Sra. Rosa Díez: no quisiera echar leña
al fuego de su hoguera, con perdón de la hoguera, pero creo que
comprender las “razones”* de su posición requiere del más
exquisito paladar del mejor Gourmet y de la más fina capacidad de
análisis de los más duchos politólogos ¿Son por eso los líderes
de Podemos los más capacitados para comprenderla? Por lo que tienen
de “politólogos” claro. ¿Les pedimos un “estudio” con beca?
*Una muestra. Irene Lozano ha rechazado
la elección de los candidatos y de los líderes comunes con Cs. por
ser una propuesta “maximalista” y también ha defendido que no
se trata de “repartirnos los puestos en las listas”. Si de
elaboración de listas se trata ¿acaso quería proponer un sorteo
entre quienes se presenten?
La enfermedad del partidismo a toda
costa y por encima de todo ofrece dos perfiles. Uno es la tendencia
común a confundir el bien del Partido con el bien común, cosa
natural porque al fin y al cabo cada Partido es en su origen, o
debiera serlo, un proyecto para el bien común. De ahí también la
virginidad de la que gozan al inaugurarse. La otra tendencia, hasta
cierto punto también natural, es la de creerse siempre con la razón
y ser por ello imprescindible. Inconscientemente esto siempre lleva
creer que la marcha de las cosas camina en la dirección del interés
del Partido aunque circunstancialmente hayan reveses y tropiezos.
Por desgracia en España nuestra clase política si algo tiene en
común es la de formarse en la escuela del partidismo, que en nuestro
país es la versión secular de la fidelidad debida a la Iglesia.
Hace falta mucha altura de miras y de claridad mental para distinguir
en cada caso la lógica y el interés del Partido del bien general y
la marcha de las cosas. “Habilidad”, como dicen los psicólogos,
que no abunda en estos lares por el arraigo de esta cultura.
Hay decisiones nefastas que pueden
arruinar las obras más meritorias. En muchos de estos casos no es
fácil discernir lo que hay de error y de sometimiento a las
inclinaciones personales. Aunque todo puede cambiar en este mundo, da
la impresión de que el proyecto de Rosa Diez, al menos en lo que
tiene de proyecto partidista, ya ha tocado techo y está rebotando
entre las paredes en que se haya estancada. Es algo bastante injusto
porque ha apostado por cuestiones capitales que la izquierda ha
pisoteado y la derecha ha desdeñado, para que no se diga. No menos
injusto es que, bajo sus pies, Podemos capitalice la lucha contra la
corrupción porque, como da entender, promete que rodarán cabezas.
Pero en política no hay justicia, aunque sólo cabe la justicia si
triunfa una política justa, que de eso se trata.
Lo cierto es que Rosa Diez no ha podido
librarse de sus limitaciones originales que son de diverso orden.
- Para la gran masa socialista es una traidora y nunca se lo perdonarán
aunque baile sevillanas.
-Su ascendencia partidista es ajena a
ningún movimiento colectivo. En este sentido es vista como una
opción de intelectuales o de entendidos ajena a la bolsa del gran
público.
-Nació, con razón o sin ella, con la impronta de partido
bisagra, cosa que si primero generó expectativas, la enredó, con la
irrupción de Podemos, en las redes de la “casta”.
Por lo que a
su imagen personal, su liderazgo no ha podido sacudir el sambenito de
estar movido por la ambición de poder, por muy duro que esto suene.
Es humana y políticamente comprensible
que se rechace fundar un nuevo partido o una coalición electoral
como menos a través de elecciones primarias. Se necesitaría altura de miras y eso no abunda. Pero el caso es que también se
desaprovecha una gran ocasión, posiblemente irrepetible, de irrumpir
en la escena política contrapesando el peso mediático y tal vez
social de Podemos. Seguramente al PP y al PSOE tampoco le interesa
animar esta posibilidad. Es muy discutible que haya diferencias
programáticas tan sustanciales que lo justifiquen, máxime cuando
los programas son guías que, en el mundo de la democracia mediática,
respaldan la dirección de una política y la forma de dirigir, pero
no pueden ser el dictamen de un notario o el cuadro de respuestas de
un ordenador.
Pero sino soñaba con grandezas no era previsible tanta pequeñez. Ni siquiera coaliciones locales para los
ayuntamientos. Como si el “sindrome del aparatchtik”, “todo por
Mi partido”, fuese proporcionalmente mayor cuanto menor es el
partido que lo sufre.
Un huérfano político que lamenta
escribir esto.
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