viernes, 2 de octubre de 2020

"NI LIBERALES NI CONSERVADORES"

 

“Ni liberales ni conservadores” Esta amenaza de excomunión fue uno de los pocos arranques de sinceridad de Mariano Rajoy para el recuerdo. No explicó su alternativa a este “ni-ni” porque en realidad no hacía falta, cuando consiste esta alternativa en que no hay que tener alternativa. Pero los réprobos no gozan de una posición simétrica. En la práctica de la mayoría de la Europa a la que pertenecemos conservadurismo y liberalismo se solapan y hacen unos las veces del otro según el caso. Una de las peculiaridades de España es la postración y el vilipendio social del liberalismo, por supuesto por la izquierda y a su manera en la derecha. En general esta tiende a ser conservadora in pectore, cualquiera que esto signifique, si con ello entendemos la defensa del orden constituido y la estabilidad social.


Ahora eso significa la unidad de España, la Constitución, la ley y el orden. Por eso la fustigación marianista tuvo por objeto realmente al liberalismo empaquetado con el subterfugio del conservadurismo. De paso como la imagen del conservadurismo tiene connotaciones de la vieja España y del franquismo podía permitirse el lujo de hacer un guiño a la modernez desde una exquisita neutralidad ideológica.

Tamaño cambalache mental toma prestada la proverbial desavenencia entre el liberalismo y la sociedad española, desavenencia para nada actual sino de hondo calado histórico. Casi está en nuestras entrañas político culturales. Es especialmente paradójico al venir la nueva España bautizada por la mítica Constitución de Cadiz bajo los auspicios liberales.


¿Qué fue de aquello? Una historia procelosa, una nación rebotada contra sí misma. ¿Por culpa del liberalismo incipiente? Sin necesidad de escarbar en la historia basta señalar que la victoria sobre el absolutismo carlista se hizo a costa de una desnaturalización del liberalismo y la consiguiente desembocadura en dos versiones viciosas. El liberalismo popular derivó en federalismo y anarquismo, mientras que el liberalismo gobernante y oligárquico se apalancó en la maquinaria del Estado. Quedó al liberalismo residual pero intelectualmente prominente el papel de principal protagonista de la tragedia de la tercera España.


El hecho es que el liberalismo debió su atractivo popular a una condición meramente negativa y reactiva, el rechazo de la España asociada con el Antiguo Régimen, y empezó a perderlo cuando el socialismo y el anarquismo se apoderaron de esa bandera vindicta. Fue un periodo en el que el liberalismo sólo sobrevivió en su condición de contrapunto y a su manera de coartada democrática de la pasión totalitaria del revolucionarismo proletario.


La parte compleja de la historia es el recelo de la España convencionalmente conservadora, la base social de la Restauración, hacia el liberalismo. Y cabe preguntarse ¿existía suficiente base social? ¿existía la imprescindible cultura cívico política? El incipiente experimento de la CEDA no pudo ser más que una improvisada sacudida de debilidades.


Tras la II GM, mientras el liberalismo, cualquiera que fuera su expresión política, iba embridando a la socialdemocracia, y viceversa si se quiere, Franco lo culpabilizaba de cómplice de la revolución y enemigo de España. Careta de la conspiración judeomasónica.En la Europa democrática liberal fue la principal alternativa social a la socialdemocracia y a las tentaciones revolucionarias, aportando la reinstauración del Estado de Derecho. En España el franquismo apuntalaba su repudio social al asociarlo con los desmanes de la experiencia republicana. 

 

Pero hay que hacer notar que mientras en el sistema nazi-fascista el aplastamiento del liberalismo era uno de los motivos estrella de la movilización totalitaria de las masas, en la Dictadura de Franco la denuncia del liberalismo consagraba la desmovilización política y el apoliticismo colectivo, verdadera alma de la España franquista. “Hagan como yo, no se ocupen de política”.


Coincide así con el tiempo en nuestra democracia la izquierda y la derecha social en el desprecio que le ofrece el liberalismo, aunque con diferentes significados y motivos. Porque para la izquierda es camuflaje franquista, “argumento” al que le viene a cuenta el báculo de la condena universal del “neoliberalismo” imperialista yanqui. Esta equiparación entre liberalismo y “neoliberalismo”, cajón de sastre de los males imaginarios o reales del capitalismo, se tradujo en el desprendimiento de la raíz liberal de la democracia y del Estado de derecho, en binomio inseparable.


La guerra fría y su secuela en los años 60 han dejado esta impronta de condena y confusión. Su reflejo en la políticamente inculta derecha social ha sido contundente, tanto como para ver en el liberalismo lo repelente de la politiquería vigente.


La hostilidad desde la ultrapolitización izquierdista y la reticencia desde el apoliticismo de la derecha. Una cultura secular muy retorcida mueve a esta pareja de sentimientos tan opuestos ante la política, un lastre de todo tipo de prejuicios contra la actividad privada y el beneficio económico en nombre de la solidaridad con los menesterosos. En la transición se tradujo en que, según la izquierda, hay que consentir el capitalismo porque “no hay más remedio”. Cosa que la derecha interpretó en los términos de "dejemos el capitalismo en paz y la libertad igual para todos".


La retracción de la derecha o de la no izquierda a hacer “ guerra cultural”, eufemismo de moda de la propaganda política de siempre,<por aquí tan pulcros se dice también a explicar las propias ideas hacer “pedagogía”> ha sido en parte una concesión a la izquierda de quien esperaba recíproca confianza mutua en la lealtad y convicción democrática. Pero no menos decisiva fue la ausencia de cultura liberal en la derecha española, empezando por sus élites. Es decir convicciones sobre lo que se tiene que decir aunque duela. El acomodamiento en el franquismo desligó a estas élites de la renovación de la cultura liberal que tuvo lugar en la vieja Europa.


A duras penas pudo levantar cabeza Aznar, pero fue suficiente para que peligrara la pretensión de la izquierda de monopolizar la sinceridad democrática. Los reveses de Aznar sirvieron a Don Mariano para recapitular. Su conclusión coincidía con lo que le pedía el cuerpo: no estaba el horno para bollos ni para sanar la precariedad ideológica. Su confianza en que lo mejor es no molestar no hace sino reproducir el vicio original de las élites apalancadas. La idea de que el mejor remedio contra la hiperpolitización de la izquierda es la despolitización de la sociedad, “vaya yo caliente y ríase la gente”, pretende ser el aval de una alternativa de tecnocracia especializada en las cosas de comer.


Tal vez tengan razón. Puede que la derecha social esté hecha de tal manera que como mejor funciona es parada y que moverse le produce vértigo. Son demasiados años y siglos a la espalda. Es como una masa que por mucho que se le golpee absorbe todos los golpes. Pero esto vale para un mundo estable y bien reconfortado. La experiencia en España es inquietante. En el País Vasco y Cataluña la derecha esta casi extinta.

Ahora cuando ya estamos metidos en la tormenta perfecta de una crisis liberticida es cuando más se hecha en falta la ausencia de una cultura genuinamente liberal, esa que desde su origen fundamenta el binomio de democracia y Estado de derecho. Y se nota especialmente en la torpeza y la ausencia de reflejos de las élites denostadas de liberales, a su pesar, y de “fachas” en consecuencia.

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