martes, 5 de septiembre de 2017

¿CORRUPCIÓN Y MENTIRA EN CATALUÑA? YA NO TOCA.


Ni la manifiesta corrupción engendrada en la entrañas del sistema nacionalista catalán, ni las mentiras flagrantes que han envuelto el atentado, han despeinado un ápice a las élites y huestes que persiguen el separatismo. Pero tampoco ha mermado el sometimiento de la sociedad catalana potencialmente antiseparatista. Lo primero no mueve a sorpresa alguna. Lo segundo debiera hacerlo.

El separatismo ya es un movimiento de masas perfectamente cuajado, que se atribuye el derecho moral sobre el Estado de Derecho, con la ventaja de que carece de resistencias ideológicas y hasta ahora legales. Las masas quieren unirse más de lo que están unidas y expulsan o regurgitan para su engorde lo que se le opone o molesta. No necesitan justificar su mala conciencia por ser cómplices de la corrupción de su Govern y Partit, al consentirla, alimentarla, o justificarla, porque no tienen asomo de mala conciencia. No les parece ni bien ni mal, ni justificado ni injustificable. Es evidente que existe y lo saben. Tampoco se lo ocultan. Lo asumen como si hubiera caído un chaparrón en medio de la carrera. Corremos mojados pero seguimos corriendo, ya se secará.

Cuando uno, que teme que se le considere un imbécil, proclamaba en el Parlamento que quieren una República catalana para acabar con la corrupción, las masas ni se lo creen ni se lo dejan de creer. De la misma forma que tampoco se lo creía o dejaba de creer el mismo orate. Sólo por un prurito de honor, a la vista de la estupidez proclamada, trató de apartar de sí el cáliz de la imbecilidad.

Estamos en el punto en que lo que no mata engorda y, como ocurre en lo sueños y en la magia, todo sucede de cualquier manera con tal de que sirva para el efecto deseado. Como dejó dicho Kierkegaard, y por lo demás es evidente, a nadie que vive de su ilusión se le puede disuadir con razones. “A más” cuanto la ilusión más quimérica sea, se podría añadir. (Por cierto quisiera aclarar. La quimera no es la posible independencia, la quimera es que eso signifique bien alguno y no conlleve una gran catástrofe).

Según esto, es lícito pasar de la incongruencia de achacar a la corrupción de “Madrit” todos los males y reclamar por ello la independencia y buscar en la independencia la garantía de impunidad por la corrupción propia. Instalados en el sueño no hay contradicciones. La única lógica que en la contestación impera es que “ahora no toca”. Es decir “nuestra” corrupción da igual que exista como que no exista. En todo caso es un problema “nuestro”.

Pero tampoco los antiseparatistas han reaccionado, al menos según la ocasión lo pide y permite. El gran éxito histórico del separatismo ha sido exorcizar de raíz cualquier atisbo de crítica u oposición que pudiera poner en cuestión ya no las posiciones conquistadas sino la tendencia general del movimiento. Aunque en su origen (tiempos de la transición, Felipe Gonzalez..etc), no predominase una voluntad decidida de buscar la independencia, más que nada porque las fuerzas y la actitud de “Madrit” eran inciertas, los separatistas de corazón, es decir nacionalistas en general, tuvieron la intuición de identificar cualquier motivo de disconformidad que pudiera atravesarse y cuestionar su presunta supremacía moral. Esta dicta que la lealtad a Cataluña no sólo está por encima de todo, sino que conlleva imperiosamente la deslealtad a España.

Por esta y otras razones que no vienen al caso los ciudadanos potencialmente ajenos al imperio nacionalista, al menos el sesenta por ciento de los catalanes, han quedado anulados y diseminados políticamente. Pero sobre todo intoxicados. Lo primero de todo es ser “buen catalán”, es decir no contradecir al nacionalismo. Aceptada de inicio la premisa de que el nacionalismo era una fuerza democrática y de progreso, el espíritu antinacionalista se refugiaba en ser de izquierdas y cuanto “más rojo” mejor, pretendiendo así ser tan democrático y progresista como el nacionalismo. Ser de izquierdas era la mejor forma de ser buen catalán, pero no nacionalista. Durante un tiempo la población hispanocatalana creía que estaba permitido ser leal a Cataluña y a toda España a la vez(solidaridad se llama eso) y sin contradicción alguna. El espejismo se deshizo y ahora hay que corroborar ser de izquierdas con ser nacionalista en el sentido estricto de la palabra.

Tratando de huir de esta fatalidad “los buenos catalanes y de izquierdas”, que seguramente constituyen la mayoría entre la población no separatista de la sociedad catalana, se han cobijado tras Colau y Podemos. Parecía ante todo un aval de que se es buen catalán, cosa incompatible con ser de derechas no nacionalista. Esperan caer simpáticos a los separatistas y escapar a la vez de sus fauces. Pero el Colaupodemismo se atiene sobradamente al guión que ya asumió el PSC en su tiempo. Cree que la furia contra la derecha (del “Estado” por supuesto) les exculpa de su escasa fe separatista. Cree que todo lo cura un gobierno de izquierdas. En el Estado un gobierno de izquierdas para acabar con la corrupción. En Cataluña un gobierno de izquierdas a pesar de la corrupción. En Madrit la lucha contra la corrupción es cuestión de vida o muerte y de justicia divina. En Cataluña es cosa fea la corrupción pero luchar contra los corruptos ahora “no toca” a mayor gloria de un gobierno de izquierdas. Es el matiz diferencial entre Cataluña y “el Estado” desde la perspectiva de “todas las izquierdas”.

Con estos fines comunes todas la combinaciones son posibles. Resulta secundario si el gobierno de izquierdas catalán sucede a la independencia o la precede. También es secundario si es palanca para el gobierno de izquierdas en “el Estado” o si un gobierno de izquierdas “estatal” es el paso necesario para el catalán. Habrá quienes se conformen con un gobierno de izquierdas sólo en Cataluña y quienes lo quieran también para “el Estado”. Antes que despejar esas dudas lo único que parece tener claro el Colaupodemismo es que la colaboración con el independentismo no pica y además es imprescindible. Por lo visto esto conforma e ilusiona a las huestes de los “incorruptibles”, porque pase lo que pase vendrá algo tan mágico como un gobierno de izquierdas,... o dos.





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