lunes, 22 de junio de 2015

LA REVELACIÓN DE PATTONSANCHEZ


A grandes pecados, colosales penitencias. Porque penitencia debe ser para el PSOE exhibir la colosal bandera nacional con la que Patton Sanchez parece ahora querer envolverse, para lavar el pecado de entregar todo el gobierno posible a los podemitas, aunque pocos dudan que, con bandera o sin ella, estaría dispuesto a repetir la jugada, si las circunstancias poselectorales son similares. Pero más inmenso pecado, casi inconmensurable, ha sido, por parte del socialismo, distanciarse de la bandera nacional y de los símbolos nacionales instituidos por la Constitución durante cuarenta años. Para expiarlo tendría el joven Sanchez que haberse vestido de saco y rociado de ceniza de arriba abajo, como los reyes sacrílegos de la edad media. No voy a abundar en la profunda distorsión de la convivencia nacional que ha significado dejar viva la sospecha de la connivencia entre los símbolos nacionales y el franquismo. Pero hay que dejar constancia, contra lo que se dice muy a la ligera, que esto no ha significado tanto dejar en manos en la derecha la bandera del patriotismo, sino más bien enajenar a la izquierda social, que es la mayoría de la población, sino de este sentimiento elemental sin el que una sociedad no tiene motivos para serlo, sí de su valor político. Por desgracia, la opinión pública de izquierda y centro izquierda incluso, no se ha sentido tentada de apartarse de la izquierda en nombre de la nación común, sino al contrario, a seguir con la izquierda aun a riesgo de poner en entredicho la nación común y, lo que es peor, su misma idea. Los nacionalismos disgregadores y separatistas han contado de esta forma con una cómoda ventaja de partida que han sabido explotar sobradamente. Más que atizar un nacionalismo esencial, que en el ambiente creado hubiera dado más argumentos a la izquierda, las élites políticas e intelectuales próximas al centro y al centro derecha, con algunos del centro izquierda, como los que pudieran representar originalmente UPyD y los sanedrines ya amortizados de la primera generación socialista de la transición, trataron de remediar el desaguisado invocando el “patriotismo constitucional”. Esta idea tan bien intencionada, tomada de los intelectuales alemanes que intentaron paliar la vergüenza del nazismo, no ha concitado adhesiones masivas muy efusivas, aunque ha añadido una cierta confusión a la ya original, especialmente la de hacer creer que España proviene de la Constitución y no la Constitución de España. Pero habría que tratar esto despacio y aparte. En el asunto que nos ocupa se dilucida si estamos ante sólo una maniobra desesperada para tapar la fuga de votos hacia la ultraizquierda o un intento de revisión de los paradigmas en los que se ha sostenido el discurso del socialismo español. Seguramente es lo primero, pero a nadie se le oculta que tiene consecuencias, se quiera o no, sobre lo segundo. Las razones que han conducido a Sanchez a esta arriesgada jugada, con independencia del convencimiento que tenga, cosa que sólo él debe saber, jugada que va en la dirección de rescatar la expresión del sentimiento nacional y patriótico de la reserva en el que sobrevive, que son las celebraciones deportivas, son sin duda de orden táctico, para frenar el auge de Podemos por su izquierda y avalarse ante el centro susceptible de caer en manos de Rivera. ¿Pero por qué ha pensado en la bandera nacional, con el dolor que todavía ésta provoca en la izquierda sociológica? Seguramente datos como que la inmensa mayoría de la población está conforme o muy conforme con el año de Felipe VI nos ponen en la pista. Esto da a a entender que, aunque la rabia contra la partitocracia y el encanto de las tentaciones extremistas son muy poderosas, predomina un fondo de ánimo favorable a la estabilidad y que está conforme con el actual modus vivendi. Por mucho que todavía nos ilusionen las aventuras transcendentes, incluso por encima de las reformas razonables, por mucho que nos encorajine el afán de hacer grandes ajustes de cuentas, la mayoría de españoles de ahora no podemos renunciar a vivir, como es obvio, en el marco de una sociedad del bienestar. Pero la sociedad española tiene dificultad, más allá de la figura del monarca, para conectar ese sentimiento con la realidad política. Sanchez ha tenido la intuición de que los españoles pueden descubrir en la bandera lo que sienten, viendo en ella el símbolo más evidente del proyecto de prosperidad colectiva, que no se trata de arriesgar sino de mejorar. Si se decide a capitanear esta deriva tendrá una ventaja sobre la derecha a quien toma desprevenida, porque ésta, contra lo que se piensa, ha cogido la bandera con papel de fumar, no sea que se le diga lo que todo el mundo piensa. Pero a fin de cuentas Sanchez se arriesga así al entregar a la derecha una baza decisiva, que anida en el inconsciente colectivo de la izquierda, entrega que puede perturbar su política de cordón sanitario fáctico. Deslindarse si así lo pretende, y lo que hace no tendría sentido sino lo pretendiera, de la ultraizquierda, dejando abierto el campo a la colaboración con la misma parece un intento de cuadrar el círculo. Por lo que parece Sanchez cree poder cuadrarlo aplicándose a alcanzar una cómoda e impoluta posición de centralidad, sin renunciar a la posibilidad de esta colaboración. El bautismo de patriotismo tendría que ser suficiente, según cree, para no tener que recurrir a esa colaboración, que podría acabar con la democracia primero y con el PSOE después. Temo que las élites socialistas no sean conscientes de ese peligro. Si así fuera se darían cuenta de que en el momento presente produce mucho más daño a España renunciar a denunciar la naturaleza totalitaria del podemismo leninismo, que el beneficio que puede deparar revitalizar el sentimiento patriótico. Pero es demasiado pedir que se alcance a distinguir todo lo que ilumina la luz después de tanto tiempo en la oscuridad en este asunto de los símbolos.

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