martes, 12 de septiembre de 2017

LA PRUDENCIA




Hay razones evidentes en favor de la extrema pulcritud con que el Gobierno procede contra el Golpe separatista. Nada menos que la necesidad de cubrirse las espaldas, por si no tiene otro remedio que actuar más contundentemente, empezando por aplicar el 155. Pero se hace de la necesidad virtud.

El gobierno cree que no debe actuar más que como lo hace, es decir evitando la respuesta proporcionada que requiere el hecho consumado del desafío, para no provocar más victimismo. Pero la razón de fondo, lo que verdaderamente teme el gobierno es que la sociedad española no le siga ni le apoye e incluso se la haga pagar.

Aparece así esta prudente pulcritud como efecto y expresión de la incapacidad de los españoles de hacer frente unidos al desafío hasta sus últimas consecuencias, pero no es menos causa de ello, aunque el gobierno no lo pueda admitir. En su beneficio cabe pensar que no es que el Gobierno se disculpe, parapetándose detrás de esta deficiencia, sino que está convencido de que tal desunión es insuperable y decisiva. Sin duda espera el Gobierno que, de no tener más remedio que bajar a la arena, se reconozca que ha tratado de evitar algo tan indeseable. Pero incurre en un gran riesgo, del que no es claro que sea consciente.

Ha prometido que basta con las medidas judiciales y que todo está perfectamente controlado en todos sus pasos. De forma todavía más arriesgada ha dado a entender que en ningún caso haría falta llegar al extremo de sortear la línea roja, es decir tener que hacer valer la fuerza que detenta legítimamente el Estado, porque nunca el desafío alcanzaría una situación de no retorno.

Pero de esta manera provoca que tal medida se considere, de suceder, una especie de victoria moral de los golpistas. Y lo que es peor, que se considere algo ilegítimo, aunque fuera legal. El problema ya no es pues si harán falta medidas verdaderamente “proporcionadas”, justas y legítimas, sino si la sociedad española está en condiciones de comprenderlas y respaldarlas.

Sin comerlo ni beberlo y pretendiendo tal vez lo contrario es la misma dignidad del Estado, frase grandilocuente normalmente pero ahora verdadera y me temo que oportuna, lo que anda tan en entredicho, hasta tal punto que amenaza preceder a su propia desaparición, al menos como Estado español.

Narra S. Zweig cuando, en los inicios de la revolución francesa, se truncó la fuga de los monarcas franceses en Varennes, …

“Pero en realidad esos cinco días <los que transcurren de la huida de Paris al regreso humillante> han sacudido más los fundamentos de la Monarquía que cinco años de reformas, porque los prisioneros <los monarcas>ya no son testas coronadas (….)
Mas esto no parece conmover mucho a este hombre agotado. Indiferente a todo es indiferente a su propio destino. Con mano inconmovible, no anota en su diario más que: “Partida de Meaux a las seis y media. Llegada a París a las ocho, sin estancia”. Es todo lo que un Luis XVI tiene que decir sobre la más profunda humillación de su vida. Y Petión <comisionado por la Asamblea Nacional para devolver a los fugados a París> informa asimismo: “Estaba tan tranquilo como sino hubiera pasado nada. Se podría pensar que volvía de una partida de caza”. (María Antonieta. S.Zweig)

Sería sin duda desproporcionado ilustrar, de esta manera la actitud del Presidente del Gobierno, pero espanta pensar que hay razones para que tal caricatura resulte mínimamente verosímil. Sobre todo porque cabe la sospecha de que ha estado en todo momento convencido de que el desafío nunca se iba a consumar y todo se iba a reconducir en la debida forma, sin molestar a nadie. Como si actuando mansamente todo se amansaría, o simplemente que nunca podría ser para tanto pues vivimos en una sociedad civilizada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario