Si una ofensa adquiere su condición de
tal en función de que quienes deben sentirse ofendidos
objetivamente se sientan así subjetivamente, podría estar en duda
si la pitada ya consabida alcanza esta categoría. Entre los
presuntamente ofendidos, objeto privilegiado del escarnio, abundarán
sin duda sensibilidades muy diferentes. Los ofendidos en su sentir, y
no necesariamente los que de hecho lo son, presumen que la ofensa se
padece como tal por todos los que son de su condición, en este caso
españoles y ciudadanos españoles, pero es una presunción piadosa.
Como podría haber dicho el Gallo, pero en este caso no de los
filósofos, “hay pueblos pa tó”. En nuestro caso es de presumir
que una cuarta parte no sólo no se sentirá ofendida sino que la
compartirá y disfrutará en sus adentros y en sus afueras sin rubor
ni remordimiento, a mucha honra seguramente. Otra cuarta parte o
quizás un poco más, para ser benévolos y entre los que me incluyo,
se sentirá profundamente ofendida y a ello añadirá la indignación
de que se haya permitido lo tan pre-pitadoSeguramente que la mitad, el grueso de la campana
de Gauss, se habrá divertido inocentemente. Entre estos, los unos
porque creen que vale para el caso eso de “no ofende quien quiere
sino quien puede”, otros porque piensan que con las banderas se nos
quiere distraer de lo que “verdaderamente importa”, que casi
nunca se sabe lo que es, por cierto. También abundarán quienes se
han divertido igual que lo hacen los niños, al comprobar como se
cumple lo que todos esperan. Desde luego si su Majestad se hubiera
largado nada empeoraría en lo que al
estado político de las cosas se refiere, dado el punto que
estamos, y algunos nos habríamos alegrado, por eso tan anacrónico
de la honra, y además por el gusto de comprobar que lo de Majestad
no es sólo una etiqueta protocolaria.
Pero a efectos prácticos lo interesante es si tales exhibiciones de
poder y descaro van a
aumentar el campo de los ofendidos o de los resignados. Y
no se olvide que el poder se consagra cuando, por la vía de los
hechos, demuestra que está en su mano proceder haciendo lo que le da
la realísima gana, o republicanísima que es lo mismo. Por lo
que a “las medidas a tomar” podrían ser muchas y variadas. Lo
que se me ocurre no es muy original, pero se trata de ser
constructivo. No sería tal si se pitara a los himnos vaso y catalán
cuando hicieran acto de presencia en cada estadio el Barça o el
Athletic. Aunque se hiciera con la noble intención de que sus
aficiones separatistas profundizaran en el concepto de la libertad
de expresión. Si probablemente no iba entenderse la gracia y la
ofensa clamaría al cielo, al menos se ayudaría a que algunos
incautos puedan explicar el cabreo antiespañol por motivos
objetivos. Pero seguramente ni los más fervorosos hinchas
“españolistas” soportarían la vergüenza de comportarse como
desalmados y nadie los debe tentar para ello. Así que para no
transgredir los buenos modos diplomáticos podría extenderse una
invitación formal a que se separen de las competiciones españolas,
organicen sus federaciones y ligas
y hasta sus selecciones en las competiciones internacionales.
Bien explicado, para que no se tenga por desaire y represalia lo que
no debiera ser sino una ayuda para que den el paso al que no se
atreven, tal vez por vergüenza y escasa imaginación, pero que tan
en el fondo de su corazón desean. ¿Cual no será su alegría de
verse libres de tener que participar en competiciones tan odiosas y
opresivas? Pues, por lo que la pitada da entender, es que el Barça y
el Athletic no son clubs sino reos de galera condenados a eterno
oprobio. Sin duda que la invitación y consejo, que no imposición,
podría provocar polémicas y discordias entre las élites políticas
separatistas y los clubs . Los primeros se pirrarían por apadrinar a
sus selecciones “nacionales” en las competiciones mundiales, y
los clubs, que no tienen la fe que debieran en las excelencias de las
ligas y competiciones circunscritas al amado terruño, seguramente se
resistirían a convencerse de que no hay mejor competición que entre
los vecinos, las collas y las cuadrillas, que todos nos conocemos y
estamos a tiro de piedra. Con hazañas como esta ya la gente del
fútbol puede presumir de que lo suyo es “algo más que fútbol”,
y no mera válvula de escape de los malos humores cotidianos. ¿Qué
otra mejor punta de lanza de las grandes empresas que animan a los
pueblos a rumiarse sus entrañas?. Pues nada, me parece que pese a
tanta humillación todos a la vez, ofendidos y resarcidos, que no se
sabe quienes son unos y otros, olvidada esta canita al aire,
prepararán la campaña que viene, ficharán estrellas promisorias,
entonarán cánticos de guerra y esperanza y llenarán los pulmones
para ver si vuelve a sonar la flauta por casualidad, e incautos como
el que suscribe, por muy modesto que sea, tratan de cantar tamañas
hazañas. ¿Y si resulta que viene la independencia y todo se arregla
y deshermanados como estamos nos hacemos buenos hermanos, como
predica por ejemplo el Sr. Jonqueras, y no pasamos más por estos
tragos? Tal sería el prodigio del deshermanador que tan bien nos va
hermanar deshermanándonos.
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