La contaminación que puede sufrir el
nacionalismo por la corrupción ha hecho imposible que el astut Mas
capitalizara su éxito ante Jonqueras y ha forzado a este a evitar la
intimidad con los que bienviven en el foco de la corrupción
catalana. A falta de lista única, nos obsequian con un parto para
nueve meses, como si quisieran encomendar el Procés al curso de la
naturaleza. Es difícil concebir que el Astut se atreviera a aguantar
la legislatura desligándose del Procés, tan imposible parece como
adivinar si está dispuesto a inmolarse hasta el final. A cambio de
darse un respiro y tratar de poner orden con Durán, asunto no menos
enigmático, conserva el espíritu, cada vez más fantasmagórico,
del Procés, y la posibilidad de abrir un nuevo horizonte si tiene
éxito y se declara la independencia con su liderazgo o al menos con
una posición honorable. Pero este parto tiene cada vez más riesgos.
Al cansancio que puede conducir un movimiento en buena parte inflado
artificialmente, se añade un colosal escollo: la evidencia de la
familiaridad entre el nacionalismo y la corrupción. Lo que más
preocupa a la familia nacionalista no es tanto el hecho en sí, sino
la constatación de que preocupa cada vez más a los suyos y a la opinión pública en general.
En este punto empieza a tener éxito la denuncia que discretamente ha
instigado el gobierno de las fortunas del Honorable y Hereus, aunque
sea a costa del sarcasmo de que lo capitalice Podemos. No es
concebible que en tanto tiempo el Astut pueda zafarse de su
complicidad evidente y que de rebote Esquerra, obligada a apoyar a su
Gobierno, no resulte damnificada. Al menos si el principal paladín
para capitalizar el descontento ante la corrupción, Podemos, quiere
sacarle rédito a este capital con todas las consecuencias. Un
acuerdo con los nacionalistas para incorporarse al Proces cerraría
sus posibilidades en Cataluña y tendría muchas repercusiones en
toda España. La marcha de las cosas va a depender en gran medida de
la forma como la pelota de la corrupción salte de un tejado a otro.
Una gran mayoría de los que han inflado las velas independentistas
proceden del nacionalismo moderado de toda la vida, pero también y
sobre todo de no nacionalistas de toda la vida desencantados con el
“sistema” y con “la casta”. Seguramente que muchos son ex PSC
acrisolados, además de otros jóvenes y veteranos apartados
tradicionalmente de la política, que concebían su incorporación a
la filas secesionistas como la mejor manera de castigar al PP. Por
su parte ERC y CUP han capitalizado este hartazgo al convencer de la
asociación entre el “ens roben” y “son uns corruptes”, pero
ahora tienen que pasear con un cadáver a la vista de todos y al que
no es posible enterrar. Está visto que la mayoría de la población
contrario al separatismo no es susceptible de movilizarse por el
peligro intrínseco que significa, entre otras cosas porque se han
educado en la idea de que el peligro no es tal y que no tienen nada
que pintar en los asuntos catalanes. Pero muchos pueden movilizarse
contra la corrupción del nacionalismo y tomar conciencia entonces
del peligro que lleva consigo. Parece así que la culminación del
Procés en septiembre, al menos hasta la siguiente partida, está a
expensas de que los nacionalistas oculten su vergüenza, también
ante los suyos, y que los no nacionalistas no sientan, como
pretenderán los nacionalistas, que están haciendo el juego al
sistema si se vuelven contra los corrupción pasada y venidera que
vendría inevitablemente con la independencia.
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