Según la encuesta del CIS el 90 por ciento de la población se considera feliz en mayor o menor grado. Dejando de lado lo exageradas que puedan ser las respuestas y las estimaciones de los cocineros de la encuesta, y haciendo abstracción también de cuán resbaladizo es este término, máxime si lo inmiscuimos en la política, queda el hecho de que una gran parte de la población desvincula su vida y su situación en la vida del descrédito y aborrecimiento, que según parece, siente por la situación política y especialmente “los políticos”.
Por otra
parte se estima con bastante fiabilidad que un porcentaje notable de
potenciales votantes y simpatizantes de Podemos son profesionales
liberales y ciudadanos de las clases medias en general relativamente
acomodados e instalados en el “sistema”. Muchos de estos
consideran además irrealizables y descabelladas las propuestas
económicas de Podemos. Se supone también que tienen suficiente
preparación para saber del lazo práctico y espiritual que une a
esta formación con los regímenes y las experiencias totalitarias de
la América hispana. A pesar de ello se muestran decididos a
votarles, esperando tal vez con ello castigar a la “casta”
corrupta.
No
está muy claro según ello que en todas las circunstancias los
votantes se rijan por el principio sagrado de la maximización de los
beneficios y la minimización de los riesgos. En este caso el corazón
pesa más que la cabeza, hasta tal punto que parecen muchos
dispuestos a perderla. Se reacciona contra la corrupción y los
corruptos viendo en esta un agravio personal que reclama venganza y
la reparación del honor. Es la demostración de que el político
“me” engaña y “me”manipula,
“a mí antes que a nadie”. Por lo que se vislumbra,
importa más esta venganza que lo que pueda venir después.
Pero parece
también creerse que las condiciones de la vida personal son
inmutables y ajenas a la marcha de la política. Es como si los males
de esta afectaran a la sociedad o a los otros, cobrando así el
posicionamiento contra el sistema el carácter de un acto solidario
con los desfavorecidos y maltratados. Es imposible ir a peor o a
mucho peor porque, se cree, ya se está en lo peor posible.
No es fácil
en el mundo presente evaluar si la marcha de las cosas es buena o
correcta y si se va por el buen camino. La volatilidad conmueve los
liderazgos aparentemente más sólidos y esperanzadores. La relación
de los individuos con la política ya no se hace, como hasta la caída
del muro, a través de intermediarios dignos de toda confianza como
los grupos sociales de pertenencia, dado que esa pertenencia es
incierta. Nos fiamos de nuestras organizaciones tradicionales y una
vez que estas traicionan la confianza debida no hay forma de adivinar
por donde marcha el bien común y sólo cuenta satisfacer el orgullo
herido.
Tampoco hay
que despreciar la influencia de las ideas “anarcoliberales” en
muchos de estos simpatizantes de Podemos, por mucho que ello choque
con la manifiesta vocación estatalista de la que estos hacen gala.
En gentes ilustradas y aparentemente cultivadas se tiene a las
instituciones y al Estado por parásitos que chupan la sangre a los
particulares. En consonancia con la idea de que la situación
personal nada tiene que ver con la marcha de las cosas, para muchos
la sociedad funcionaría mejor si no hubiera políticos ni
instituciones públicas. Dejo de lado si este “anarcoliberalismo”
es coherente con los postulados liberales o su más grotesca
caricatura, pero el hecho es que estas ideas simples e infantiles
están muy ampliamente difundidas y no son pocos los profesionales
ilustrados que se mueven en
ese caldo de cultivo. Me limito a constatar que todo vale para
la viña de Podemos y la gloria de su “Gran
Ciudadano”, tras cuyo liderazgo se nos convoca.
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