Con lo que se sabe, prácticamente a
ciencia cierta de Podemos, las encuestas tendrían que anunciar un
desencanto de muchos de sus enamorados, pero todo indica que estos se
muestran tan fieles y pertinaces como al principio. Cuando, contra
todas las evidencias, se está dispuesto a creer que todo lo que se
cuenta es una campaña orquestada, estamos ante un elemental y
operativo mecanismo de defensa DE NEGACIÓN DE LA REALIDAD, por el que, por encima de todo, hay
que defender la comunidad ideal creada y con ello la pertenencia a la
misma. Por ese supremo bien todo lo demás resulta accidental. En el
País Vasco y ahora Cataluña se sabe de esto de sobras. La crisis y
sus efectos explica la indignación o incluso la rebelión, pero no
el apoyo a un movimiento totalitario de izquierdas. Se puede decir a
la inversa, la crisis y la descomposición de los partidos dominantes
ha sido la ocasión por la que se ha despertado la fiera o el
salvador dormido, según se quiera ver. El poder de Podemos, que lo
convierte en una amenaza real para la democracia, es el hecho de que
en el epicentro de la cultura de izquierdas en nuestro país, cultura
que puede abarcar hasta el sesenta por ciento de la población, desde
el más radical al más pragmático, se cree que no hay libertad sin
igualdad económica y social, y que por tanto, si así no ocurre, la
libertad política y civil que garantiza la Constitución es un
sucedáneo de la verdadera libertad. Por eso de la desigualdad, de
las injusticias y de la corrupción no tiene la culpa la mala
política, la ineficiencia productiva, el retraso económico, el
desastre de la educación o el mal funcionamiento de las
instituciones, sino el sistema, que no es verdaderamente democrático,
aunque lo parezca. La deslegitimación de la derecha y de cualquier
fuerza que no asuma este principio, como partidos democráticos, y la
declaración de estos como enemigos absolutos, es una consecuencia
elemental. Las élites del PSOE se han acomodado demasiado a estas
desviaciones ideológicas, muchos porque se las creen ciegamente, los
más lucidos porque pensaban que, el riesgo que comporta corregirlas
y centrar la educación política de la población era mucho mayor
que las ventajas de consentirlas, por mucho que esto tuviera que
entrar en contradicción con la práctica real. Al fin y al cabo se
pensaba que la patrimonialización de la legitimidad democrática
ofrecía un buen colchón de seguridad contra el desgaste que podía
traer consigo el negocio de la incierta realidad. Todos hemos vivido
en la idea de que el status quo político sería inalterable y ahora
a muchos no les tiembla el pulso para imponer un sistema totalitario,
porque creen que eso no es tal sino es la verdadera democracia por la
que siempre han estado soñando, quizás sin saberlo.
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