jueves, 25 de julio de 2013

SALIR DE LA AGONÍA



Contando con que su  decadencia se está haciendo irreversible y que esto puede arrastrar al bienestar y la fortaleza de la ciudadanía, los grandes partidos podrían hacer un indudable servicio de disolverse como estructuras partitocráticas y transformarse en plataformas electorales, al modo del partido republicano o demócrata norteamericano. La crisis ha puesto de manifiesto que no basta el cambio en los equipos de dirección de los grandes partidos, ni siquiera una cierta depuración profiláctica, se necesitan mecanismos que obliguen a los elegidos responder ante sus electores y no sólo ante el pueblo en abstracto. El beneficio mayor no sería tanto que esto redundara en una mejor selección de la clase política, sino en que podría mejorar en gran medida la educación, o mejor autoeducación, política de la población. Los electores estarían más motivados a pensar en términos de política concreta, a precisar qué política concreta creen mejor para sus intereses o para su idea del mundo, y sobre todo a pensar qué es lo mejor o menos malo en términos prácticos.
¿Pero está España preparada para ello?. Nuestra tradición es delegar en los representantes políticos no sólo la responsabilidad de la gestión política sino la responsabilidad de idear la política conveniente. No se les elige porque concuerdan con la política que el elector estima conveniente sino porque se tiene confianza en que son depositarios de la política conveniente cualquiera que sea esta y cualquiera que sean las consecuencias prácticas de su aplicación. Es así el partido, en cuanto encarna a los ojos del elector su ideología, el receptor de la confianza pública. Pero la distancia entre la prédica ideológica y el estado de las cosas es casi infinita. Nuestra elefantina estructura partidista presenta la ventaja de que puede canalizar las inquietudes de la población hacia el debate de las políticas convenientes, si admiten las listas abiertas y las elecciones primarias. Es fácil que entonces en una primera instancia tengan más prédica los líderes demagógicos o integristas de lo suyo, pero con el tiempo también la moderación y la competencia pueden tener cabida. No es menos cierto que no hay remedio que nos libre de los líderes carismáticos vacíos y que la personalización de la responsabilidad política puede esto propiciarlo hasta el extremo en algunos momentos. Los riesgos están a la vista pero la alternativa es la lenta agonía de los mastodontes partitocráticos.

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