jueves, 6 de julio de 2023

DEL SORPRENDENTE TEZANOS

Habría que tomarse a Tezanos en serio no por lo que es ni lo que hace sino por lo que significa. El acreditado columnista García Dominguez manifiesta su sorpresa de que el citado propagandista se inmole y asuma el descrédito profesional y personal a cambio de nada, crematístico, como parece. No menor es la sorpresa que manifiesta Girauta de que no le importe el ridículo y lo afronte donosa y conscientemente. Su indudable servidumbre hasta consumirse a la manera de las viudas hindúes por su Patrón, cualquiera que sea la suerte de este, puede tener los motivos psicológicos más indescifrables para cualquier observador, pero aunque así fuera y estos fueran muchos, resulta irrelevante para el caso.


En esta salida a la luz y la prosecución impertérrita de sus andanzas, como un asno con las anteojeras más opacas posibles, se destaca la tozudez de quien está dispuesto a encarnar hasta sus últimas consecuencias el Espíritu de Secta. Esta proverbial recreación pétrea sanchista del más flexible socialismo de la postransición ha concentrado toda la energía socialista enmascarada en la dedicación al mito de la Gran Causa progresista. Con la sectarización lo que puede significar esa causa se torna hermético, indescifrable, ajeno a cualquier posible razonamiento público mínimamente contrastable. Sólo los sectarios se entienden en un lenguaje cifrado, sino fuera que tampoco necesitan de tanto alarde mental. Bastan las muestras de fidelidad y la atención a la consigna y el mensaje.


Quien tiene que ocupar el rompeolas de la opinión pública ha de sobresalir en su espíritu hasta alardear del mismo como su mayor mérito. No puede tener mayor honor que estar dispuesto al sacrificio e incluso sacrificarse si llega el caso. Es de suponer que no siendo necio tiene que creer que lo está haciendo bien. ¿En qué puede consistir “hacer algo bien” o útil para un espíritu sectario convencido de ser un bautista de la Gran Causa?


Hay dos posibilidades: si es consciente de su desprestigio social y de la sorna que despierta su mensaje, como se supone que así debe ser, insiste por mor de al teoría del mal menor; reconocer el error significaría un mayor desprestigio no sólo personal sino sobre todo para la causa. Pero si no lo es acredita una fe extrema, la fe del sectario que sólo tiene parangón con la fe del carbonero que tanto admiraba Lenin. Aquí ya no hay hueco para la racionalidad. Todo lo sujeta la potencia de la secta, en la perspectiva de conquistar la complicidad del cuarenta por ciento del país iluminado por vínculos míticos de acreditada resiliencia. 

 

Desde el punto de vista de la fe del sectario no hay mayor honor que conservar la entereza de esos vínculos míticos y no puede ser de otra manera cuando la vida no se ha construido de otra manera, es decir para ese servicio. Y se resiste siempre que haya esperanzas de complicidad y de que la energía genésica de la sacrosanta comunión se demuestre indestructible. Los atrezos que se hacen pasar por las Grandes Causas animan a no pocos pobres diablos a tenerse por grandes espíritus, sin necesidad de tener que argumentar más en su desempeño que el de: “La Secta son ellos”. Y en eso queda todo: en ser un encomiable y honorable camarada,  merecedor más que ningún otro del reconocimiento de “los nuestros” a través de la inigualable complacencia del Gran Patrón.


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