viernes, 19 de junio de 2015

LOS CÁLCULOS DE RAJOY


La abstención masiva de buena parte de los presuntos votantes del PP se ha convertido en la única esperanza de salvación que barajan los estrategas del PP. Lo avalaría el hecho de que la sospecha de que Cs podía pactar con el PSOE bastó para que muchos prefirieran quedarse en casa a apoyar a esta formación. Con ello toda la confianza de la vuelta hacia el PP pende del pavor, bien justificado por cierto, que puede producir el acceso de la Megaizquierda al poder. Es de tal envergadura el peligro y lo que está en juego que se espera que los votantes potenciales hagan abstracción de los motivos que han llevado en tantos casos a dar la espalda. Por otra parte se espera que la promoción de cuatro o cinco comunicadores, no se sabe todavía si además son políticos en el sentido estricto de la palabra, con atractivo y locuacidad sea suficiente para neutralizar la tentación de muchos de considerar la alternativa de A. Rivera. Rajoy se lo juega así todo a una carta, pero en realidad es que no tiene otra y todos lo saben. Sin embargo todo está cosido con alfileres y bastante a la buena de Dios. El edificio descansa en unos cimientos que están resquebrajándose y el máximo sosten se ha tornado el eslabón más débil: el liderazgo de Rajoy. Sin duda está dando muestras de una tenacidad a toda prueba, pero cuesta creer que esto se valore, ni siquiera por los suyos. Los motivos del apartamiento de los suyos son muy variados y en muchos aspectos contradictorios: los impuestos, el aborto, la cuestión catalana, en alto grado la vergüenza por la corrupción del PP, el desconcierto ante la pasividad que roza el pasmo del líder, pero, cualesquiera que estos sean, lo preocupante es el hecho de que parece que las gotas han colmado el vaso y que todo se concentra en el rechazo de la figura del presidente. Parece complicado que el cambio de algún factor altere el producto. Rajoy confía en que nada de esto sea finalmente decisivo y que la gente se acoja a la sombra de Rajoy a pesar de Rajoy. Al menos necesita confiar, cosa que no está claro que se produzca. El recurso a esta especie de guardia de Corps que se ha agenciado para afrontar la batalla mediática, revela la escasa confianza que tiene en sí mismo para lograr algo lucido, o quizás también las escasas ganas de meterse en esos fregados de la imagen pública tan desagradables. En su proverbial optimismo antropológico es bastante probable que esté a la espera de que estos períodos de sobresalto se olviden y que las aguas vuelvan a su cauce, es decir que cada burócrata vuelva a su oficina. Pero no es evidente que el miedo sea suficiente para recuperar a los desafectos. El PP está obligado a concentrarse contra la colación de izquierdas y en estas no parece muy prudente repetir las embestidas contra Cs, que tan buen resultado le dieron para perder casi todo su poder local, porque desdibujaría su mensaje institucional. Se arriesga al mal menor de que Rivera alcance una posición que le permita disputar el liderazgo del centro, pero no tiene otro remedio, sino quiere apostar por el puro suicidio. Tampoco está claro que la desautorización de toda la izquierda no tenga un efecto boomerang y sea presentada con éxito como una maniobra grosera para escaquearse sus responsabilidades ante la corrupción y la desigualdad social, que van a ser los motivos comunes de la izquierda según se perfila. Por lo que a Rivera respecta parece que apuesta por concentrarse en el discurso contra la corrupción disputando para ello con Podemos y además en el terreno de juego de estos. Este es el guiño que lanza a la opinión pública en este tumultuoso ejercicio de pactos en el que se ha visto metido. A ello le lleva el objetivo de hacerse con un electorado más estable y propio, sin estar a expensas de los cambios de humor a los que tan propensa es la derecha últimamente. También parece contar con aprovechar casi automáticamente el repudio que provoca la figura de Rajoy para capitalizar el miedo a la Megaizquierda sin incurrir en costes ideológicos. Pero el riesgo no es menor, porque al electorado de izquierda no parece importarle aventurarse en la radicalidad, mientras que la actitud de los de derecha y centro desafecto resulta imprevisible. Todo este panorama puede sufrir un vuelco o serias alteraciones con motivo de las elecciones catalanas, que, de salir bien a los separatistas, situaría en primer plano qué hacer ante la independencia de Cataluña. Este es el verdadero tapado, a pesar de lo que quieren casi todos los actores nacionales, quienes actúan como el enfermo que, aun viéndose en situación crítica, no quiere acudir al médico para no alarmar a los suyos y evitar de esta manera los reproches que estos le harían por su mala vida. En el caso de que así sucediera la verdadera incógnita no estaría tanto en la actitud de las élites políticas sino de los españoles, que, esta sí, resulta absolutamente imprevisible para el caso.

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