A. Rivera, que hasta el momento
prometía llegar a liderar un partido bisagra, se puede ver de una
forma inopinada ante la responsabilidad y la oportunidad de liderar
la recomposición del escenario político que rigió la transición,
dejando aparte lo que pueda dar de sí el factor Podemos. En todo
caso empieza a mostrarse como un eficaz antídoto contra este
embrujamiento totalitario. Estamos ante la posibilidad de que A.
Rivera reanude a la inversa el camino que hizo A. Suarez, quien fue
de más a menos, mientras el líder de Podemos lo haría de menos a
más. Sin la salvaguarda en este caso del aparato institucional, pero
con el impulso de base y la pureza de origen democrático. Y además
mientras que Suarez tenía que sacar provecho al estado de encanto
con el que se accedió a la transición, Rivera ha de salvar el
legado de la transición ante el desencanto que nos abruma. Tarea infinitamente más ardua.
Es pronto desde luego para saber si Cs
puede ser la resurrección de UCD pero con otras formas y
singularidades. De momento es claro que A. Rivera es el político que
desde la transición más se asemeja a la figura de A. Suarez, tanto
en la manera de entender el liderazgo como en las cualidades
personales. Dicho sin pretender hacer la pelota, transmite
sinceridad, humanidad y altura de miras, adornado de virtudes
mediáticas tanto más excelsas si se comparan con la mediocridad
que es moneda corriente. Pero estas cualidades se vacían, sino
concurren circunstancias propicias. La novedad que abren las
elecciones andaluzas es la constancia del peligro de
resquebrajamiento del PP. Desde la derecha sustituyó a la dinamitada
UCD, repartiéndose el espacio de centro con el PSOE según los
vaivenes y caprichos que daba la vida política. Pero no ha sido un
centro limpio sino teñido siempre por el estigma de la herencia del
viejo régimen, denuncia que la izquierda ha magnificado ,
tergiversado y capitalizado hasta la extenuación contra los
intereses generales más elementales de la nación. Ahora que la
corrupción hace irrespirable la atmósfera en la que respira el PP,
este partido está maniatado para sacar provecho de los brotes
verdes, que ahora sí se vislumbran y de los méritos que se le
pudieran atribuir por la recuperación económica y cierta templanza
en el gobernar. Mariano Rajoy no puede ofrecer alternativa y menos
cambiar de discurso, es demasiado Sí Mismo. Todo el partido ha de
cargar con la cruz de la corrupción sin posible respuesta. La fuerza
de la inercia y el temor al ascenso de la izquierda y sobre todo
Podemos son la última trinchera. ¿Pero es suficiente? En este
momento de agitación y confusión amenazan volver la espalda los
avergonzados por la corrupción, los que quisieran un centro más
puro, los que se desesperan por una alternativa verdaderamente
liberal conservadora sin hipotecas ni “complejos”. La ilusión de
Rajoy de ocupar el centro del centro, como si un Gallardón
preministerial se tratara, lleno eso sí de discreción, pasa por la
amargura de apurar el cáliz de Esperanza Aguirre y de tener que
entregarle el destino del PP, si esta queda bien parada en la
capital.
Si Rivera no existiera todo apuntaría
a aguantar a toda costa. Pero muchos lo pueden ver no como un
problema sino como la solución, la solución en la que cobre forma
el mítico centro del que todos hablan y se sabe poco en qué
consiste. La resurrección de UCD en la forma de Cs y con todas las
particularidades que se quiera significaría a la vez la refundación
de ….AP. No hay solución intermedia. A estas alturas el traje de
bisagra resulta demasiado estrecho y todo clama por la recomposición
radical del escenario político.
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