viernes, 20 de septiembre de 2013

EL FEDERALISMO Y LA "CATALANIZACIÓN" DE ESPAÑA.



Si  el PSOE quisiera conservar  algo de la vitola de partido responsable y con sentido de Estado, debería aclarar con urgencia lo que propone con su llamada al federalismo y sobre todo su posición sin ambages ante el curso secesionista. Como se decía  en los exámenes de tiempos de Maricastaña: hable o calle sino tiene nada que decir.
A la vista de que al nacionalismo le resbala el federalismo, el empecinamiento en esta “solución” milagrosa puede empezar a alarmar entre sus seguidores. Seguramente los dirigentes socialistas saben que están vendiendo humo y que de concretar su propuesta zozobraría su nave. Porque lo paradójico es que, como decía el sabio Tiresias a Edipo, “el problema está dentro de ti”. El federalismo implica igualdad de condiciones entre todas las partes y nada es más desigual que las pretensiones de Andalucía especialmente y Cataluña en materia financiera, precisamente los dos graneros de votos más sabrosos del socialismo. Encabezando a las regiones receptoras Andalucía aspira a que se le bombee a través del Estado con recursos financieros a la carta, Cataluña ya está harta de financiar a quienes allí se considera unos despilfarradores. De desengancharse Cataluña, el PSOE debiera explicar si los recursos de las otras regiones contribuyentes como Madrid o Baleares serían suficientes para saciar a Andalucía, a cuyo modo peculiar de entender las finanzas públicas se ha unido el popular Monago en Extremadura. En este punto a los catalanes no les faltan razones, aunque los nacionalistas las aprovechen con oportunismo, mientras que la izquierda andaluza hace bien poco para cargarse de alguna razón. Seguramente que la chirriante inventiva de Esperanza Aguirre a “catalanizar España”, no es ajena a este asunto. En el juego de la financiación y de la productividad el liberalismo catalán  puede sacar pecho frente al poco lustre de la gestión  socialista andaluza. Por lo menos puede decir que sus problemas merecen tanta atención como la que el Estado presta a quienes durante treinta años se han empeñado en un modelo proteccionista inviable para sacar a su región de la postración. Seguramente que, a doña Esperanza, Cataluña se presenta como la perla de una concepción liberal de la economía que quisiera para toda España.
La oferta socialista parece obedecer a motivos puramente tácticos, de suprema mezquindad tacticista, tal como están las cosas. Hay dos hipótesis explicativas. La primera es que sea presa hasta tal punto de los tiempos felices del “cordón sanitario” que, por mucha necesidad y urgencia que haya, no puede desembarazarse del mismo. Dada las connotaciones mágicas que el término “federalismo” tiene para la izquierda hispana desde la primera República, parece que resucitarlo marca ante los suyos una frontera con la “derechona”, aunque esto signifique entregar al PP el manual del constitucionalismo. La segunda hipótesis es que con ello pretende frenar la gangrena del PSC y de los votantes socialistas tradicionales de Cataluña. Pero sólo puede conseguir algo, es decir evitar la ruptura, mientas siga viva la ficción. Porque hasta para esas huestes más fieles, federalismo ya significa desigualdad, “singularidad” se dice, y que el Estado los deje en paz. Pero algún mal pensado podría sugerir otra hipótesis, que ya se da tan por descontado que habrá independencia y que lo importante es tomar posiciones para el día después, para la posindependencia. Entonces lo que vendrá a cuento es la reclamación de responsabilidades entre la izquierda y la derecha. Quizás el PSOE piense que podrá responsabilizar a la derecha por no aplicar el antídoto que generosamente le ofreció. Al fin y al cabo los más perjudicados electoralmente en ese caso serían las izquierdas, obligadas a tener que refugiarseen Andalucia como San Hermenegildo. Pero este panorama es muy mezquino y no conviene adelantar acontecimientos.
Temo que el tiempo de la pedagogía y de acercar Cataluña a España simpáticamente y con argumentos sobre la bondad de seguir en España ya ha pasado con creces. Es harto improbable que el estudiante que ha tenido treinta años para preparar el examen lo pretenda aprobar sólo estudiando la última semana. Lo cierto es que ante la magnitud del incendio hay pocas soluciones, si las hubiera, y menos aún mágicas. Dado que, según parece y es hasta cierto punto lógico, el pueblo español no está por grandes sacrificios para conservar la unidad de España tal como la define el sistema constitucional vigente, parece que no hay más alternativa que o negociar lo más razonablemente que se pueda la separación, o bien confederar a Cataluña y País Vasco sin que quepa imaginar a qué precio y en qué condiciones. Es posible que ante esta opción una parte de quienes por ahora están seducidos o arrastrados por el independentismo se aviniesen a hacerle frente a favor de una cierta unidad con España. Las condiciones determinarían si al resto de España la solución le parece aceptable. Pero en el trayecto y como parte de esa solución, u otras que a gente más ingeniosa y responsable se le ocurran, no vendría mal que las autonomías, surgidas como dice Esperanza, no sin razón en este caso, “de la  nada”, hicieran cura de humildad y se preparasen a hacer bueno el dicho de Adolfo Suarez “hacer que sea normal en política lo que es normal en la calle”. Nos hubiera ido seguramente mucho mejor si el susodicho y, a su vera, las fuerzas políticas de la transición hubieran aplicado este mensaje a la hora de emprender la denominada organización territorial del Estado, en lugar de jugar a aprendices de Brujo.

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