domingo, 22 de marzo de 2015

DISPARAR A LAS NUBES


 
 
A propósito del artículo “Populismos” (J, Jauristi. ABC 22/3/15) que al final reproduzco. Me parece que otra vez el Sr. Juaristi crea la jugada perfecta y a la hora de rematar a bocajarro envía el balón a las nubes. El lenguaje político se ha contaminado tanto de eufemismos que la contaminación llega a los argumentos, incluso para quien lucha contra los molinos que son los eufemismos. Bien argumenta el Sr Juaristi “como le pasaba a san Agustín con el tiempo, todos creemos saber de qué hablamos cuando hablamos de populismo, pero nos resulta dificilísimo ir más allá de la pura ostensión; es decir, más allá de la mención de ejemplos concretos”. Y por ello achaca su significado de “falto de sustancia”, cosa cierta. Luego da un salto en el vacío cuando de ello hace suya la opinión del Sr. J.A.Marina.
“Coincido, por tanto, con Javier de Ybarra, fino observador del país desde su caserío de Maruri, que, citando a José Antonio Marina, nos ve acongojados por inconsistentes fantasmas del pasado y del futuro, e «inventando amenazas nuevas [ Podemos] que nunca gobernarán, confundiendo realidad e irrealidad, es decir, hechos un lío».”
Se repiten los motivos por los que se descarta al separatismo “sus metas son imposibles”. El populismo es otro “imposible” y además insustancial. ¿No estamos ante otro eufemismo, pero en la forma de argumentar? ¿Por qué no se centra el foco en que el separatismo es injusto, insolidario, antidemocrático? ¿Y de Podemos que es totalitario y filomisérrimo, es decir amante de la igualdad en la miseria?
Si me preguntan si tienen posibilidades de alcanzar el poder unos y otros, diría que seguramente muy pocas, aunque algunas.
Si me preguntan si tiene posibilidades de hacer daño a la sociedad y la democracia, diría que muchas y que esto les consuela aunque no alcancen el poder.
Se confunde sentido común y política ¿Ha sido o es ETA algo fantasmagórico? En cuanto a su “ideario” desde luego, en cuanto a su poder dañino, de lo más concreto. No es lo mismo una sociedad educada en condenar el ideario imposible que en condenar el mal probable. Una está presta a dejarse seducir, la otra está presta a resistir.


ABC 22/03/15
JON JUARISTI
· A estas alturas, hablar de populismo es el modo más eficaz de no enterarse de lo que pasa
UN fantasma recorre España: lo llamamos populismo y, a fuerza de detectarlo en fenómenos tan distintos como el secesionismo catalán, el nacionalismo gorrón de las viejas y nuevas formaciones abertzales y el romanticismo bolchevique de los penenes de Somosaguas, lo hemos convertido en algo vagoroso e indefinible. Como le pasaba a san Agustín con el tiempo, todos creemos saber de qué hablamos cuando hablamos de populismo, pero nos resulta dificilísimo ir más allá de la pura ostensión; es decir, más allá de la mención de ejemplos concretos. Y así sucede que el populismo, como la bestia apocalíptica, tiene innumerables rostros pero una notable ausencia de entidad. Disperso en una constelación de accidentes, se manifiesta como radical falta de sustancia.
Si el populismo consistiera en la invocación al pueblo como sujeto político absoluto, detentador de la única soberanía legítima y fundamento real de toda democracia auténtica, tan populistas resultarían los defensores de la Constitución de 1978 como los que la impugnan. Pero está claro que las distintas prácticas políticas no se paran en la invocación al pueblo soberano. Es a partir de ese momento de obligada sumisión a la modernidad común, a la teodicea democrática, cuando se comienzan a construir los verdaderos antagonismos. Está claro que negar la soberanía popular en aras, por ejemplo, del origen divino del poder de los reyes vendría a ser hoy una actitud tan subversiva e incompatible con el sistema como el ateísmo explícito lo era bajo el Antiguo Régimen. Pero todo lo demás cabe en la modernidad, todo. Desde la desactivación de los dispositivos de participación política o su reducción a las consultas electorales hasta el asambleísmo permanente, de modo análogo al que permite que una misma fe religiosa pueda auspiciar a la vez la consolidación de una administración institucional de la esperanza y un milenarismo desatado. Los partidarios de una y otro se acusarán mutuamente de traicionar el plan divino, pero eso no quita que crean por igual en la existencia de ese plan. Con el populismo sucede algo parecido. Lo que pasa es que el vocabulario despista. Hace medio siglo, la izquierda acusaba a la derecha de populismo y la derecha a la izquierda de demagogia. Hoy la izquierda acusa a la derecha de corrupción y el populismo ha pasado a ser el marbete habitual de descalificación de la izquierda por la derecha, pero la situación es perfectamente reversible.
Falta precisión en los términos. Lo que caracteriza a la izquierda latinoamericana desde la caída del comunismo soviético y el consiguiente final de la guerra fría no es el populismo sino la vuelta al nacionalismo revolucionario. Se le puede seguir llamando populismo, pero a costa de no enterarse de lo que pasa. Creer que Podemos es una copia española del chavismo supone un error semejante al de quienes daban por hecho, en mayo del 68, que los maoístas de la Sorbona tenían algo que ver con el maoísmo chino. Es cierto que Mao les pagaba a Sartre y a sus chicos los fastos y los dazibaos, pero, como se demostró enseguida, éstos eran otra cosa. Pudieron hacer la revolución y no la hicieron porque venían de clases medias cabreadas e impacientes y no de campesinos hambrientos. Cinco años después andaban todos empoderándose, o sea, apoderándose de las cátedras de sus mentores ya jubiletas, como el pobre Sartre. Coincido, por tanto, con Javier de Ybarra, fino observador del país desde su caserío de Maruri, que, citando a José Antonio Marina, nos ve acongojados por inconsistentes fantasmas del pasado y del futuro, e «inventando amenazas nuevas [ Podemos] que nunca gobernarán, confundiendo realidad e irrealidad, es decir, hechos un lío».

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