ofender. La citada revista parece que bordea los límites con cierta
frecuencia en el caso de la religión católica, sin que la
tolerancia o el consentimiento del que hace gala la opinión pública,
incluidos lo posiblemente afectados, haga menos ofensivo esto que lo
que pudiera ser las viñetas sobre Mahoma. Una mentalidad civilizada
reconoce que el bien mayor de la libertad de expresión implica males
menores para que esta sea posible. Igual que no cabe confundir
libertad de expresión con derecho a ofender, es una heroicidad decir
estando amenazado lo mismo que uno diría de no estarlo. Aunque lo
que se exprese sea muy discutible vale más que nunca en este caso el
aserto de Churchill, “daría la vida porque mi adversario pudiera
expresarse libremente contra mí...” La defensa del valor de la
libertad de expresión implica defender que se pueda usar mal, sin
que claro está eso signifique que ese mal uso tenga valor por
ejercerse libremente. En Francia se ha atentado contra la libertad de
expresión, no contra su posible mal uso, ni menos aún contra el
derecho a la ofensa.
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