La abstención masiva de buena parte de
los presuntos votantes del PP se ha convertido en la única esperanza
de salvación que barajan los estrategas del PP. Lo avalaría el
hecho de que la sospecha de que Cs podía pactar con el PSOE bastó
para que muchos prefirieran quedarse en casa a apoyar a esta
formación. Con ello toda la confianza de la vuelta hacia el PP pende
del pavor, bien justificado por cierto, que puede producir el acceso
de la Megaizquierda al poder. Es de tal envergadura el peligro y lo
que está en juego que se espera que los votantes potenciales hagan
abstracción de los motivos que han llevado en tantos casos a dar la
espalda. Por otra parte se espera que la promoción de cuatro o cinco
comunicadores, no se sabe todavía si además son políticos en el
sentido estricto de la palabra, con atractivo y locuacidad sea
suficiente para neutralizar la tentación de muchos de considerar la
alternativa de A. Rivera. Rajoy se lo juega así todo a una carta,
pero en realidad es que no tiene otra y todos lo saben. Sin embargo
todo está cosido con alfileres y bastante a la buena de Dios. El
edificio descansa en unos cimientos que están resquebrajándose y
el máximo sosten se ha tornado el eslabón más débil: el liderazgo
de Rajoy. Sin duda está dando muestras de una tenacidad a toda
prueba, pero cuesta creer que esto se valore, ni siquiera por los
suyos. Los motivos del apartamiento de los suyos son muy variados y
en muchos aspectos contradictorios: los impuestos, el aborto, la
cuestión catalana, en alto grado la vergüenza por la corrupción
del PP, el desconcierto ante la pasividad que roza el pasmo del
líder, pero, cualesquiera que estos sean, lo preocupante es el hecho
de que parece que las gotas han colmado el vaso y que todo se
concentra en el rechazo de la figura del presidente. Parece
complicado que el cambio de algún factor altere el producto. Rajoy
confía en que nada de esto sea finalmente decisivo y que la gente se
acoja a la sombra de Rajoy a pesar de Rajoy. Al menos necesita
confiar, cosa que no está claro que se produzca. El recurso a esta
especie de guardia de Corps que se ha agenciado para afrontar la
batalla mediática, revela la escasa confianza que tiene en sí mismo
para lograr algo lucido, o quizás también las escasas ganas de
meterse en esos fregados de la imagen pública tan desagradables. En
su proverbial optimismo antropológico es bastante probable que esté
a la espera de que estos períodos de sobresalto se olviden y que las
aguas vuelvan a su cauce, es decir que cada burócrata vuelva a su
oficina. Pero no es evidente que el miedo sea suficiente para
recuperar a los desafectos. El PP está obligado a concentrarse
contra la colación de izquierdas y en estas no parece muy prudente
repetir las embestidas contra Cs, que tan buen resultado le dieron
para perder casi todo su poder local, porque desdibujaría su mensaje
institucional. Se arriesga al mal menor de que Rivera alcance una
posición que le permita disputar el liderazgo del centro, pero no
tiene otro remedio, sino quiere apostar por el puro suicidio. Tampoco
está claro que la desautorización de toda la izquierda no tenga un
efecto boomerang y sea presentada con éxito como una maniobra
grosera para escaquearse sus responsabilidades ante la corrupción y
la desigualdad social, que van a ser los motivos comunes de la
izquierda según se perfila. Por lo que a Rivera respecta parece que
apuesta por concentrarse en el discurso contra la corrupción
disputando para ello con Podemos y además en el terreno de juego de
estos. Este es el guiño que lanza a la opinión pública en este
tumultuoso ejercicio de pactos en el que se ha visto metido. A ello
le lleva el objetivo de hacerse con un electorado más estable y
propio, sin estar a expensas de los cambios de humor a los que tan
propensa es la derecha últimamente. También parece contar con
aprovechar casi automáticamente el repudio que provoca la figura de
Rajoy para capitalizar el miedo a la Megaizquierda sin incurrir en
costes ideológicos. Pero el riesgo no es menor, porque al electorado
de izquierda no parece importarle aventurarse en la radicalidad,
mientras que la actitud de los de derecha y centro desafecto resulta
imprevisible. Todo este panorama puede sufrir un vuelco o serias
alteraciones con motivo de las elecciones catalanas, que, de salir
bien a los separatistas, situaría en primer plano qué hacer ante la
independencia de Cataluña. Este es el verdadero tapado, a pesar de
lo que quieren casi todos los actores nacionales, quienes actúan
como el enfermo que, aun viéndose en situación crítica, no quiere
acudir al médico para no alarmar a los suyos y evitar de esta manera
los reproches que estos le harían por su mala vida. En el caso de
que así sucediera la verdadera incógnita no estaría tanto en la
actitud de las élites políticas sino de los españoles, que, esta
sí, resulta absolutamente imprevisible para el caso.
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